PROSAS DE LA CONCIENCIA
Dedicatoria.
In memoriam al profesor Hildebrando
Vasco.
Docente
integral, que en mi tránsito por el colegio Nacional Isidro Parra, me inculcó el sentimiento de la satisfacción por
el deber cumplido. Forjando en mi conciencia el amor por
el arte de escribir,
con una metodología que el solo sabía trasmitir.
El autor.
PROSAS DE LA CONCIENCIA
José
Roosevelt Nivia Montoya
PROSAS DE LA CONCIENCIA
Derechos reservados
Editorial ROOCA Ibagué Colombia
DNDA: 10-362-288 -
10-435-349
Editor: José Roosevelt Nivia Montoya y Jenny
Carolina Zamora.
ÍNDICE
CUENTOS
Página 7.............................Viaje sin
retorno.
Página 20..............................El consejero
Cautivo.
Página 31..............................La danza del
yagé.
Página 35..............................Una noche
invernal.
Página 39..............................La mordedura
letal.
Página 48..............................La dama del
parque.
Página 55..............................El hombre que
desafió la muerte.
Página 68..............................A
la pesca de un lucero.
Página 73..............................Cuento
Japonés.
Página 86....………….………El Filósofo Marinillo.
Página 93...…………....……..El Político Macondiano.
Página 99....…………...……..Conciencia de un Proscrito.
POESÍA
Página 159………….………..Poesía
Página 161.............................Corrupción.
Página 164.............................Esposa
mía.
Página 166.............................A
una adolecente.
Página 168.............................Universidad.
Página 172............................Amores
de profesor.
Página 176............................Amor
en sueños
Página 178............................La
casta dominante.
Página 181.............................Madre.
Página 183.............................A
mi Padre.
Página 185………...…………A
la sierra nevada.
Página 187……..
……………Celos.
Página 189…………………...La
melancolía de un lucero.
Página 191…………………..
Vendiendo mi alma al diablo.
Página 194……………………Labrador.
Página 196……………………Reconciliación.
Página 197……………………Mujer.
Página 199……………………Café Arábigo.
Página 201……………………Pensionado.
Página 203……………………Docente arcano.
Página 206……………………Oda a un guerrillero.
VIAJE SIN RETORNO

En la penumbra, los
vecinos me dijeron ver dos parroquianos que abandonaban el cementerio. -Uno de
ellos, señalando en dirección a la cantina LA ÚLTIMA LÁGRIMA, extendió una
invitación, luego entraron.
– Con esta
información, me dirigí al cantinero Indalecio para preguntar lo que sabía sobre
Nicanor, era la última pista que tenía.
Me comentó que en el silencio del crepúsculo escuchó decir: - Ven
querida Inocencia nos tomamos un guaro, hoy que la tristeza me embarga por
segunda vez con la muerte de mi vieja. Recuerdas que hoy hace diecisiete años
la desgracia por vez primera tocó a la
puerta de mi casa. Aun no lo he olvidado, como olvidan quienes viajan
con el tiempo, pues dicen que sana las
heridas del alma, en la mía aun no lo ha hecho, solo las acrecienta.
- Vale Nicanor, la ocasión es propicia, solo
quedamos tu y yo con los recuerdos de infancia que nos une, los demás se
fueron, unos mascullando la pena, otros con
el sabor agridulce del deber cumplido por haber asistido al sepelio de la santa
patrona sin haberla visitado en su lecho de enferma; porque eso era, una santa,
o cuantos desamparados cree que albergó en su casa y les dio educación con la
esperanza de que fueran doctores.
- Hace tantos años
Inocencia, que el destino nos fijó rumbos diferentes, solo hoy que vuelvo
obligado por la ley del tiempo a dar el último adiós a mi madre, nos volvemos a encontrar. Fija
toda tu atención en el cuento de mi vida.
El tiempo se dilata, el espacio se hace
finito por la velocidad con que los recuerdos atropellan mi pasado. Cuando nos graduamos, esa noche bebimos del
cáliz de amor que nos profesábamos, lo he vivido a cada instante, es la
ambrosía que me da la vida. El destino nos separaba, desde el bus donde viajé a
la capital para cumplir el deseo de mi madre: ¡hacerme doctor! Con los ojos
anegados en lágrimas batiendo un pañuelo blanco, te grité… ¿Cierto Inocencia que lo recuerdas?
- ¡Como olvidarlo!
“pronto volveré a secar mis lágrimas en tu regazo”. Hoy después de veintitantos
años nos volvemos a encontrar.
- El vacío que
sentía por el viaje sin retorno al que me enfrentaba, por el amor a linda
colegiala que te profesaba, ese amor que
revuelca las entrañas, que cosquillea el corazón con un desasosiego de soledad
cuando se está ausente; ese amor me ofrecía la sensación de ir flotando a
través del espacio infinito sin posibilidad de retorno. La promesa hecha a mi
madre de ser un doctor, pudo más que el deseo de regreso, causado por el dolor
de ausencia al que nos habíamos sometido por circunstancias del destino.
Sumergido en el ambiente de los intelectuales, la rutina me consumió, solo
vivía para los libros. Como la vida idealista del primíparo sumergida en el
esnobismo, es presa fácil de los cazadores de potenciales militantes políticos
de todas las corrientes, quienes son atraídos con mensajes subliminales,
impartidos por intermedio de ídolos de revoluciones nacionales o foráneas, en
mi caso,
con el cura Camilo
o el Che; en el segundo semestre creía tener en mi mente todas las teorías con
que Lenin había conquistado el pueblo ruso y Ho Chi Minh el vietnamita. Los
resultados que esperaba mi viejecita, hacia el objetivo principal no eran
óptimos, en más de una ocasión fui puesto como carne de cañón en las refriegas
con la policía, siendo llevado preso a las mazmorras del estado. Hice un alto
en el camino, reflexioné. Me convencí de que el sacrificio hecho por el amor
que había dejado allá en donde el sol se consume en el ocaso, valía más que los
ideales a que me conducían los líderes con proyectos foráneos. Pronto enderecé
mi camino y me hice doctor.
El cantinero compartiendo la miseria del
consuelo momentáneo, que el licor ofrenda a los paisanos para calmar las penas del
último adiós a sus seres queridos; me
dijo, - Conozco sus historias, Inocencia no pronunció una palabra, solo
escuchaba, cada trago que recorría su garganta, se notaba que le laceraba el
alma, parecía tener su cuento oculto en el fondo de la conciencia. Nicanor al
sentir el silencio de aquel ser que quiso amar sin límites en el tiempo, con la
que en calles solitarias al abrigo de la noche, había compartido el elixir del
alma, los amores de juventud; su historia continuó.
- Los resultados no se hicieron esperar,
pronto me gradué de abogado con tesis laureada; en el pueblo se comenta que mi
vieja a pasar de su pobreza franciscana, vendió sus pocos haberes para asistir
a mi graduación, fue un acto sencillo pero sublime por su presencia. Jamás se
imaginó que le causaría el dolor más grande en la vida, había puesto todas sus
esperanzas en mí para salir de la pobreza en que nos había dejado una de las
violencias más cruentas que el estado ha generado contra la población más
desvalida de este país, que usted, Inocencia recuerda. Me casé cuando recibí mi
primer empleo como juez.
A los tres años me
trasladaron a un pueblo donde en el silencio de la noche se escuchaba el eco
encajonado, del trino diluido de las aguas arrastrado por un caudaloso río que
nacía en la vertiente de un volcán coronado de nieves perpetuas, descendía por
el cañón, eructando su corriente por las
fauces que se habrían en el pie de monte donde se asentaba la ciudad. Me
instalé allí, con mi esposa y mis dos niños.
Salí a conocer mi
sitio de trabajo, veía como los parroquianos se cruzaban bromas sobre el cuento
de una posible catástrofe anunciada. Escuché que alguien le decía al feligrés
del andén del otro lado, - ¡dizque viene
la avalancha Candelario! . << -
Ole >>, respondió simulando una verónica.
El segundo día de iniciadas labores los
compañeros celebraron mi llegada, recuerdo muy bien la fecha, un trece de
noviembre de 1985. Serían las once de la
noche, cuando una de las compañeras de juzgado se acercó a la ventana para
cerrarla, llovía a cántaros. << - Viene la avalancha gritó>>.
Intenté salir en auxilio de mi familia, pero la primera borrasca de lodo me
arrojó cerca de las escaleras que conducían a la terraza, mi compañera
entrelazó su mano con la mía y me arrastró en dirección al segundo piso, nos
juramos no soltarnos pasara lo que pasara; la casa se desplomó como un castillo
de naipes azotado por la brisa, cuando recuperé la conciencia me encontraba
flotando en el lodo asido a una viga. Serían las cuatro de la mañana cuando llegué
a una pequeña isla donde dos reses temblaban, no se si de temor o de frío, me
acerqué a ellas y allí evité la hipotermia que me tenía al borde del
desfallecimiento. Más o menos a las diez de la mañana, una nueva corriente me
puso en movimiento, serían las tres de la tarde cuando oí voces de auxilio, al
otro lado de una palizada una señora gritaba, aseguré la viga, subí a la
palizada donde estaba maltrecha pero amenazante una serpiente, no tenía otra
opción que matarla, lo hice, ayude a la señora a desplazarse hasta donde había
dejado la viga, continuamos impulsándola, nos mantenía a flote. A las seis de
la tarde anclamos al pie de una colina, donde habían llegado otras personas que
nos rescataron del lodo. Esa noche pernoctamos agrupados para protegernos del
frío, al día siguiente estábamos viajando en helicóptero a la ciudad contigua,
allí nos bañaron con agua a presión, que al combinarse con el lodo se convirtió
en ácido que me dejó laceraciones de por vida.
Con una mueca extraña, el cantinero simuló la
forma como Nicanor había descubierto algunas partes de su cuerpo para enseñar
las cicatrices; al igual que la indiferencia con que Inocencia escuchaba el
relato.
- Inocencia, desde
entonces no he tenido paz. El siguiente
año lo dediqué en cuerpo y alma a buscar a mi familia, cada persona que los
conocía me decía que estaban vivos, recorrí todas las instituciones que
albergaron damnificados, es la hora que no he encontrado rastro de ellos; no se
si los devoró la sociedad con su máscara de piedad, o la avalancha con su orgía
de muerte.
La indolencia del estado ante semejante
catástrofe, los procesos que se vivían en América latina, donde se habían
empotrado en el poder dictaduras que como pan de cada día practicaban la
desaparición y la tortura de los contradictores a los diferentes regímenes,
ensañándose siempre con los más desvalidos; la masacre de los magistrados
cometida en el palacio de justicia en uno de estos países, aunadas con las
ideas revolucionarias que había compartido en la universidad, me condujeron a
tomar la decisión de enrolarme en una agrupación clandestina donde he militado
bajo los
ideales que usted y
yo compartíamos en nuestra época de colegiales. Debiendo burlar todos los
controles militares para poder asistir al sepelio de mi vieja. Aquí vamos
luchando por una sociedad más igualitaria, mi querida Inocencia.
Indalecio me
extendió otra copa de guaro; haciendo un gran esfuerzo para pronunciar el
nombre de Nicanor, el relato lo había conmovido. Sin embargo exhalado un
suspiro, me comentó lo que ese día escuchó: - Ahora te toca el turno Inocencia,
le dijo Nicanor.
- No tengo mucho que contarte. Cuando el
destino nos separó, el fruto de nuestro amor había florecido, estaba en
embarazo, la depresión se apoderó de mí, destrozándome física y
espiritualmente. Por intermedio de tu familia, me enteré de que el objetivo era
hacerse doctor. Decidí soportar el suplicio de la ausencia, pensando en tu
felicidad y el sacrificio hecho por la viejecita. Al año había superado tanto
dolor, ingresé a una institución castrense de allí es poco lo que hay que
decir. Me gradué como agente privado, por informaciones de inteligencia me enteré de que vendrías a dar el último
adiós a ese ser que nos da la vida, sin conocer los dolores del alma que el
destino nos depara. Nuestro hijo creció, se enroló en el ejército, en un
enfrentamiento con la organización donde militas, fue asesinado; desde entonces
he dedicado mi vida a buscarte y hoy te he encontrado.
Me reiteró Indalecio, que con voz firme
Inocencia le dijo: -Quedas detenido en nombre del estado, debes guardar
silencio, cualquier cosa que digas podrá ser usada en tu contra. Dos feligreses
que acaban de entrar, lo esposaron y lo condujeron a un carro militar.
Se comenta en el pueblo que cada vez que
Inocencia visita las mazmorras donde se supone que Nicanor purga su pena, se
escuchan lamentos cuyo eco se refleja en las montañas para bañar el valle donde
se levanta el país de los desvalidos.
He hecho averiguaciones sobre el sitio donde
fue confinado Nicanor, el estado no me da razón, es uno más de los
desaparecidos en el continente de la muerte.
EL CONSEJERO CAUTIVO

Un domingo de ramos, la misa campal era
representada en vivo por el grupo de teatro del colegio “San Antonio María
Claret”, de propiedad de la diócesis.
