VIAJE SIN RETORNO


En la penumbra, los vecinos me dijeron ver dos parroquianos que abandonaban el cementerio. -Uno de ellos, señalando en dirección a la cantina LA ÚLTIMA LÁGRIMA, extendió una invitación, luego entraron. 
– Con esta información, me dirigí al cantinero Indalecio para preguntar lo que sabía sobre Nicanor, era la última pista que tenía.  Me comentó que en el silencio del crepúsculo escuchó decir: - Ven querida Inocencia nos tomamos un guaro, hoy que la tristeza me embarga por segunda vez con la muerte de mi vieja. Recuerdas que hoy hace diecisiete años la desgracia por vez primera tocó a la  puerta de mi casa. Aun no lo he olvidado, como olvidan quienes viajan con  el tiempo, pues dicen que sana las heridas del alma, en la mía aun no lo ha hecho, solo las acrecienta. 
- Vale  Nicanor, la ocasión es propicia, solo quedamos tu y yo con los recuerdos de infancia que nos une, los demás se fueron, unos  mascullando la pena, otros con el sabor agridulce del deber cumplido por haber asistido al sepelio de la santa patrona sin haberla visitado en su lecho de enferma; porque eso era, una santa, o cuantos desamparados cree que albergó en su casa y les dio educación con la esperanza de que fueran doctores.
- Hace tantos años Inocencia, que el destino nos fijó rumbos diferentes, solo hoy que vuelvo obligado por la ley del tiempo a dar el último adiós  a mi madre, nos volvemos a encontrar. Fija toda tu atención en el cuento de mi vida.
   El tiempo se dilata, el espacio se hace finito por la velocidad con que los recuerdos atropellan mi pasado.  Cuando nos graduamos, esa noche bebimos del cáliz de amor que nos profesábamos, lo he vivido a cada instante, es la ambrosía que me da la vida. El destino nos separaba, desde el bus donde viajé a la capital para cumplir el deseo de mi madre: ¡hacerme doctor! Con los ojos anegados en lágrimas batiendo un pañuelo blanco, te grité… ¿Cierto  Inocencia que lo recuerdas?
- ¡Como olvidarlo! “pronto volveré a secar mis lágrimas en tu regazo”. Hoy después de veintitantos años nos volvemos a encontrar. 
- El vacío que sentía por el viaje sin retorno al que me enfrentaba, por el amor a linda colegiala  que te profesaba, ese amor que revuelca las entrañas, que cosquillea el corazón con un desasosiego de soledad cuando se está ausente; ese amor me ofrecía la sensación de ir flotando a través del espacio infinito sin posibilidad de retorno. La promesa hecha a mi madre de ser un doctor, pudo más que el deseo de regreso, causado por el dolor de ausencia al que nos habíamos sometido por circunstancias del destino. Sumergido en el ambiente de los intelectuales, la rutina me consumió, solo vivía para los libros. Como la vida idealista del primíparo sumergida en el esnobismo, es presa fácil de los cazadores de potenciales militantes políticos de todas las corrientes, quienes son atraídos con mensajes subliminales, impartidos por intermedio de ídolos de revoluciones nacionales o foráneas, en mi caso, 
con el cura Camilo o el Che; en el segundo semestre creía tener en mi mente todas las teorías con que Lenin había conquistado el pueblo ruso y Ho Chi Minh el vietnamita. Los resultados que esperaba mi viejecita, hacia el objetivo principal no eran óptimos, en más de una ocasión fui puesto como carne de cañón en las refriegas con la policía, siendo llevado preso a las mazmorras del estado. Hice un alto en el camino, reflexioné. Me convencí de que el sacrificio hecho por el amor que había dejado allá en donde el sol se consume en el ocaso, valía más que los ideales a que me conducían los líderes con proyectos foráneos. Pronto enderecé mi camino y me hice doctor.
   El cantinero compartiendo la miseria del consuelo momentáneo, que el licor ofrenda a los paisanos para calmar las penas del último adiós a sus seres queridos;  me dijo, - Conozco sus historias, Inocencia no pronunció una palabra, solo escuchaba, cada trago que recorría su garganta, se notaba que le laceraba el alma, parecía tener su cuento oculto en el fondo de la conciencia. Nicanor al sentir el silencio de aquel ser que quiso amar sin límites en el tiempo, con la que en calles solitarias al abrigo de la noche, había compartido el elixir del alma, los amores de  juventud;  su historia continuó.  
  - Los resultados no se hicieron esperar, pronto me gradué de abogado con tesis laureada; en el pueblo se comenta que mi vieja a pasar de su pobreza franciscana, vendió sus pocos haberes para asistir a mi graduación, fue un acto sencillo pero sublime por su presencia. Jamás se imaginó que le causaría el dolor más grande en la vida, había puesto todas sus esperanzas en mí para salir de la pobreza en que nos había dejado una de las violencias más cruentas que el estado ha generado contra la población más desvalida de este país, que usted, Inocencia recuerda. Me casé cuando recibí mi primer empleo como juez.
A los tres años me trasladaron a un pueblo donde en el silencio de la noche se escuchaba el eco encajonado, del trino diluido de las aguas arrastrado por un caudaloso río que nacía en la vertiente de un volcán coronado de nieves perpetuas, descendía por el cañón, eructando su corriente por las  fauces que se habrían en el pie de monte donde se asentaba la ciudad. Me instalé allí, con mi esposa y mis dos niños.