Simulaba el peregrinaje de Jesús en su borrico por las calles de
Jerusalén. El acto estaba en su punto máximo: ¡De repente¡, sonaron dos
detonaciones producidas por mechas de las utilizadas para jugar tejo, el
borrico en el que viajaba el alumno que hacía la representación de Jesús, se
asustó, corrió en dirección de los alumnos de la escuela, coincidencialmente el profesor Peláez al ver
que iba a atropellar a los más pequeñitos se dirigió a detenerlo, el atuendo
del jumento llevaba un cordón blanco del que utilizan los curas para atarse la
bata blanca a la cintura, con tan mala suerte que el lazo se enredó de una
pierna del docente llevándolo en rastra unos cinco metros. Los feligreses corrieron tras el animal para
inmovilizarlo, casi no lo logran.
Finalmente lo rescataron
para llevarlo a la enfermería, su cuerpo lacerado y su calva raspada era la
dicha de Leónidas y Santiago, responsables de las detonaciones, pues no habían
asistido a misa por hacer la picardía en venganza por los castigos propinados
en la escuela, confiando en no ser pillados porque se salía a vacaciones de
Semana Santa.
Esa
tarde después de asistir al partido de fútbol reglamentario, solicitaron
permiso en sus hogares para viajar a la
finca donde vivían los padres de Leónidas, permiso que les fue concedido. El
lunes a las cinco de la mañana estaban en camino aspirando bocanadas de aire de
la campiña rumbo a la finca Venecia. Para el viaje llevaban terciada la infaltable mochila, cuyo
contenido era: chontas, guayabas verdes y maduras; cauchera de ocho cauchos con
horqueta de hueso, badana en cuero y anzuelos; en el bolsillo trasero un manojo
de piola, los delanteros llenos de canicas. Para una semana dos muditas de ropa
eran suficientes, los pies pronto echarían callo, por tanto el viaje aunque un
poco tortuoso era mejor descalzo, los zapatos aunque rotos debían durar el año.
- ¡Hola jovencitos! ¿Es que
no están estudiando?
-Mamita linda, dame un
abrazo primero. –Después del abrazo, respondió-. -No ve que son vacaciones de Semana Santa; se
me olvidaba mami, él es Santiago, los papas lo dejaron venir a pasar vacaciones
conmigo.
Les sirvió un
desayuno que hacía días no veían, caldo de papa con arepa, carne tostada
al humo del fogón y chocolate con plátano maduro asado.
El resto de la mañana se la pasaron jugando
bolas al pipo, a los tres hoyos, a los cinco hoyos. Por la tarde jugaron
trompo, rumbadora, y veintiuna en el
valero del papá de Leónidas que llegó del tajo
a las seis de la tarde, en compañía de los trabajadores. Con aspecto de
ogro los saludó.
-Hola jovencitos, como me
les ha ido en el estudio.
-Bien papá. – Respondió
Leónidas un poco asustado, conocía la rigidez del viejo.
La
semana transcurrió como un relámpago, cuando se es feliz el tiempo es un
instante; al despedirse el domingo, el
papá les regaló un sinsonte prisionero en una jaula hecha de astilla de guadua.
Leonidas le llamó el consejero cautivo.
Era lunes de pascua, después de la formación
ceremonial con perorata del cura Mejía, sobre los hechos ocurridos el domingo
de ramos. Luego, los alumnos enviados a
sus respectivos cursos. El profesor Zárate
le informó a Leónidas que lo necesitaban en la dirección de la escuela, ir
allí, era como ir al cadalso; el jovencito, que casi se hacía pipi del miedo,
se dirigió al encuentro del tirano director, con la sorpresa que a Santiago ya
lo tenían en interrogatorio.
-Espere su turno. –Gruño el
señor García al ver llegar al alumno, que acompañado con el cura Mejía, que con
sotana negra, parecía un verdugo de la época de la inquisición, hizo que el
niño se orinara a gotitas.
Terminada la declaración de Santiago ingresó
Leónidas. El director con la astucia que aporta la experiencia, haciendo de
detective, le fue fácil hacerlos contradecir. Los niños terminaron aceptando la falta.
Esa tarde el castigo fue terrible infligido
por el mismo director, exceso de ejercicio al estilo militar, combinado con
fuete con varas de café, cada vez que los niños intentaban descansar.
Al día siguiente debieron asistir con los
respectivos acudientes, a quienes se los entregaron con una resolución de
expulsión, que aun existe amarillenta y desleída, después de más de cincuenta
años, en poder de los sancionados, que
a la letra dice:
RESOLUCIÓN
No 08
El director de la escuela urbana de varones
en uso de sus atribuciones legales, en especial las que le confiere constitución de 1886, la ley 92 y demás
normas expedidas por el ministerio de
educación nacional:
C
O N S I D E R AN D O
1. Que
los alumnos Santiago y Leónidas, el domingo de ramos al estallar un trueno
asustaron al borrico donde iba montado Jesús de Nazaret.
2. Que siendo derribado del
jumento, Jesús de Nazaret sufrió lesiones afortunadamente de poca
consideración. Hechos que ocasionaron el
hazmerreír de los asistentes, por lo cual la iglesia en cabeza del padre Mejía,
párroco del municipio, pide una sanción ejemplar.
3. Que en su huida el
pollino arrolló al profesor Peláez, como si los susodichos niños lo hubieran
hecho a propósito, para cobrar venganza de la educación ejemplar que les
imparte, al exigirles cumplir con su deber.
R
E S U E L V E
ARTÍCULO ÚNICO. Expulsar de
la escuela urbana de varones los alumnos Santiago y Leónidas.
Comuníquese y cúmplase,
Abril 22 de 1954
Firma por la
institución. No legible
Firma por la Iglesia Solo se lee Mejía.
El sábado a medio día, cuando habían terminado las preocupaciones
del trabajo semanal, para la familia de los chiquillos nació una nueva, hicieron conciencia de la gravedad del no
retorno de los niños a sus hogares. Había
pasada una semana y la esperanza de que aparecieran se hiciera realidad,
se esfumaba. Indagaron en los posibles lugares a donde hubieran podían
dirigirse, todas las pesquisas fueron vanas, solo quedaba poner en conocimiento
de las autoridades su desaparición. Lo
que no imaginaban los que ahora se rasgaban las vestiduras por la ausencia de
los jovencitos era que por temor, habían partido a refugiarse en una ciudad
donde la sal del mar corroe las paredes de los gaviones que protegen la playa,
así como se corroía la conciencia de los culpables de la huida de los niños,
huida que les haría vivir aventuras, en ausencia del “Consejero Cautivo.
LA DANZA DEL YAGÉ

El brujo de la tribu danzaba
con su cara pintarrajeada, blandiendo sus utensilios silvestres que lo
caracterizaban como amo y señor del baile del yagé. El mama con su varita de
mambiar, en su orgía infinita se desplazaba por los laberintos de su espíritu,
surcando la enmarañada selva, levitando sobre el dosel. Al consumo del bebedizo
compartido, aunado con su tribu, el Dios
jaguar, con sus ojos incandescentes que brillaban cual saetas en la oscuridad
de la noche, dirigía el baile premonitorio del éxito.
La ofrenda a sus dioses
ancestrales, contra aquellos que habían cambiado su cultura, saqueado sus
tierras, violado a sus mujeres, estaba por cumplirse. Pasaporte que el alma de
la tribu en su psiquis profunda al son de los efectos del bebedizo, prodigaba
un epílogo en el desafío a la muerte en la marcha del mañana. Sólo esperaban la
danza de la diosa serpiente interpretada por la hija del cacique Aiwa, que al
son del tintineo de las semillas silvestres, fundiría su cuerpo en la danza del
yagé, reptando con la inmensa pitón que recorría su cuerpo.
La ceremonia estaba por
concluirse. De la espesura se escuchó el tropel de mil demonios que al
tartamudeo de las ametralladoras silenciaron al Dios jaguar en compañía de sus súbditos. Sólo unos pocos
escaparon, otros no tuvieron tiempo de ver el amanecer de la danza de la
serpiente, cuerpos diseminados por las malocas hechos jirones, naufragaban en
su propia sangre. Luego fueron los
capturados a confesar lo inconfesable y enviados como presea a sus dioses sin
el ajuar de sus ancestros.
El fin llegó. Era evidente
que los organismos del estado habían descubierto la futura minga de los Aiwa.
UNA NOCHE INVERNAL

Una noche de invierno en un país austral, de
esos inviernos que nos azota el alma en el mes de junio, bajo mis frazadas casi
húmedas por la niebla que se extendía sobre mi lecho. Esa noche, entre dormida
a veces casi despierta en un estado de letargo fantasmal. Una torre de marfil hizo presencia en mi
sueño, adornada con flores místicas, y una estrella al norte que iluminaba una
figura angelical. Pasó rauda frente a mí, como si viera el alba de aquel día de
invierno, fugaz como el instante que vivía.
La figura
en su presencia espiritual, su alma iluminaba, sus ojos angelicales,
llenos de ternura, ojos presentes que proyectaban en su memoria el enigmático recuerdo de mi padre en su
estado celestial.
Sentí que la frente me besaba, la
sensibilidad de sus labios fulgurantes me hicieron recordar la ternura recibida
cuando aquella figura junto a mi madre me decía mi reina, mi chiquilla adorada.
Con canciones de cuna, no importaba las
noches de invierno con niebla de locura, pero el cántico de sus melodías no me
dejaban desvelar.
Pero su paso triunfante, sus caricias
inmateriales, junto a mi lecho como una visión que deslumbra, me iluminó de consejos para mi bien
futuro, que en la vida siempre
recordaré. Y yo, como pintora de recuerdos hacedora de imágenes infantiles, vi
en el vestido luminoso, la figura
paterna de idílica presencia. Sola en la aurora celestial de aquel día, aun
semidormida, hice conciencia que al colegio debía regresar. Asombrada desperté
abrazada al álbum familiar, donde la foto de mi padre anegada en lágrimas, en
ausencia eterna brillaba con rostro varonil.
LA MORDEDURA LETAL
Es
difícil creer el relato a narrar, sabiendo que lo escuché una mañana de
abril, en uno de los estados depresivos
transitorios que suelen afectar mis sentimientos. No estoy loco, tampoco sumido en una profunda
pesadilla. Pero es deber de mi conciencia hacer saber al mundo, en especial al
científico, la historia que voy a contar.
El sol naciente rasgaba con su aureola
rojiza, los oscuros nubarrones que la tormenta nocturna, depositara como velo
grisáceo sobre las olas de bahía Málaga, en las aguas del pacífico colombiano. Los intrincados juncales que se levantan en
las riveras del caño, que lo conduce al mar, emitían el croar de la rana
pipiens, que guarda en su lomo uno de los venenos más letales para el
hombre. En los esteros más allá del
acecho de la muerte de su mortal veneno, se escuchaba el estrepitoso chirriar
de los grillos que anunciaban el alba de un día que prefiero no recordar. Las
garzas blancas importadas de las planicies del África austral, cuna del
Australopithecus antecesor primitivo del homo sapiens; semejando copos de
algodón sobre la sabana, danzaban
silenciosas con pasos de ballet, con ojos inmóviles, picos puntiagudos al
acecho, sobre los bichos que les servirían de alimento.
El caño, cuyas aguas tormentosas causadas
por las lluvias del mes de Abril, hacía presencia en los manglares donde
termina la marisma. Sobre el lomo de las oscuras aguas cabalgaba una lancha rápida, en cuyo interior viajaba un
profesor con doctorado en Biología, secundado por estudiantes que aspiraban adquirir el título de biólogos
marinos, sin perder detalle de los fenómenos naturales que la sabana describía.
Llegó el instante en que el caño se camufló
en el mar, inspiraron el aroma de la ambrosía salina que la niebla del océano
elevaba al cielo. Surcaron el oleaje donde el agua dulce se confunde con la sal
marina. Se orillaron, arrastrando la canoa que el boga condujo por la marisma,
a través de las dunas costeras. Mirando hacia el bosque, eligieron el mangle
más robusto para fijar el anclaje.
En una libertad sin límites, pronto sus
carpas izaron en dirección del cielo. En un gesto ritual, las jóvenes encendieron el Dios del fuego. Tinto hubo
para todos, desayuno, hasta saciar el hambre de aquel madrugón que terminó en
el habitad de la pelamis. Pronto a un pico pronunciado del escarpado peñón que
proyectaba su sombra sobre la playa, los futuros biólogos ascendieron. Desde
allí se observaban las serpientes desnudas como Venus en la época de celo,
reptando sus cuerpos unos contra otros, para estimular así los deleites de
apareo, imitando el libidinoso amor de los gitanos.
El éxtasis del cortejo, indujo al profesor a
sumergirse con sus discípulos en el mar, donde ondeaba la muerte. El objetivo,
mirar de cerca la cópula y los genitales en apareo de aquel ser letal color oro
por el envés, plateada su cola y su parte superior negra como la muerte. Fue
tanto el placentero observar de la práctica estudiantil, que las horas se
hicieron instantes, de repente el cansancio y la hipotermia no permitían que
alumnas y alumnos de la Universidad del Tolima, observaran más la pelamis
escarlata, en la danza de Cupido.
Aún, en hora tardía, el docente inició la
retirada. Los alumnos lo siguieron. El mar iniciaba su oleaje de recelo, por la
penumbra y la marejada, difícil era ver el lecho de verdes algas satinado. De
repente un alumno gritó:
-Profe quédate quieto, una pelamis está cerca
a tus piernas. -Es tarde compañero el letal veneno me ha inoculado. Cuando en
el bello mar el sol se escondía, el letal veneno al profesor su visión empezaba
a oscurecer.