Salí a conocer mi sitio de trabajo, veía como los parroquianos se cruzaban bromas sobre el cuento de una posible catástrofe anunciada. Escuché que alguien le decía al feligrés del andén del otro lado,  - ¡dizque viene la avalancha Candelario! .  << - Ole >>, respondió simulando una verónica.  
 El segundo día de iniciadas labores los compañeros celebraron mi llegada, recuerdo muy bien la fecha, un trece de noviembre  de 1985. Serían las once de la noche, cuando una de las compañeras de juzgado se acercó a la ventana para cerrarla, llovía a cántaros. << - Viene la avalancha gritó>>. Intenté salir en auxilio de mi familia, pero la primera borrasca de lodo me arrojó cerca de las escaleras que conducían a la terraza, mi compañera entrelazó su mano con la mía y me arrastró en dirección al segundo piso, nos juramos no soltarnos pasara lo que pasara; la casa se desplomó como un castillo de naipes azotado por la brisa, cuando recuperé la conciencia me encontraba flotando en el lodo asido a una viga. Serían las cuatro de la mañana cuando llegué a una pequeña isla donde dos reses temblaban, no se si de temor o de frío, me acerqué a ellas y allí evité la hipotermia que me tenía al borde del desfallecimiento. Más o menos a las diez de la mañana, una nueva corriente me puso en movimiento, serían las tres de la tarde cuando oí voces de auxilio, al otro lado de una palizada una señora gritaba, aseguré la viga, subí a la palizada donde estaba maltrecha pero amenazante una serpiente, no tenía otra opción que matarla, lo hice, ayude a la señora a desplazarse hasta donde había dejado la viga, continuamos impulsándola, nos mantenía a flote. A las seis de la tarde anclamos al pie de una colina, donde habían llegado otras personas que nos rescataron del lodo. Esa noche pernoctamos agrupados para protegernos del frío, al día siguiente estábamos viajando en helicóptero a la ciudad contigua, allí nos bañaron con agua a presión, que al combinarse con el lodo se convirtió en ácido que me dejó laceraciones de por vida.
  Con una mueca extraña, el cantinero simuló la forma como Nicanor había descubierto algunas partes de su cuerpo para enseñar las cicatrices; al igual que la indiferencia con que Inocencia escuchaba el relato.
- Inocencia, desde entonces no he tenido paz.  El siguiente año lo dediqué en cuerpo y alma a buscar a mi familia, cada persona que los conocía me decía que estaban vivos, recorrí todas las instituciones que albergaron damnificados, es la hora que no he encontrado rastro de ellos; no se si los devoró la sociedad con su máscara de piedad, o la avalancha con su orgía de muerte. 
  La indolencia del estado ante semejante catástrofe, los procesos que se vivían en América latina, donde se habían empotrado en el poder dictaduras que como pan de cada día practicaban la desaparición y la tortura de los contradictores a los diferentes regímenes, ensañándose siempre con los más desvalidos; la masacre de los magistrados cometida en el palacio de justicia en uno de estos países, aunadas con las ideas revolucionarias que había compartido en la universidad, me condujeron a tomar la decisión de enrolarme en una agrupación clandestina donde he militado bajo los 
ideales que usted y yo compartíamos en nuestra época de colegiales. Debiendo burlar todos los controles militares para poder asistir al sepelio de mi vieja. Aquí vamos luchando por una sociedad más igualitaria, mi querida Inocencia.
Indalecio me extendió otra copa de guaro; haciendo un gran esfuerzo para pronunciar el nombre de Nicanor, el relato lo había conmovido. Sin embargo exhalado un suspiro, me comentó lo que ese día escuchó: - Ahora te toca el turno Inocencia, le dijo Nicanor.
  - No tengo mucho que contarte. Cuando el destino nos separó, el fruto de nuestro amor había florecido, estaba en embarazo, la depresión se apoderó de mí, destrozándome física y espiritualmente. Por intermedio de tu familia, me enteré de que el objetivo era hacerse doctor. Decidí soportar el suplicio de la ausencia, pensando en tu felicidad y el sacrificio hecho por la viejecita. Al año había superado tanto dolor, ingresé a una institución castrense de allí es poco lo que hay que decir. Me gradué como agente privado, por informaciones de inteligencia  me enteré de que vendrías a dar el último adiós a ese ser que nos da la vida, sin conocer los dolores del alma que el destino nos depara. Nuestro hijo creció, se enroló
 en el ejército, en un enfrentamiento con la organización donde militas, fue asesinado; desde entonces he dedicado mi vida a buscarte y hoy te he encontrado.
 Me reiteró Indalecio, que con voz firme Inocencia le dijo: -Quedas detenido en nombre del estado, debes guardar silencio, cualquier cosa que digas podrá ser usada en tu contra. Dos feligreses que acaban de entrar, lo esposaron y lo condujeron a un carro militar.
  Se comenta en el pueblo que cada vez que Inocencia visita las mazmorras donde se supone que Nicanor purga su pena, se escuchan lamentos cuyo eco se refleja en las montañas para bañar el valle donde se levanta el país de los desvalidos. 
  He hecho averiguaciones sobre el sitio donde fue confinado Nicanor, el estado no me da razón, es uno más de los desaparecidos en el continente de la muerte.

José Roosevelt Nivia,
Maestro de Colombia.
Fotografía del texto,

por José Alba.

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