Pronto la barcaza estuvo a flote en
contravía del caño oscuro, con el biólogo semidormido, donde uno de ellos,
aprendiz de herpetólogo, al momento de la mordedura le decía:
- ¡Hay! profe se va a morir, usted mismo nos
dijo que contra el letal veneno de la pelamis no, existía antídoto.
Ahora le animaba a vivir, le rezaba y lo
animaba a tener fe, era posible un milagro. En pausados giros, el aire suave la
piel semidormida del profe acariciaba; la veloz huida de la muerte en la noche
de crepúsculos ignotos, la lancha casi naufragaba. En la eternidad del viaje,
sin conciencia, el actor de la tragedia veía la luz iniciar en el túnel del
tiempo que lo conduciría al imperio celestial. En sus delirios platicaba sus
clases magistrales, sus recuerdos de amores estudiantiles, de aventuras
idílicas con alumnas en tardes de verano en moteles de la ciudad de los
ocobos.
El desplazamiento fue rápido por la Playa El Almejal, cerca al pueblito
de El Valle en medio de Bahía Solano y El Parque Nacional Ensenada de Utría, en
el pie de monte de la serranía del Baudó. Los nativos recibieron a la mayoría
de los practicantes para alivianar la lancha. Pronto estuvieron en el centro
hospitalario de bahía Solano. Aplicados los primeros auxilios fue trasladado al
aeropuerto, donde una avioneta lo llevó a la ciudad de Cali.
A partir de su ingreso a la
clínica Santiago de Cali, quedó por cuenta de la entidad prestadora de salud,
acompañado de su familia, en especial su esposa. Los compromisos de trabajo de
los hijos, solo permiten transitorios recuerdos. Su consorte, junto al lecho de su inconsciente amado, el
desfigurado armónico de su loca risa, como adelanto de su partida oía.
Una mañana, después de
discurrir un mes sin memoria, despertó de su estado de coma, sin embargo
aquella figura angelical que veía, en su estado de conciencia no reconocía.
Lentamente al pasar el tiempo, con las pláticas de su amada, recuperó la mayor
parte de sus funciones psíquicas.
Al hacer conciencia de que su cuerpo servía
de experimento, al verse rodeado por un grupo de delegados de la comunidad
científica internacional, quienes lo habían declarado patrimonio de la
humanidad, por ser el único sobreviviente
al mortal veneno de la pelamis platurus. Se levantó del lecho, con furia
dijo:
- No soy ratoncillo de indias, váyanse a
experimentar en el infierno.
LA
DAMA DEL PARQUE

Bajo
un calor sofocante, caían los rayos del sol sobre el dosel del parque. La
mañana se venía encima. En medio del calor y la luz matinal, una abuela
pensionada salió de su casa, mansión adornada en su fachada con pinturas de
esbeltos caballos blancos con fondo azulado y bridas de plata, plasmadas en
acrílico por su nieto pintor. Como siempre, con recatón, rastrillo y unas
semillas de jazmín en sus manos caminaba; vestida de overol, camisa y gorra de
amplias alas para la ocasión.
Era
el día de la madre. Enfadada la abuelita parecía, se dirigió con decisión al
parque en cuestión, a iniciar su labor. Sus manecitas suaves y blancas como la
tez de la flor de gladiolo, estaban prontas a sacrificar su tersura, para
continuar sembrando el jardín que siempre
soñaba, donde se permitiera departir con
alegría los comentarios de sus vecinas. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría hacer
tertulia con la esposa del profesor y la compañera del alemán! ¡Si se atreviera
a sacar una sola bolsa de semilla de jazmín,
y dispersarla en la tierra rojiza!, ¿nacería? Si algunas de las otras
habían nacido, porque esta no. Se imaginaba: << ¡cómo se verían de
hermosas las tres, digo las cuatro, faltaba la gorda del barrio, en medio del
frondoso jardín! >>.
Se sentó en una de las bancas de la
plazoleta, que ella gestionara ante firmas privadas, para bienestar del barrio.
El dinero destinado para zonas y parques verdes, lo había consumido la
corrupción. El ideal era continuar con
la remodelación de la zona verde. El calor calentaba el alerón de su
gorra aguadeña adornada con ancha cinta satinada de color negro. Su cuerpo
sudaba copiosamente; pero no se atrevía a regresar a su casa; sabía que esa
fecha siempre le había dado el peor de sus malestares familiares. El erial en
que se había convertido el parque, antes de ella iniciar su gestión, era cuna
de viciosos o de amantes furtivos que hacían el amor en la lugubrés del
silencio nocturnal, cuando los murciélagos en vuelo siniestro arrebataban a la
pera de Malaca sus frutos rojos, como la sangre que emitía el himen de las vírgenes sin control, que ocasionalmente eran
defloradas en la banca de maderos desgastados por el tiempo, que ocultaban las
frondosas ramas del árbol, cuando el viento soplaba allí con furia.
Mientras
soñaba despierta, una idea llegó a su mente, una sonrisa iluminó su rostro. La
solución era recolectar ofrendas en dinero, para diseminar en las materas
tierra cultivable. Porque no empezar con la amargada vecina solterona, que el
día de la instalación de las bancas le pusiera problemas, pues era ella la que
se creía dueña del barrio y con la disculpa de servir para atraer drogadictos y
parejas a hacer el amor, ya que ella no podía, la amenazó con furia. Pero las
almas nobles perdonan, se dijo y pensó: <<ella será la elegida para
contribuir con lo de la tierrita>>.
De
repente, tras ella el nieto pintor con ira mayor la tomó de la mano y casi a rastras a la casona, devolvió. La abuelita
caminaba, digo tambaleaba, pues, con los piececitos desnudos, a los estrujones
del nieto sus zapatillas de fique en una de las aceras rodaron; llevaba en el
bolsillo del delantal de lona, algunas docenas de semillas de girasol, camelias y gardenias.
Gimiendo de la rabia le enseñaba semillas al jovenzuelo, que tenía en una de
sus blancas manos, para que la dejara hacer su labor; todas las semillas
rodaron por el suelo. Para la abuela era un mal día. ¡Pobre abuelita! Los rayos
del sol iluminaban sus largos cabellos rubios, peinados con bucles que el
atrevido nieto des remolinaba, antes de regresarla a su casa. Al entrar: asado,
ponqué, vino y otros manjares lucían en la mesa del comedor, con una cinta de
color lila, que imitaba ser llevada por el jinete de un caballo nacarado que
decía: “Feliz día de la madre abuelita”.
De repente el nieto vio en lontananza el pasó de una estrella fugaz, la
abuelita le había dicho si no me sueltas mi alma subirá en este instante al
trono de Dios.
Los días pasaron la abuelita no regresó, dicen en
el barrio que viajó a un país del norte, otros que se intoxicó el día de las
madres, también la posibilidad de morir de un ataque al corazón. Lo cierto es
que las semillas, regadas aquel día, le ofrendaron un hermoso jardín y las tres
vecinas en las noches ven una viejecita de blancos cabellos con sandalias, con
traje de verdes hojas tejidas y una gorra aguadeña; recogiendo flores para
luego elevarse al cielo.
EL HOMBRE QUE DESAFIÓ LA
MUERTE

No era fácil. Asistir al colegio
departamental de Planadas desde las laderas del corregimiento de Bilbao, tenía
sus riesgos. Era zona de guerrilla, de delincuencia común y otros peligros. Sus
padres habían sido víctimas de una de las tantas muertes, que jamás se
esclarecieron. Siempre en Colombia la norma ha sido la impunidad, no la
excepción. La justicia se compra, se vende, se calumnia o declina por
vencimiento de términos, siempre en situaciones que tocan a los poderosos.
Lorenzo Cienfuegos del Monte había quedado
solo con su hermana Selene a la edad de diez años, cuando ella tenía ocho. La
edad no fue obstáculo para llevar avante lo que sus padres les habían legado.
Con sentido de responsabilidad y sacrificio, en las mañanas realizaban las
labores campesinas que el terruño exigía, luego eran retribuidos sus esfuerzos
con los productos de pan coger y de cosecha.
A la una de la tarde, repetían a diario de
lunes a viernes, el mismo recorrido, viajar de la finca al colegio
departamental de Planadas para ilustrarse, con la ilusión, de un día no muy
lejano, viajar a la capital a estudiar en la universidad. En ese instante, El
cursaba once, Ella noveno.
Un día cualquiera de los
trescientos sesenta y cinco que trae el año, regresaban a la casa, bordeando el
risco por donde serpenteaba el camino, que conducía a la fonda de Don Eustaquio
en el alto de la Guala. Surcaron la quebrada que se precipitaba desde la
montaña, en cuyo viaje sin fin, adornaba con nívea brisa el guadual que se
mecía con los vientos de agosto al pie del charco que formaba la caída.
Ya con paso cansado atravesaron la húmeda
hondonada, que a sus pies dio descanso. El cielo en su ritual de penumbra
empezaba a desdibujar el paisaje, que cafetales y guamos a plena luz del día de
verde se vestían.
Coronaron la cima, desde
allí se observaba la lenta nube que cubría abajo la loma, con sensación de
alivio se acercaron al mostrador y con voz cansada solicitaron algo de tomar,
él consumió una cerveza fría que se deslizó por su garganta calmando la sed,
hidratando su cuerpo. Ella candorosa morena de rizos negros, consumió una
gaseosa casi congelada. Solo el primer trago descansaba en sus vientres, cuando
de la frondosa campiña donde florecen silvestres orquídeas y lirios, un grupo
de guerrillos irrumpió en el patio.
El que parecía el jefe con voz de comandante
ordenó que cuatro centinelas hicieran de guardia, uno en cada punto cardinal.
Los demás tomaron posesión de la fonda y le ordenaron a Don Eustaquio que
repartiera cerveza a toda la comisión.
- Jóvenes -dijo el comandante Carlos-, los
invito a compartir la canasta pedida.
- Solo bebo una para la sed, mi hermana no
toma. –respondió Cienfuegos con pausada calma.
- ¿Ella es su hermana? –preguntó el jefe
guerrillero.
- Sí -dijo uno de los miembros de la
escuadra, dirigiéndose al comandante, por ser nuevo jefe no conoce aún la gente
de la región.
- Pero está muy linda, muy pronto iré a
visitarlos, si quieren pueden retirarse.
Cienfuegos invitó a su hermana a continuar
su camino, la morada estaba cerca, mascullando las palabras del comandante, por
las miradas realizadas a su hermana se convertía en un peligro para ambos. No
había otra opción que armarse para defender con su vida la dignidad de ella, si
era necesario.
Una mañana del mes de Diciembre, cuando los
hermanos Cienfuegos del Monte disfrutaban: Uno de su título de bachiller y ella
de haber cursado el grado noveno; el comandante de la escuadra irrumpío en el
patio, sentándose en una de las bancas de tablones desteñidos, cobijadas por la
neblina, que lentamente se calentaba bajo los rayos del sol que se filtraban
por las luceras informes que las nubes formaban en el horizonte. El soplo
gélido de la brisa que ascendía por el cañón, formado a lado y lado del hilo plateado de agua cristalina, que descendía
del cerro como queriendo devorar el llano, avivaba el fuego de los leños
amontonados sobre la tapia, elevando espirales de humo que se perdían en el
horizonte.
En ese momento Selene se encontraba
acompañada de doña Nieves, que también había sido heredada de sus padres y en
la época de la dura orfandad se había convertida en la segunda madre. Lorenzo
en la ladera alistaba leña para surtir el fogón.
El comandante ordenó a doña Nieves desayuno
para él y sus siete guardaespaldas. La señora se dirigió a cumplir lo mandado,
Selene a la despensa a llevar lo necesario. El comandante aprovechó la
oportunidad para galantear a la jovencita, en el momento en que se le acercaba
entró Lorenzo depositó los leños en su sitio. Empuñando el revólver que llevaba
en el cinto dijo con furia:
-Qué se le ofrece
comandante. Nadie le ha permitido ingresar a la casa.
- Soy la autoridad en la
vereda y hago lo que me plazca. –Respondió el guerrillero.
- No mientras yo sea el
dueño de esta finca. Selene a la cocina. Desayunan y se van, esto lo sabrá el
comandante general el señor Jerónimo. -Dijo con arrogancia Lorenzo.
Al escuchar el nombre de Jerónimo, el
guerrillero acató lo dicho por el joven, desayunaron y se fueron, sin antes
lanzar una amenaza: - <<Esto lo arreglaremos antes de lo que piensa
jovencito>>.
Los sábados en Bilbao, los pobladores de las
veredas llegaban a hacer la remesa para la semana y distraer la monotonía del
trabajo campesino, bebiéndose unas cervezas con las trabajadoras sexuales que
venían de otros pueblos y regresar en el ocaso a su trajín diario. Por temor al
comandante Carlos, Lorenzo había llevado a Selene y a doña Nieves para que visitaran en el pueblito a una de sus tías.
El sexo en todos los seres creados por la
naturaleza es una necesidad para la perpetuidad de cada especie, el hombre no
es la excepción, máxime cuando no se
tiene compañera y la abstinencia es prolongada. Cienfuegos en horas de aquella
tarde departía con una elegante jovencita de tez blanca y cabello dorado, que
lucía sus encantos semi vestida con una minifalda que le dejaba ver su parte
íntima cada vez que cambiaba de pierna para hacer carrizo; el descote de una
blusa rosada dejaba ver sus amplios pechos nacarados.
Irrumpió en el bar el comandante Carlos,
protegido por los siete guerrilleros de siempre, donde Lorenzo y otros
campesinos escuchaban música de despecho
acompañado, cada quien, con su cortesana para distencionar el trajín de
la semana.
El comandante Carlos había sido informado de
las actividades que Lorenzo Cienfuegos del Monte realizaba en Bilbao el día
sábado, con premeditación había planeado la forma de provocarlo para quitarlo
de en medio, para conquistar a Selene, por las buenas o a la fuerza como era su
costumbre.
- Joven Lorenzo, nos encontramos antes de lo
esperado. Ya me sapió con el comandante general.
- No es mi interés tener conflicto con
ustedes, pero si toca, desafiar a la muerte ha sido mi pasión, aunque sean
mayoría.
- No la ponga tan complicada, como no me ha
sapiado y no me permite galantear a su hermana, con la monita me conformo.
- Ella está conmigo y aunque no es ni mi
hermana, ni mi novia, para que se la lleve antes debe matarme.
El salón enmudeció, la gente sabía del
valor de Lorenzo y conocía el dolor que flagelaba su alma, la muerte de sus
padres a manos de las fuerzas oscuras que abundan en el país del sagrado
corazón, aunque se especulara, por colaborar con la guerrilla. Lo cual no se
había esclarecido, la guerrilla también era sospechosa.
Conocedores en la habilidad del manejo de
las armas del comandante, sus compañeros propusieron un trato. Un duelo con
revólver o pistola, si Lorenzo no tenía arma se la facilitarían. Prometieron
ante la multitud que se había aglomerado, que en el remoto caso que Lorenzo
ganara, se le respetaría su vida.
- Dijo Lorenzo-. – Acepto el reto, no
necesito de sus enmohecidas armas que en más de cuarenta años de violencia, no
han dejado sino dolor y muerte. Tengo la mía. Espero cumplan lo prometido, en
su palabra ya no cree nadie.
Salieron a la calle, Cienfuegos propuso que
fuera de frente, temía por la deslealtad del adversario. Se separarían cien
metros y a la orden de un disparo de una persona neutral, empezaría el duelo.
Lorenzo fue más veloz y de un certero disparo le atravesó el corazón al
comandante.
Al ver que Carlos yacía en el suelo, los
siete guerrillos restantes dispararon contra Cienfuegos, quien prevenido y casi
seguro que esto ocurriría disparó su Smith Wesson, acertando en el pecho y el
vientre a dos de ellos, que pagaron con su vida su osadía. Lorenzo tendido de
espalda fue descuartizado a machete y parte de su cuerpo lanzado a los perros,
negándole el derecho fundamental de todo ser humano. Ser sepultado
cristianamente. Transcurrida una hora, el pueblo se había amotinado, los cinco
guerrillos restantes, al perder el control, su cobardía los hizo huir con rumbo
desconocido. El episodio causó honda conmoción en la región, lentamente
retiraron el apoyo al comandante Jerónimo y por más disculpas, discursos
revolucionarios y apoyo a los campesinos, fue perseguido por el ejército y
finalmente dado de baja.
Al enterarse Selene, cuentan quienes
presenciaron el dolor de su tragedia, que primero abrazó y lloró con lágrimas
que se convertían en rosas al comandante Carlos y luego los pocos restos que
quedaron de su hermano, con lágrimas que se convertían en sangre.
A
LA PESCA DE UN LUCERO

A
la luz del amanecer, cabalgando sobre el vaivén de las olas del océano
Atlántico en las costas de las Bahamas, una lancha con motor fuera de borda,
con cuatro pescadores y un poeta, regresan de sus labores cotidianas de pesca.
Bajo la luz de la luna, dos luceros parecían acompañarlos. Al dirigir la
embarcación hacia la luz, una sirena exhibía incandescentes destellos en los
pezones. Con sorpresa los pescadores observan, como el poeta en forma misteriosa
es lanzado al agua, en medio de la tempestuosa mar. Eolo, celoso, con su furia
lo consume en las tinieblas oceánicas con sus épicos vientos. La amorosa
sílfide desafía las simas borrascosas, para rescatar los versos del poeta de
sus sueños. Lo cobija con sus brazos, adhiriéndolo a sus pechos con pezones de
diamante. La luz diáfana le permite al rapsoda respirar en el océano. La lucha
por conservarlo entre sus senos, desafiaba la muerte de ambos. Invocando a
Poseidón, su protector, se desató con furia titánica una lucha entre los
dioses. Pronto la mar se crispó de olas gigantescas, Poseidón, asiendo a Eolo
lo sumergió donde los vientos perdieron su furia. Mientras, la sirena con la
venia de Poseidón, condujo al poeta a los arrecifes donde mora en el fondo marino.
Canta en el silente azulado de rocas coralinas la oración a Poseidón, la magia
de su canto abre la entrada abismal de su morada. En su castillo de rocas
purpúreas, con lecho mullido de algas de todos los colores, muebles en rocas con incrustaciones de diamante,
complementan su soledad.
Ahora, Ella descansa en una silla mitad pez
mitad humana, él bajo una rompiente arqueada. Con los acordes de su quejumbroso
saxo le cuenta su soledad marina; en copa labrada de zafiro, cuyos bordes
brillan con iris trémulo, le ofrenda con el vino negro extraído de la sangre
del tiburón plateado. Le enseña la colección de diamantes que luce en sus
pechos, cada noche. De su colección secreta, le regala uno por cada verso que
le cante al acompañamiento del jazz de sus amores, para que redima con sus
destellos a un niño de las zarpas de la guerra.
Se libera Eolo, con su furia le arranca el
poeta a la ninfa de sus brazos, yace
dormida soñando en la compañía del poeta loco que escribe sonetos áureos y
resplandecientes rimas. Beodo en su siesta, tarde llega Poseidón, en su lucha
producen el huracán Katrina, lanzando los náufragos y al poeta a las playas de
Luciana, devastando la ciudad del saxo, Nueva Orleans.
CUENTO JAPONÉS

El gigante crucero Lacomte
se mecía inmóvil sobre la cresta de las olas del mar del Japón. Había llegado a
su destino. A la ciudad de Fukushima. Al
anclar frente al bullicioso puerto, salí de mi camarote. Me dirigí a estribor
para contemplar el paisaje que tenía como fondo la ciudad misma, y a la
vez, montañas coronadas por nubes
caprichosas que con su dimensión fractal dibujaban formas que la mente no puede
imaginar. Eran las seis de una mañana gris, las luces con su hálito despedían
los últimos vapores de agua que la noche había depositado en sus entrañas.
Parecían jugar, al entrecruzar rayos lumínicos de todos los colores que se
reflejaban en las montañas, para luego morir en el fondo del océano.
Ensimismado en mis
pensamientos escuché una voz lírica que parecía surgir de estribor, era Chin
que me hacía volver de mis alucinaciones. Este actor y cantante japonés, que
tanto ha dado que decir al mundo por su talento como por sus extravagancias, de
repente se encontraba de incógnito a mi lado compartiendo los mismos ideales.
Nos conocimos por
casualidad en el crucero un día que fuimos invitados por el capitán a una
velada íntima, dirigida por Felicia y sus alegres cortesanas. Aquella noche una
de las cortesanas nos condujo a un salón
donde sobresalía una mesa de
cristal, tallada con centauros, enmarcados en flores de Liz pintadas con hilos de oro. Se veía en el
centro una cuba de cristal de murano con una disolución de piedras preciosas,
entre las cuales prevalecía un diamante de un color amarillo pálido,
candelabros en oro macizo adornados con esmeraldas de la Colombia de las
desigualdades sociales, vino, champan burbujeante y demás excentricidades para
el momento. La luz de los candelabros se descomponía en el contenido púrpura de
la ambrosía, depositada en las copas recién servidas, mientras Felicia con el
dedo índice adornado con anillos elaborados en platino y oro, daba órdenes a
sus muñecas orientales de ropas ligeras, para que no quedara detalle sin
cubrir. La fiesta fue fenomenal, el placer en el tiempo se diluyó, menos la
noble amistad iniciada con Chin.
Una vez en tierra, en una
limusina de última generación especialmente asignada a Chin, nos condujeron al
hotel Koriyama. El extravagante lujo en el interior del auto, me dejó sin
aliento. Sobresalían: una pantalla gigante de televisión 3D, que proyectaba los
sitios de la ciudad por donde nos desplazábamos, dos sillones reclinables de piel
de elefante, de un color azul oscuro, con descansa manos de oro. En su
intermedio, un bar elaborado en cedro negro que contenía exquisitos licores y
bebidas pasantes, sumergidas en cristales de hielo en una cuba de platino. Piso
y techo en paño satinado de color morado oscuro, adornado con incrustaciones de
piedras preciosas y rutilantes luces de neón. El viaje fue breve y el coloquio
casi imperceptible.
Lamenté la llegada al
hotel, quizá no volvería a disfrutar de un viaje en una lujosa limusina. El hotel
de cuatro pisos de arquitectura Asuka, ofrecía todo el confort que el más
exigente turista pueda solicitar. Instalado, me di una ducha. El agua
cristalina a una temperatura que a voluntad podía regular, me dejó como nuevo.
Eran las siete de una noche
bulliciosa, la brisa salada entraba a mi habitación. Golpearon a mi puerta, era
Chin, con una venia le invite a entrar.
-
No, -me respondió. – Vengo
a invitarlo a una velada con las geishas que me dan la bienvenida, es la
costumbre.
-
Muy gentil. Fue lo que pude
decir.
Caminamos a la suite, en la
sala principal con decoración oriental, había un ramillete de seis preciosas
angelitas japonesitas en kimono, dos maikos y cuatro geishas, se diferenciaban
en el kimono, la similitud en el maquillaje era sutil. Asistíamos a una
ceremonia clandestina llamada dentro del
comercio de las geishas, mizuage, -prohibida después de la II guerra mundial-. La ceremonia consistía en pasar, de
maiko a geisha a las dos aprendices, donde después de una hermosa velada
artística por parte de las geishas se subastaba la virginidad de las maiko. La
profesión de geisha, en la actualidad es legal y de libre albedrío. Al ver a esas
hermosas mujeres, cargadas de tantos detalles y simbología me transporte a la
época de samurais, de luchadores de sumo, de mimos y pierrrot, que vivieron en
el país de los emperadores del sol naciente. En aquella época, quizás parte de
su tristeza se escondía en sus caras de mimo, reflejando una imagen bucólica,
pero que en su faceta de teatro mostraban al mundo la imagen de simpatía,
seducción y fascinación. Un mundo de mujeres, controlado por mujeres.
La velada se
inició con la ceremonia del té. Chin y yo sentados en sofás individuales
enmarcados por alfombras venidas del oriente o el tulipán, nos limitábamos simplemente
a observar el desarrollo de la ceremonia. Acto seguido, las cuatro geishas cada
una con un shamisen, iniciaron un concierto que ni los burgueses de la Europa
moderna, jamás escucharon en la escala de Milán. Danzaron okuni frente a
nosotros, inclinando sus rostros cubiertos con pintura blanca, tan blanca como
el marfil que mostraban sus sonrisas. Acto final, interpretaron la ópera Marcha
triunfal-Aida del italiano Guiseppe Verdi.
La ansiedad por la esperada actuación de las
vírgenes maiko, me sumía en un sopor asistido por el calor del verano estival
que llegaba con su sabor salino, desde el mar nipón. Me sorprendió la presencia
directa de ellas al lado nuestro. En el trascurso del coloquio me enteré que
estaban en el aprendizaje de geishas y
que esa noche era su graduación. La okasan, había ofrecido sus servicios al
manager de Chin, para el recibimiento, antes del concierto que ofrecería en la
ciudad.
Al despedirnos de las geishas y la okasan,
nos dirigimos a las suites a cumplir con el compromiso de la tutora de las dos
princesas maiko. Desde el pasillo, se observaba un hermoso
jardín adornado con figuras de elefantes, pavos, cisnes hiperbóreos construidos
en flores, que con su silencio cantaban la dulzura y la nostalgia de mi maiko.
Una vez en privado, girando su kasa, a intervalos sincronizados, me enviaba
tras una sonrisa un miokuri o un kanoko-dome con
los que adornaba su blonda cabellera. El ceremonial duró unos diez minutos.
Luego se sustrajo su obi-dome y danzando como gacela lo deslizó por mi cuerpo.
Repitiendo la rutina con su obi-age, me dijo: -mi nombre es Sayumi.
En el recinto
se sentía una paz infinita, de repente el oleaje creó
una bruma melancólica que invadió mi cuerpo. Ella altiva y soberana,
concentrada en su arte, continuó: Inició el despojo del kimono de su cuerpo,
recuerdo haber visto un seno angelical como el de la blanca muñeca de porcelana
de Pekín, con pezón carmesí, que jamás olvidaré.
De repente sentí que todo
quedó en tinieblas. El tsunami que sumergió a la ciudad, nos arrastró con su
furia hacia la planta atómica de Fukushima. Me vi en el
fondo del océano de la mano con…, Sayumi. Sutilmente recordé el nombre de pila
que me había pronunciado la frustrada geisha. La sorpresa fue aún mayor cuando
me di cuenta que respirábamos igual que los pececillos que nos rodeaban en el
arrecife donde fuimos depositados. El cuerpo de Sayumi era mitad pez, mitad
humana, para mi satisfacción pez de la cintura hacia arriba, lo que le permitía
respirar, humana de la cintura hacia abajo. Sin embargo, la figura de pez
estaba representada sólo por escamas, se conservaba la belleza de la totalidad
de las facciones de la figura humana. Por estar en el análisis de mi hermosa
doncella, no me había dado cuenta que también había sufrido la misma trasformación.
Nadando por la inmensidad del océano
contemplábamos hordas de peces de todos los colores y tamaños. Formas de
escualos gigantes que reclamaban su territorio. Sobresalían los delfines que
jugueteaban a nuestro alrededor, intentando descifrar nuestras formas con su
lenguaje de ecolocación.
Se veía a distancia una cadena montañosa
similar a la cordillera de los andes. Nos dirigimos a ella. Penetramos en una
caverna que parecía de nunca terminar. Sorpresivamente, frente a nuestros ojos
una planicie se hizo visible, donde edificios de todas las formas
arquitectónicas se distribuían simétricamente en el interior de burbujas de
cristal, bajo el techo submarino de la gigantesca bóveda incrustada en el
interior de la montaña. Fuimos rodeados por seres que habían adquirido la forma
corporal que Sayumi y yo teníamos, sin decir una palabra nos condujeron por
laberintos subterráneos hasta entrar en la ciudad acuática. Sentí una sensación
de bienestar al poder henchir mis pulmones de aire puro, era magistral poder
respirar en el agua como lo habíamos hecho después del tsunami y como lo
hacíamos ahora al aire libre.
La ciudad, tan moderna como los centros urbanos de
tierra firme de los continentes donde habitan las burguesías más recalcitrantes
del planeta, no presentaba diferencias sociales, todos los sirénidos tenían los
mismos derechos. Los supermercados atiborrados de productos del mar, tal como
lo describe Julio Verne en veinte mil leguas de viaje submarino. El cuido de la
naturaleza submarina era impecable, la minería era explotada con técnicas
científicas, que no producen el más mínimo daño a los ecosistemas. La educación
preventiva en todos los ámbitos, es el fundamento de la sociedad. Existe
un no rotundo a la energía nuclear. Como
me es imposible narrar en detalle las maravillas que observé en tan moderna
sociedad, podría decir finalmente que están adelantados respecto a nuestra
civilización, unos doscientos años.
Nos condujeron a una oficina gubernamental,
nos explicaron que los pioneros de la ciudad eran sobrevivientes de las
explosiones nucleares sobre las ciudades de Hiroshima, Nagasaki y los
experimentos nucleares submarinos de los que se hacían llamar las potencias
mundiales, que por alguna circunstancia físico-química a nivel subatómico
producía el fenómeno de esta metamorfosis, en algunos seres humanos. Nos
solicitaron a voluntad hacer parte de esta nueva sociedad o revertir nuestra
trasformación biológica y regresar a donde habíamos iniciado nuestro
peregrinaje involuntario. Al unísono, solicitamos regresar, con el sano
propósito de dar a conocer al mundo de las injusticias, tanta maravilla.
Sintiendo la sensación de que los sirénidos
deambulaban en nuestro mundo, desperté en mi apartamento de la Bagdad de
Sherezada, Chin entonaba una melodía clásica y Sayumi danzaba con su kimono de
geisha.
EL FILÓSOFO MARINILLO

Una luz tenue se veía en
lontananza, el crepúsculo de una tarde invernal llevaba próxima la noche de un
día de julio. Tras la luz caminaba un joven casi niño que había cumplido los
dieciocho años, la costumbre en aquella región inhóspita de inviernos saturados
de niebla, era que, cumplida la mayoría de edad debía hacerse hombre viajando
por regiones lejanas donde el espíritu maduraba a fuerza de sufrimientos
infringidos por costumbres arraigadas en otros horizontes. Caminaba con sus
pertenencias, que consistían en: una vaca sarda que llevaba de cabresto, dos
gallos finos terciados en mochilas de fique, una perra negra que era su fiel
amiga, una guitarra al hombro, un derruido carriel con un par de dados y una
baraja española, debiendo vender la vaca
en la feria y jugar los gallos finos en la gallera del pueblo, donde arribaría al
amanecer, para luego costearse el viaje que lo conduciría a las tierras del
viejo Caldas y del Valle.
Llegó a la cabecera
municipal de su pueblo natal en el
momento oportuno. Era el diecinueve de julio, día de la fiesta del
Carmen, espacio de regocijo para los ciudadanos. Durante tres días había ferias
y jolgorios, con muestras folclóricas de todo tipo. Terminados los festejos en
los cuales había participado con desbordada emoción, solo le quedaban unos
pesos. Para poder completar el dinero del viaje a Caicedonia, debió vender su
fiel compañera.
Su desplazamiento en
berlinas modelo mil novecientos cuarenta y seis hasta la ciudad de Ibagué le
produjeron más de un malestar, puesto que, montañero que se precie al viajar en
un artefacto que se desplace, debe sufrir de mareo que revuelque las entrañas.
Si el sufrimiento en tan corto trayecto lo dejó exhausto, no es difícil de
imaginar el que le causó trasegar por el paso de la línea hasta llegar a
Calarcá. Estaba cerca a su destino, ese día pernoctó en una finca, su
presupuesto se había agotado y debía aprovechar la cosecha cafetera, trabajar
al jornal recolectando el grano, para poder continuar el viaje. Después de
trascurrida una semana, recibió la paga, salió a la trocha que unía la verada
con la ciudad de Armenia, tomo un Willis para continuar el viaje. El conductor
ebrio le ordenó subir al capacete de lona, el típico jeep iba repleto de bultos
de café y pasajeros. El chofer inició la marcha a los verracasos. El estrecho
sendero para un conductor borracho, pronto se convirtió en peligro, en una
prominente curva se fue por el despeñadero. El único sobreviviente, el que
viajaba en el capacete.
Pasados unos días en el
hospital, le dieron de alta. Al regresar a la vida normal, había perdido la
noción del tiempo y el espacio, convirtiéndose en un habitante del mundo
metafísico elucubrando discursos filosóficos cada vez que se emborrachaba, con
una nueva conciencia que el mundo no podía comprender.
En su nuevo estado,
resultado de, no sé qué trasformación
físico espiritual, representa desde entonces en el fondo de su inconciencia, el
filósofo que dominó el racionalismo y analizó en profundidad con sus
disquisiciones la teoría de la causalidad inserta en el pragmatismo moderno,
valiéndose del racionalismo aristotélico y la filosofía kantiana, teorías que
hizo extensivas a la filosofía de
Habermas. Nadie lo conoce, pero el escepticismo teórico, hará posible que Jaime
el Marinillo, como se llama el ser que
navega en sus nuevas disquisiciones con el incierto teorético de su conciencia
iluminada por el alcohol, quien dialoga con seres metafísicos, algún día le
darán reconocimiento internacional.
Su viaje se convirtió en un
periplo por las polvorientas carreteras de todos los pueblos y
veredas de la inhóspita Colombia de la década de los años cincuenta.
Colombia carnavalesca se hechiza y danza al son de bambucos,
pasillos y torbellinos. El filósofo de nuestro cuento, enajenado por el alcohol
y su nuevo estado, se toma por asalto tarimas y tablados donde se ameniza el
folclor popular, con rústicos micrófonos arenga al populacho con disquisiciones
tan incoherentes como los discursos de los políticos de la época. El pueblo lo
aplaude, entusiasmado le solicita que haga sonar su guitarra. ¡Oh! Sorpresa, el
accidente trasformó también su voz, convirtiéndolo en uno de los cantantes más
excelsos de música Colombiana, hoy reconocido a nivel internacional.
EL POLÍTICO MACONDIANO

En una ciudad de Macondo
existía un sacerdote de pelo cano, dedicado a servir a la sociedad. Condenaba
todo tipo de comportamiento que fuera en contra de los principios morales de la
feligresía, denunció la pederastia cometida por curas de otras parroquias y las
hizo públicas en este país de lo insólito.
En sus treinta y cinco años
de servicios, la curia consideró que el padre Calixto debía ser ascendido a
monseñor, razón por la cual fue trasladado a la catedral de Piamonte, capital
del departamento donde ejercería su nueva labor sacerdotal.
La comunidad agradecida con
los oficios prestados por el nuevo monseñor, decidió hacerle una despedida con
todos los honores merecidos por el reverendo padre.
En la ciudad vivía el
honorable senador macondiano, Ratanio Leyes, quién fue invitado para que pronunciara
el discurso de despedida del sacerdote, sin embargo como todo senador de la
república, por andar cometiendo las fechorías propias de lo que él creía era lo
correcto, se tardaba en llegar.
El curita para disimular la
tardanza del politiquero, decidió pronunciar unas palabras, para evitar el
murmullo y desespero que empezaba a surgir entre los asistentes.
-Queridos asistentes, me
han sorprendido el día de hoy con tan noble acto, donde se han hecho presentes
todas las autoridades civiles y militares del municipio, así como los alumnos con sus bandas de guerra de
los colegios del municipio. Les contaré una anécdota sobre la idea equivocada,
que recién llegado al municipio me hice
de los ciudadanos.
Desafortunadamente, mi
primera impresión de la Parroquia la tuve con la primera confesión que me tocó
escuchar. Pensé que me había enviado el Obispo a un lugar terrible, ya que la
primera persona que se confesó me dijo que de niño, se había robado un
televisor, que les había robado dinero a sus papás, en su juventud había robado
también en la empresa donde trabajaba, en su vida pública había desfalcado al
estado como senador, además de tener aventuras sexuales con cuanta secretaria
le había servido, incluyendo la esposa del presidente del congreso, pecados que
consideré terribles. También en ocasiones se dedicaba a tener nexos de negocios
con narcotraficantes y paramilitares. Me quedé asombrado, asustadísimo. Pero
cuando transcurrió un tiempo, fui conociendo más gente y vi que no eran todos.
Así, vi una parroquia llena de gente responsable, con valores, comprometida con
su fe. Y así he compartido con todos ustedes los treinta y cinco años más
maravillosos de mi sacerdocio.
Justamente en ese momento
llegó el senador, e inmediatamente el curita le cedió la palabra. Pidió
disculpas por llegar tarde y empezó a hablar diciendo:
-Nunca voy a olvidar el
primer día que llegó el Padre Calixto a nuestra Parroquia. De hecho, tuve el
honor de ser el primero que se confesó con él...
.
CONCIENCIA DE UN PROSCRITO

Al pasar el tiempo, la
cofradía, entre Andrew y el Texano dejaba ver al transeúnte desprevenido una
relación de amistad de vieja data. De
regreso con un cargamento de madera se dirigían de nuevo a Laramie, viaje elegido
más por la presión de El Polaco, que por conveniencia del camionero, el interés
de regresar por el Lamborghini, con el propósito de reiniciar sus juegos
amorosos, era para él prioritario.
La mañana parecía congelar
el tiempo con su tormenta de nieve, el tracto camión se desplazaba con
dificultad rompiendo con las llantas los cristales que a cada instante se
acumulaban en la vía, el asfalto liso era poco seguro para la marcha rápida,
sin embargo, Paul hacía caso omiso del peligro y con despreocupación pisaba el
acelerador. A lado y lado de la autopista, en una planicie, en cuyo horizonte
parecía flota una montaña rocosa tapizada de cardos, un grupo de bisontes con
su pelaje abrigado por la nieve, consumía brotes congelados de pastura que
brillaban con los débiles rayos del sol de aquel día, que jamás volvería
olvidar Andrew. En una estrecha curva al girar a la derecha, el rugir del
motor indujo el desprendimiento de una
avalancha que al estrellarse con el tracto camión del Texano, hizo que aplicara
el frenó en forma instantánea sin calcular las consecuencias. El automotor
perdió la estabilidad, volcándose hacia el lado izquierdo de la vía,
depositando el cargamento de madera sobre la cabina, matando instantáneamente a
Paul; el Polaco con leves contusiones, sumergido en el alud, inicio con
desespero su avance a la superficie, arañando los cristales congelados
finalmente pudo respirar el aire helado después de permanecer dos minutos sin
respiración. Libre Andrew informó por su celular de tecnología NMT 450 a la
policía y a los familiares de Paul, luego se dirigió al auxilio de su
compañero.
En instantes, los
conductores de varios vehículos que se estacionaron en la vía, acudieron a
colaborar en el salvamento del Texano. Tardaron unas dos horas en rescatarlo,
pero los cilindros de roble que habían caído sobre la humanidad de Paul lo
habían dejado irreconocible. Llegada la policía vial, hicieron el
acordonamiento del sitio, levantamiento y envío del cadáver a la ciudad de
Cheyenne donde vivía la familia del occiso. Andrew viajó con él en el carro
funerario que lo condujo, recibido por Yasmine su esposa y sus dos hijos e
instalado en la sala de velación de la casa funeraria “La ley del Tiempo”, se
inició la ceremonia.
El desfile, a observar el
féretro del camionero narrador de historias, que descansaba en medio de coronas
y rosarios, no cesó en la noche.
El Polaco se acercó a la
viuda, que se encontraba sentada en una silla de color verde oliva, para
reiterarle su sentido pésame.
-Sintiéndolo profundamente.
- Disculpe, te puedo decir
Yasmine.
- Dilo sin incomodarte,
pero siéntate a mi lado. –Gracias.
-Replicó Andrew.
- Sé que con Paul fueron
muy buenos amigos, para mí como buen narrador de historias que era, Paul se
murió dos veces. – Dijo la viuda, luego continúo. -Pero no me refiero a la
muerte de alguno de los personajes de sus cuentos, que es normal cuando la
narrativa consiste en jugar a ser los otros, sino a su propia muerte. Recordé
la historia cuando me informaste del accidente, al enterarme de que había
fallecido, y aunque pensé que a él no le habría gustado la solemnidad de esa
palabra, rogué que otra vez, como hace tantos años, volviera a ser mentira. A
pesar de que no recuerdo bien los detalles, conservo intactas la sensación y
las emociones de esa historia. Alguien, quizás un monstruo, hizo una broma
macabra y llamó a la casa de mi madre para decir que se había muerto. Lo
llamamos muchas veces, y como él no pudo contestar, por estar viajando por
sitios donde no entraba la incipiente telefonía celular, la falsa noticia fue
cobrando contundencia. En esos viejos tiempos no había redes sociales y los
celulares eran poco inteligentes, pero la red de amigos de nuestra comunidad
era tan fiel y numerosa como las que existen hoy en esta realidad virtual, así
que, cuando por fin reapareció, su casa estaba llena de gente llorándolo.
Como él solía reírse de
todo y, sobre todo, de sí mismo, su falsa muerte se convirtió en celebración.
Por esos días empezamos a llamarlo cariñosamente Lázaro, y él, que todo lo que
tocaba lo convertía en fiesta, organizó su propia “fiesta de resurrección”.
Jamás olvidaré las emociones extrañas de esa noche: los abrazos que le dimos,
como si no termináramos de creer que estaba de nuevo con nosotros, y el
privilegio de decirle te amamos –con él pudiéndonos oír: he ahí la diferencia–
cómo nos alegrábamos de verlo. Esa segunda oportunidad, precisamente la que nos
queda faltando cuando un ser querido se nos muere, fue la que tuvo para saber
cuánto lo queríamos y la que tuvimos nosotros para no quedarnos con tantas cosas
que se quedan sin decir cuando alguien se nos muere.
En estos días de funeral,
veo aquella fiesta de resurrección como un regalo de la vida. Y se me ocurre
que el carnaval que entonces inventamos es, en el fondo, el mismo que se
inventan, desde hace tantos siglos, el arte y el teatro para burlar los
designios de la Parca, la Pelona, la Catrina, o como quiera que se llame, y
hacerle muecas y bailar en su honor y alardear con esa vida que podemos
disfrutar, mientras viene a recogernos. En ese sentido, de todos los queridos
muertos, Paul fue uno de los pocos que tuvieron el privilegio de saber cómo
llorábamos su ausencia, en ese instante del pasado.
Lo conocí, hace casi
cuarenta años, cuando se inauguró la Fundación de narrativa aquí en Cheyenne.
Trabajábamos juntos con los niños de las escuelas aledañas yo les leía cuentos,
Brent Crosby, un artista que hoy vive en Bélgica, hacía artes plásticas, y Paul
hacía teatro. Y mientras los niños saltaban como ranas, saltaban también
tijeras, crayolas y bloques de plastilina que habían ocultado en sus bolsillos.
Siempre nos reíamos de aquel método infalible para recuperar los materiales y
volver a trabajar, al día siguiente, mientras pensábamos, no sin preocupación,
cómo íbamos a hacer para vivir del arte, el teatro y la literatura, el
neoliberalismo los había borrado de un tajo, entonces fue cuando ingresó al
gremio de los camioneros para poder satisfacer nuestras necesidades básicas.
Andrew lo acompañó en su
peregrinaje al sitio donde en las noches a los muertos canta el búho su triste
elegía. Después del sepelio regresó a Bismark por el Lamborghini viajando luego
a Missoula para reabrir el taller que administrara antes de conocer a Paul, en
el amplio solar de la casa de su padre, los ahorros se habían agotado en noches
libidinosas de pasión con mujeres fuleras.
De repente apoyado en uno
de los muros que circundaban el taller sintió un vértigo que invadió todo su
ser, se sentó junto al horno de fundición de acero y esperó. Trascurridos unos
cinco minutos, miro al ocaso, su alma estaba en desconexión total con la
realidad, el día en su conciencia había entrado en una silente laxitud,
adquiriendo una coloración gris que penetraba por sus ojos como queriendo
destruir su existencia, inició un mutismo total, no quería saber de nada ni de
nadie. En los sucesivos días que llegaron, su mente se llenaba de ideas
extrañas, todas ellas negativas, en noches de desvelo lo atacaban ideas de
suicidio, de salir y buscar a mujeres hermosas a las que difícilmente tenía
acceso, violarlas y matarlas. Sin saberlo, el corpulento Andrew había entrado
en un estado depresivo por la muerte de Paul, estado heredado de la bipolaridad
endógena de su padre. Encasillado en el departamento de su hermana solo tenía
fuerzas para sobrevivir, difícilmente preparaba una comida diaria, luego se
acostaba a ver desfilar pensamientos terribles que acorralaban su conciencia,
sin poder conciliar el sueño, declamaba la poesía que en uno de los viajes le
recitara el Texano.
LA MELANCOLÍA DE UN LUCERO
El sol acaba de hundirse en
el ocaso,
tiñe el horizonte de
oscuridad sombría.
En el grisáceo cielo como
una lágrima,
débil tiembla un lucero en lontananza,
es el alma de mi amor ya
muerto.
En el fondo de su tenue
luz, leo su tristeza,
como a un fantasma le
cuento mis versos.
Lleva inmersa en el alma
una historia triste,
llena de renunciaciones de
ilusiones rotas.
En el corazón, el recuerdo
de amores lejanos,
en su ser, del blanco
gladiolo su olor a muerte.
El dolor de la madre muerta
en una tarde gris,
la misteriosa luz de sus
apagadas pupilas,
que sumieron su vida en una
eterna noche.
El miserere que como
peregrino la unió al dolor,
un vago perfume de flores
marchitas.
El dejo lejano de una
canción que expiró su queja,
la nostalgia de los amores
que abrazan y se van.
La sombra con su denso velo
al morir el día,
el adiós melancólico de un
piano al caer su canto,
cosas que no siendo ciertas
a su pobre alma mataron.
La vida que se escapa como
una frágil hoja seca,
arrastrada por una ráfaga
de muerte.
Como un ave herida en su
último vuelo,
la tragedia que arrastra
con sus alas al indefenso.
El pecho que gime por el
sepulcro de un amor ya muerto,
como se extingue la vida en
un lecho fantasmal.
La muerte que con sus
huesudas manos toca la frente,
la fragilidad humana que
pide clemencia a su verdugo.
Las tinieblas que penetran
en el alma con la muerte,
ojos sin vida en ausencia
de un amigo que los cierre.
Lágrimas que al rodar en el
rostro labran el dolor,
al macabro abrazo, donde
danzan el amor y la muerte.
Fantasmas que se pierden en
el laberinto de la fantasía,
violines que amenizan la
laxitud de la parca.
El gris fantasma de la
pérdida opulenta de grandeza,
la nostalgia de un pasado
muerto lleno de nobleza.
El triste erial perdido
de evocaciones y de sombras,
el canto de la plañidera
campana en la oscuridad.
El inconsciente llanto
apagado de la niña violada,
el tránsito en la oscuridad
de la pupila donada,
para que de la eterna noche
surja una luz.
Son razones que me permite
el lucero, sumergirme,
en el éxtasis de la melancolía para escribir
mis versos.
Con el transcurrir del tiempo y la competencia
de un psiquiatra proporcionado por su padre, el estado de ánimo fue mejorando,
hasta llegar a adquirir un momento de normalidad aparente que lo condujo
nuevamente a administrar con éxito su factoría, hizo contactos con Delamico y
reinició el comercio de armas clandestino, actividad que lo condujo a contratar
obreros, convirtiéndose el incipiente taller en una fábrica que legalizó ante
el estado. Trascurridos unos ocho meses de iniciada su depresión, adquirió un
estado de ansiedad, que no le permitía tener
paz en ninguna parte, se volvió hiperactivo cumplía a cabalidad con sus
compromisos diseñaba nuevos proyectos para satisfacer a sus compradores,
trabajaba hasta altas horas de la noche, quería mantener su mente siempre
ocupada para repeler los pensamientos negativos que acudían en tropel a su
mente, en especial el deseo de venganza en su imaginario rechazo del amor por
mujeres hermosas. Pero las pasiones juveniles, la depresión causada por la
muerte del texano y la historia sobre el asesino serial contada por Paul,
acosaban su conciencia sin piedad.
Un fin de semana que se
desplazaba por una avenida en la ciudad de Missoula en su Lamborghini, una hermosa chica le hizo
el pare, Andrew se detuvo, se apeó del lujoso carro, se dirigió a la puerta
lateral derecha y con caballerosidad
distendió su musculoso brazo para abrirla, invitó a la chica a subir, la
cerró con un golpe suave, luego regresó al sitio del conductor para reiniciar
la marcha.
-Mi nombre es Andrew.
–Dijo, iluminando a la chica con una sonrisa.
-El mío, Samanta.
–Respondió la chica con inquietud.
Descongelada la prevención
de timidez, que toda primer encuentro conlleva, se inició un dialogo fluido,
donde el protagonista de las historias que el Polaco le contaba, era el difunto
Paul. Se desplazaron por diferentes bares de la ciudad, finalmente la convenció
que lo acompañara al taller, donde tenía un rústico cuarto que utilizaba
esporádicamente, en especial cuando el horno de fundición estaba encendido. De
pronto un presentimiento en la chica hizo que se arrepintiera de acompañarlo,
el trajín de la noche indujo a Samanta al cansancio, estado que la tenía
perturbada, de modo que fingió sollozar. Andrew la convenció de que se calmara:
¿qué pasaba si gritaba y alguien venía? Para prevenirlo, debía ingeniarse algo,
así que recordó que en la guantera llevaba un anillo de oro de los que lucía su
hermana, asió la mano derecha de la chica y se lo colocó en el dedo anular, el cual
casó perfectamente, el rostro de la joven mujer esbozó una gesto de emoción que
al trasluz de una lámpara de neón que iluminaba el ambiente, dibujó el rostro
de un ángel en las pupilas de Andrew, sin imaginarse que pronto sería
volatilizada para siempre.
El cambio de actitud de
Samanta, le permitió acompañar a Andrew al desvencijado cuarto que le servía de
refugio, cuando laboraba en la fabricación de armas, en cuyo interior existían
los más diversos lujos que contrastaban con las sucias paredes, el Polaco
inició el romántico coqueteo que siempre había desarrollado con las chicas feas
de su preferencia, al final del mórbido ritual de sexo, solo se escuchó una
queja.
Después de su desaparición,
los patrulleros de la Policía advertían con altavoces a los transeúntes sobre
el peligro que se cernía sobre la población. A pesar de que fue etiquetado
oficialmente como un caso de desaparición, desde el principio la policía inició
la investigación como si de un asesinato se tratase. La búsqueda infructuosa de
Samanta finalmente disminuyó después de cuatro semanas; Andrew no había dejado una sola pista, puesto
que después de estrangularla la depositó en el horno de fundición evaporándola
a más de mil quinientos grados Celsius.
Apenas transcurridos dos meses desde el
decline de la búsqueda volvió a cobrarse una vida, cuando vio a una morena
hermosa de corte latino de veintisiete años que había emigrado de su país en busca del
sueño americano, ofreciendo sus servicios en un esquina de la zona rosa de la
ciudad de Missoula, la chica no tenía dinero, necesitaba comer y dormir, y le
gustaba el sexo; así que, apenas llegó de la ciudad de Helena, contactó con
proxenetas que andaban por la estación de buses, y se entregó a la prostitución
callejera, sin saber que lo lamentaría dos días después.
En efecto, llegó la noche
de un diez de junio y, mientras se exhibía en una esquina donde se vende amor
al mejor postor, Andrew apareció en su Lamborghini y solicitó sus servicios. No
fueron de una a la cama sino que siguieron el conocido ritual de la prostituta
cara, a la cual primero se le invita unas copas y, ya después de haber ganado
dinero extra, se le puede por fin ofrecer una suma considerable para disfrutar
de sus servicios. Eso hizo el Polaco, y de maravilla, porque la conversación
fluyó muy bien hasta la una a.m., hora en la cual, inesperadamente, le ofreció
llevarla a una estación de policía, a fin de que se librara de los molestos
proxenetas, con los cuales parece que no estaba muy contenta.
Extrañamente, parecía que
Andrew en realidad quería entretenerse, como si le hubiese agradado y quisiera
gustar de su compañía antes del postre. En cuanto a la jovencita, estaba
convencida de las “buenas” intenciones de aquel caballero amable que, encima de
librarla de los proxenetas, le acababa de invitar a una deliciosa cena en una
de esas tascas que abren toda la madrugada. Allí, en el restaurante, otra vez
charlaron fluidamente y le ofreció cincuenta dólares a cambio de sexo, cosa que
ella aceptó encantada, quedando en que el sitio sería el apartamento del
Polaco.
Así pues, una vez ubicados
en el desvencijado cuarto, pero con moderno mobiliario, Andrew le dijo que quería ir al frente un
ratico, cerca de las tres a.m. regresó con una bolsa que contenía una botella
de whisky y manjares. Allí en la habitación, después de beber y compartir las
golosinas, él se ofreció a darle un masaje y ella adoptó con complacencia una
postura adecuada; terminado el masaje inicio el recital de sexo, inspirado en
las historias de Paul, al final solo se escuchó un lamento. Depositó el cadáver
en el horno a mil quinientos grados Celsius y lo evaporó.
Al día siguiente reinició
con sus empleados la elaboración de un arsenal de fusiles de asalto que debía
enviar a Suramérica, vía: la costa pacífica, lago Gatú en el canal de Panamá y
tapón del Darién para las mafias traficantes de droga, trasporte del cual se
encargaba la organización de Delamico, Andrew se limitaba a elaborarlas y
entregarlas en el amplio patio de su taller. Jamás nadie supo, que en las armas regresaba a su tierra natal el
espíritu inocente de una latina, a la que habían engañado los proxenetas
clandestinos, prometiéndole un trabajo digno y un futuro lleno de esperanza en
la tierra del tío Sam, para luego ser víctima de un psicópata producto de una
sociedad enfermiza, que todo lo desea convertir en dólares.
Transcurridos seis meses en una mañana de
otoño Andrew se despertó con una intranquilidad que le carcomía todo el cuerpo,
su alma no sentía paz en ninguna parte, era imposible concentrarse en su
trabajo, si hablaba con alguien, en muy corto tiempo deseaba dejar la
conversación y buscar otra persona con la esperanza de ver si en ella conseguía paz, si se recostaba
sentía sus ojos titilar, pensamientos perversos llegaban en tropel, solo sentía
un poco de tranquilidad caminando o manejando sin detenerse. Era un ataque de
ansiedad extremo, por tal razón delegó las funciones de la fábrica en uno de
sus empleados de confianza. Hizo un buen retiro de dinero e inició un periplo
por el estado de Montana y los estados vecinos, similar al que había realizado
cuando por primera vez abandonó el taller para enrolarse con Paul. Se dirigió a
Cheyenne con el deseo de visitar la familia del fallecido amigo.
El aire frío pegaba en su
cara, la frondosa cabellera se agitaba en su testa en forma desordenada, los
mechones frontales fatigaban su cara, así como la ansiedad fustigaba su mente,
que al inspirar el aire fresco otoñal calmaba su ansiedad a medida que su
Lamborghini excedía los ciento veinte kilómetros por hora. Sentía el frío del
inmenso cielo, el mismo, que en aquella mañana abrigaba cuando viajaba con el
Texano en el carro funerario, recordaba el color gris de la camilla donde
descansaba el féretro y el penetrante olor a formol que aspiraba, así como el olor
a hojas secas que sentía en aquella aurora, en el viaje sin retorno de su amigo
hacia Cheyenne, viaje que ahora reiniciaba con el propósito de sentir paz en su
alma. No le importaban el color de los techos, ni el mirador de las murallas
que delante de sus ojos exhibía con amenaza de muerte la hondura de los
precipicios, la extensión ilimitada de los valles, las lomas con sus terrazas
sembradas en robles y cipreses que proyectaban su funesta sombra por la vía que
circundaba el parque Yellowstone. Sentía que al detenerse su alma fatigada
volvería a experimentar el exceso de impaciencia que calmaba con la velocidad
de su vehículo, veía en lontananza el azul oscuro de las estribaciones de los
cerros, el perfil gris de las rocas que la nieve derretida dejaba sobre la
calva serranía que se alzaba en el estado de Montana. A medida que su elegante
automóvil se tragaba el espacio y el tiempo, en el terreno ondulado de las
laderas vecinas a Cheyenne, colgaban villas de todos los colores, donde en las
noches compartían luces como velas de faros, iglesias, de automóviles
solitarios que cruzaban como fuegos artificiales las hileras de cipreses, que
se deslizaban en cada curva de la vía,
en sincronía con el cielo estrellado de luceros. En la trasparencia
delirante del aire a través de las gotas de roció, que le parecían cristales de
hielo, definió entre la bruma la silueta de una estación de gasolina, mientras
que el viento del sur con sus relámpagos traía el trueno retardado de una
tempestad remota, había observado que el tanque de su auto se quedaba sin
combustible.
La estación estaba anclada
en un pequeño villorio, acercó el Lamborghini al sitio de aprovisionamiento y
solicito al empleado que llenara el tanque, pagó con un billete de cien
dólares, esperó el cambio y luego se dirigió al restaurante que estaba situado
en una elegante casa diagonal a la gasolinera, entró y se ubicó en una mesa
iluminada por una lámpara colgante de matices cristalinos. Al mirar la hora en
un reloj pendular de pared se sorprendió. Nunca imaginó que viajando, el tiempo
transcurriera tan rápido, al apearse y deambular, se convertía para él en una
eternidad. Las luces en la villa empezaban a iluminar la tarde, bajo un cielo
liso y gris en el que aún faltaban unas horas para caer la noche, en los países
nórdicos en invierno y otoño la oscuridad avanza al atardecer.
En la esquina bajo un viejo farol, cuya luz
mortecina titilaba bajo las sombras de los tejados, el círculo de claridad de
la bombilla oscilaba con lentitud y el viento zarandeaba los cables tendidos
entre postes herrumbrosos al ritmo de la tempestad que se escuchaba en la
lejanía del parque Yellowstone, el esbelto cuerpo de una chica solitaria, rubia
y de ojos azules, era cubierto por la oscuridad que avanzaba sin piedad, con el
rostro iluminado por el farol y la barbilla erguida, abrigada con medias de
lana, botas de vaquero, Rebeca abrochada hasta el cuello, fingiendo recostarse
contra el viento, miraba a Andrew y su Lamborghini. Obligada a viajar Cheyenne,
necesitaba quién la transportara.
Sorprendida al mirar que
Andrew salía del restaurante y se dirigía hacia ella, adquirió presencia de
timidez, se encogió ligeramente de hombros, introdujo su barbilla en la
chaqueta y esperó.
- ¿Qué haces tan solita con
este frío? -Preguntó el Polaco. La chica fingió indiferencia.
- Te invito a un café.
-Insistió.
-Muy amable. –Respondió
Ella, aceptó y regresaron al restaurante.
-¿Cómo te llamas?
- Me llamo Rebeca. ¿Y tú?
-Me llamo Andrew y me
apodan el Polaco. ¿De dónde eres, Rebeca?
-Soy de Cheyenne. ¿Y tú?
-De Missoula, precisamente
voy en dirección a tu ciudad, por si te interesa, –insistió con firmeza Andrew.
-Me interesa, -replicó
Rebeca con decisión-, si me remolcas viajaré con Tigo.
Cancelada la cuenta,
mientras las hojas de otoño se arremolinaban en la vía, se dirigieron hacia
donde había estacionado el coche, con elegancia abrió la puerta derecha para
que entrara Rebeca, la cerró suavemente, luego se ubicó atrás del timón y
reinició la marcha.
Ella sonreía, nerviosa, sin
atreverse a mirar a su benefactor, advirtiendo, eso sí, las miradas de él que
descendían por su corpiño depositándose en los sitios voluptuosos, que aunque
cubiertos por ropa densa, expresaba en su actitud el deseo de una precaria
desnudez imaginaria. Le parecía guapo, su cuerpo fornido y sus grandes manos le
inspiraban una sensación de seguridad, en las sombras del inicio de aquella
noche, cuya oscuridad empezaba a ser penetrada por luceros que se proyectaban
desde el oriente. Por el contrario Andrew pensaba en protegerla, en el inicio
de la noche adquiría un comportamiento normal que le daba paz y sosiego a su
alma, atrapada en el día en los delirios de su bipolaridad, paz y sosiego que
no duraba más de dos horas.
-Hermosa Rebeca –exclamó
Andrew, rompiendo el silencio que los cubría después de iniciado el viaje-,
pronto vamos a separarnos talvez para siempre; las estepas de Montana cubiertas de hojas en el frío otoñal, las
costumbres del campo, sus hábitos sencillos a diferencia del ruido moderno
lleno de música metálica de las ciudades, pienso que no te gusten; es quizá por
ello que te he oído suspirar varias veces, o acaso por un galán que dejaste en
Cheyenne.
Rebeca hizo un gesto de
impasible indiferencia; todo un carácter pausado de mujer se reveló en la contracción
de sus finos labios, dibujados por una timidez que empezaba a desvanecerse.
-Tal vez te preocupa la
incomodidad del viaje en la noche, en solitario con un hombre que aún no
conoces –se apresuró a decir Andrew-. De un modo o de otro, presiento que
terminado el viaje nunca volveremos a vernos. Al separarnos deseo que lleves en
tu memoria un recuerdo mío. He observado que miras el joyel que sujeta la pluma
de mi sombrero, es de oro. ¡Qué hermoso quedaría sujeto un velo de novia sobre
tu blonda cabellera rubia! Mi madre
como regalo de mi padre lo llevó al altar el día de su casorio. ¿Quieres
aceptarlo como recuerdo de nuestro fugaz encuentro?
-No sé a qué cultura
religiosa perteneces –contestó la esbelta Rebeca-; pero en la mía la aceptación
de una prenda compromete una voluntad. Solo el día en que se consiente por
parte de una mujer un compromiso formal, debe recibirse una prenda.
Con el acento helado con
que Rebeca pronuncio estas palabras desconcertó momentáneamente al Polaco, que,
después de calmarse, dijo con tristeza: -Lo sé Rebeca, si puedo llamarte por el
nombre, pero hoy es el día del amor y la amistad; día de ceremonias y
presentes. ¿Quieres aceptar el mío como recuerdo de un viaje fugaz?
Rebeca frunció levemente el
ceño, con timidez extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Se quedaron en silencio, a
la vera de la vía se oía: el trino de una cascada, que a cada instante
aumentaba su caudal con las gotas de lluvia, de aquella noche sin regreso, el
zumbido del aire que hacia crujir el limpia brisas del Lamborghini y en
lontananza el nocturnal aullido de los lobos.
Pasadas dos horas de viajar
en compañía de Rebeca, mientras conducía, Andrew iniciaba de nuevo su
depresión, trataba de pensar con claridad. Su cerebro era un hervidero, pero
cuando se alteraba su sistema nervioso las ideas le sucedían como en una
vertiginosa danza; a pesar de lo cual, o quizá por eso mismo, ha ido
acostumbrándose a gobernarlas y ordenarlas de manera inflexible; de otro modo
creo que hace rato hubiera estrangulado a su acompañante.
La profunda depresión
volvía a tomar forma en el Polaco, pero no por eso dejó de ordenar y clasificar
sus ideas, pues sentía que era necesario pensar con claridad si no quería
perder para siempre a la única persona hermosa, que evidentemente le había
aceptado el joyel y se había acercado para acompañarlo en el viaje a Cheyenne.
Sin embargo cuando recordó
la vacilación de Rebeca para recibir el prendedor, pensó: -O ella se acercó a
mí por necesidad de viajar, o sentía simpatía por mí carro; no había otra
posibilidad-. Desde luego, esta última era la hipótesis más favorable. Era
necesario esperar su comportamiento en el transcurso del viaje, pues, esa
noche, debía decidir sobre la forma como la desaparecería, en el caso que su
cariño fuera fingido.
En tales condiciones creía
inútil esperar al otro día, las sombras de la noche lo acompañarían a
desaparecerla en los bosques de pino que abundaban a lado y lado de la vía, sin
embargo era un riesgo, el cadáver quedaría presente, en el horno sería
volatilizada, pero antes debía convencerla de regresar a Missoula.
Había, sin embargo, dos
posibilidades favorables y se aferró a ellas con desesperación con una mezcla
de sentimientos. Por un lado, cada vez que pensaba en la forma en que se había
acercado a él, no existía posibilidades de fingir con su hermosa figura para
expresarle su confianza, pensamiento que le permitía hacer latir su corazón con
violencia y sentir que, posiblemente sería una sanación para su alma torturada
por su enfermedad bipolar. Por el otro se abría una oscura pero vasta y
poderosa perspectiva; intuía que una gran fuerza, hasta ese momento dormida, se
desencadenaría en él. La imaginó desnuda, que podía pasar poco tiempo antes de
poseerla. Así cultivo su instinto de violencia, para pensar atacarla, olvidando
que se encontraba detrás del volante de su carro, para el bien de ambos
reaccionó a tiempo.
En ese instante su
pensamiento era como el de un expedicionario perdido en un espectáculo brumoso:
acá y allá, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas siluetas de fieras y de
árboles, indecisos perfiles de peligros y abismos. El arrepentimiento fue como
la salida de un astro incandescente. Pero este astro era un sol negro, un sol
nocturno, reiteró en su mente la palabra nocturno; esta palabra era, quizá, la
más apropiada para describir el famélico intento de ataque. Luego recordó el mar, la playa, los caminos le fueron
trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes, también las voces,
gritos de las chicas incineradas y los largos silencios de otros días, en
especial cuando escuchaba a Paul contar las historias del asesino en serie, que
él heredó más por esnobismo que fruto de su enfermedad.
-Es curioso, pero vivir consiste en construir
futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente a un mar imaginario, sé que estoy
preparando recuerdos minuciosos del viaje que compartimos, que alguna vez me
traerán la melancolía y la desesperanza. Pero ahora tu figura se interpone: estás
entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Te veo quieta y un poco
desconsolada, me miras como como se mira un ángel perdido, en una noche como la
que nos acompaña, espero tenerte siempre en mis recuerdos. –Dijo el Polaco,
mientras forjaba en su mente la forma de poner en práctica la tentación que lo
acosaba.
-Lo he vivido querido
Andrew, el mar está ahí, permanente y frenético. Mi llanto de entonces,
infecundo; como también inútiles mis esperanzas en la playa solitaria, mirando
tenazmente al mar. Has adivinado este recuerdo mío, has descrito el recuerdo de
seres como tú y yo-. –Respondió Rebeca con tono taciturno, como si despertara
de un sueño de ultratumba.
La tormenta amainaba, de
repente una luz titiló momentáneamente por el carril por el que conducía
Andrew, era uno de los tragaluces de un camión estacionado cuyas luces de
estacionamiento estaban desconectadas, al intentar esquivarlo se salió de la
vía y rodó a un estero donde pastaba una manada de bisontes. El camionero
informó a las autoridades de tránsito, encendió el vehículo y reinició la
marcha.
Andrew, contempla a la
mujer que hace, ahora, unos veinte minutos le pidió sus datos, le ofreció una
pulsera de plástico con su nombre impreso y un código de barras que le abrochó
junto a la esclava en la muñeca izquierda de su brazo lacerado, datos que no
pudo dar porque su memoria había quedado en blanco. Vio junto a él a esa mujer
que, ahora, a pocos metros pero tantos años después, tendría la tonalidad gris
de la distancia en el espacio y el tiempo. El sitio es el mismo, comprende
pensó en su agonía de olvido. El sitio no ha cambiado en el eterno devenir de
la existencia, será el mismo para siempre. Y, encarcelado Andrew en el hospital
de Cheyenne, seguirá ahí dentro, sin saber Rebeca por cuanto tiempo, Ella había
salido ilesa del accidente. Quedarán allí edades sin saber de cuanto tiempo,
bisontes mugiendo cerca al hospital, quizá una generación de ellos se
extinguirá, antes que ambos recuperen la libertad perdida en el fondo de la
cañada. Él continuará allí, esperando recordar su nombre, su apellido, su vida
pasada funcionando como la palabra mágica, que deshace el conjunto de la
inercia incesante en este mundo de olvido y soledad, que hace que las
realidades se precipiten y, con dichas realidades se derrumben sus recuerdos. Mientras,
Rebeca sentada junto a él, en una silla blanca como el uniforme impecable de
médicos y enfermeras, Ella doliente lo miraba cayendo por el precipicio
insondable de puertas batientes por entre las cuales sale o entra una camilla,
con un enfermo que lamenta el estado de desgracia en que ha caído por la furia
infame de la naturaleza, o una camilla vacía que retrata el recuerdo de una
enfermedad terminal, o quizás el anuncio de la torva muerte, advertido por el
tic tac del reloj con sabor a sufrimiento.
Andrew con la mente en blanco la contemplaba, como si
él, apenas fuese un vestigio de vida corporal, abandonado en la inestabilidad
constante del universo, por su alma bohemia. En el letargo de su olvido,
escuchaba en la oscuridad diáfana de la luz artificial del cuarto donde estaba
confinado, lamentos lejanos, llantos infantiles que se gravaban en su
inconciencia, veía desfilar tropeles infernales de camilleros, acompañados por
hordas de médicos, enfermeras y familiares que asistían en sus últimos lamentos
a pacientes de accidentes colectivos, personajes rumbo al quirófano para que le
suspendiesen un órgano que la naturaleza colocó en el vientre de un enfermo por
equivocación.
Trascurridos veinte días de
tratamiento, el Polaco en una mañana donde los cristales de las ventanas eran
azotados por una llovizna pertinaz, reproducía en sueños de inconsciencia la
cruel historia que de niño le contara Gavin, uno de los compañeros del asalto a
la escuela “Missoula Montana School”, de como un cura pederasta lo asechaba,
cuando obligado por la madre, ejercía como acólito, hasta convertirlo en su
víctima y sin piedad violarlo debajo del ara sagrada que reposaba en el templo.
Veía en el sueño también a través del vidrio, la visión de un ángel que corría a su amparo
en aquel otoño de desesperanza, un ángel de alas azules, como el vestido azul de una de las ninfas que
había incinerado.
De repente despertó en aquella cama en el hospital, lo primero
que vino a su mente fue el Lamborghini, y las interminables volteretas en el
aire y finalmente el doloroso choque contra el fondo del precipicio. Luego, la
oscuridad.
Se incorporó de la cama y miró hacia los
pies. Una de sus piernas cubierta de yeso, pero se sorprendió al descubrir que
ni siquiera tenía una escayola en el rostro. Aunque Había salido milagrosamente
ileso del accidente, y apenas si le dolía la cabeza, empezaba a recordar a
intervalos uno que otro hecho del pasado, su amnesia temporal empezaba a ceder.
Giró la vista hacia la ventana; pese a que las celosías oscurecían aquel cuarto
de tortura, observó a Rebeca dormida en un sillón plegable que hacía de cama,
el hospital estaba en calma y no se escuchaba el bullicio habitual del
sanatorio, era de madrugada.
-Parece que fue un accidente con suerte-
dijo una voz a su derecha. Miró en esa dirección, y vio a un anciano recostado
en la cama vecina, que leía un libro. Le dijo que sí, que probablemente así
había sido, y luego le preguntó si sabía cómo llamar a las enfermeras.
-Tiene a su esposa ahí al costado- dijo el
viejo, con gestos sorprendidos-. ¿Acaso le duele algo?
-No, pero tengo sed. Mucha sed. ¿Hace
mucho que estoy aquí?
-No tengo idea, amigo. A mí me trajeron
esta mañana, y usted ya estaba en la sala, cuidado por su esposa con gran
dedicación, se ve que lo ama.
En verdad se moría de sed,
así que se levantó y se metió al baño, tomó agua del grifo. De repente el viejo
comenzó a convulsionar, y cuando abrió los ojos vio sus cuencas vacías
henchidas de sangre y su rostro hacía muecas de dolor o sufrimiento. Tocó el
timbre varias veces, y cerrando la puerta, quizá con la mente enloquecida, salió de la habitación. En
ese momento, por el largo pasillo del pabellón, una horda de enfermaras,
camilleros y médicos deambulaban como zombis. Tenían las batas abiertas,
dejando sus partes íntimas descubiertas como salvajes en orgías copulatorias;
volteó para no mirarlos, pero vio sus cráneos sin ojos. Corrió en dirección
opuesta y se encontró con la sala de enfermeras al final del pasillo. No había
nadie allí, aunque le llamó la atención que el lugar estuviese tan sucio y
desordenado, como si no se usara durante años. El desorden y la suciedad del
sitio era pestilente, el desconcierto era total, el lugar se fue haciendo más y
más vetusto, las paredes se fueron cubriendo de moho, las luces del techo
titilaron y luego se apagaron, algunos vidrios de los ventanales estallaron
hacia adentro con un estridente chasquido. Siguió corriendo y se encontró con
un vacío, saltó a toda prisa mientras percibía que el hospital entero temblaba
sobre sus cimientos, como si fuera a desplomarse de un momento a otro. De
repente estaba en la calle, corrió unos metros en la noche y luego se detuve y
miró hacia atrás, pero su sorpresa fue completa al descubrir que allí no había
ningún hospital, sólo un desierto cubierto de asfalto dentro de una selva de
cemento.
-Hombre, no sabe lo que acabo de ver- le
dijo con voz temblorosa a un vigía. No le prestó atención, por lo que siguió
caminando. Adelante vio un grupo de desocupados reunidos en la calle. Cuando
llegó vio el Lamborghini destrozado, hecho un amasijo de hierros retorcidos.
Había un cuerpo inerte sobre una camilla, a orilla de la carretera bañado por
las luces intermitentes de la ambulancia. Se acercó a tiempo para contemplar su
rostro ensangrentado y desfigurado, los ojos ya sin vida, antes de que uno de
los paramédicos lo cubriera con una sábana.
Su alma se alejaba
incorpórea, gritando: -Amen el futuro porque todo es posible allí. –Nadie le
respondió, luego continuo. -Ahí en ese hospital, es donde han muerto miles y
donde viven por toda la eternidad, el ciclo de la vida y de la muerte de esto
que llamamos existir, es un infierno de sufrimiento. El cuento de una vida
después de la vida, es injuriado, pero sin dejar de ser atractivo, porque
engaña a todos haciendo creer que es pasajera, la primera tortura. Hay
arremolinamientos, empujones, gritos y demás perversidades, para conseguir las
bendiciones de avaros corruptos, que fingen, lloran al unísono y se regodean
para fingir fidelidad al Dios del dinero y de los hombres, más no, al Dios del
universo. Batas azules, blancas y verdes vuelan por los aires, zarandeándose, y
dejando descubrir lo que todos estaban esperando, la muerte. Estar desnudo no
es difícil porque en realidad son ellos, los enfermos que mueren, desfilando al
cementerio o al horno crematorio, con esa mortaja en que nos sumergen en un
ataúd. Los enfermos que ven desfilar en el día a día a los muertos en camillas
herrumbrosas, no creen ni en la verdad ni en la vida, porque para ellos eso es
solo un barrote más en la cárcel del olvido. Ignoran el cielo paliativo de las
religiones de consuelo, tanto como el infierno místico creado para asustar a
los fieles, porque creen que es el final de su destino. Pero no piensen que todo
es tan así, porque ya son las seis de la tarde, y todos los enfermos están en
sus respectivas camas. La norma de enfermo, se reestablece y todo vuelve a ser
como siempre. -Gritó el alma, reincorporándose al cuerpo de Andrew.
Cuando despertó bañado en
sudor, Rebeca lo tenía en sus brazos, un médico y dos enfermeras lo asistían.
Miró ansioso e inquieto, presintiendo que se había ido para siempre, que
desaparecía de un momento a otro, sin darse cuenta ni siquiera de la enfermiza
envoltura corporal, de la fisonomía, del embozo, de eso desconocido que lo
rodeaba; y lleno también de una curiosidad que lo punzaba a todas hora, apoyó
su frente en el regazo de la buena nodriza que lo consolaba.
-Rebeca, -dijo,- cuéntame un cuento. Resuélveme lo que mi
mente olvidadiza no puede resolver. Dime lo que sucederá mañana, con lo tuyo y
lo mío. Descúbreme los sortilegios de nuestra relación futura. Explícame cómo
se despejarán todas las enredadas ideas, que a mi mente torturan en espacios de
recuerdos y olvidos. El eterno cuento estelar, su luminoso cuento de fantasmas,
mientras gravita sobre nuestras frentes todo el silencio arcano de la
inaccesible noche en que tiemblan mundos desconocidos. –Cantó finalmente,
parodiando a Paul.
-Si soy Rebeca, mi querido
Andrew, es un una dicha que recuerdes mi nombre, eso indica que ya empiezas a
recupérate, trata de hacer memoria de nuestro encuentro.
-Recuerdo una soberbia
dama, soberbia por su hermosura y por su orgullo, que paseaba por la estancia
de un pequeño villorio a la hora clásica, sonreía ante los murmullos de
admiración que hacía surgir el viento al arremolinarse en tu pelo y solía
premiar con una mirada la admiración irónica que te profeso. Te conozco bien.
Te he amado y suelo hallarte encantadora. Eres el ideal encarnado: de la Venus
de Milo con el alma de Rebeca; la Venus mortal, con las ternuras apasionadas de
Eros, la coquetería inmensa de las Sílfides, el valor de la Magdalena, la
constancia de Penélope, la voz de las sirenas mitológicas y los refinamientos
de Cleopatra.
Rebeca echó hacia atrás el
soberbio caudal de sus cabellos negros y, clavando su mirada en la de Andrew,
murmuró con voz de eólica arpa herida por el viento suave de la tarde:
-¡Gracias, padre mío! Por
haber devuelto a Andrew mi amable benefactor a la vida.
Andrew sonrió amargamente.
-Vale, pues, bien poco la
vida, Rebeca y aún menos valen la gloria, la fortuna, y sin embargo, los
hombres se matan por obtenerlas. –Murmuró Andrew, luego continúo: -¡Cuántas
necedades piensa uno cuando no tiene en qué pensar!
Y siguió contemplando, tras
los cristales, sin ver el ángel de alas azules, donde el bullicio continuaba e
iban y venían los paraguas como hongos siniestros o como membranosos vampiros
que abriesen sus alas en el espacio, heridos por la luz de los focos y rayados
por la lluvia.
-Todo lo que soy, y no soy
en estos instantes, te lo debo a ti, Rebeca.
Continúo hablando Andrew,
tal como narrara sus historias el difunto Paul.
-Sin tu auxilio en el fondo
del precipicio, mi talento hubiera sido como las flores aisladas que saturan de
perfume los vientos solitarios.
-Tú fuiste mi salvación; tú
creíste en mí; tú me elegiste en aquel villorio; tú serviste de luz a este
pobre sol de mi espíritu; por ti soy amado y yo vivo por ti.
-Mira: nuestras vidas a
partir de ahora en adelante, serán un nuevo capítulo de felicidad, ¿no te
parece, Andrew?
-Repito que pretendo
sencillamente dar valor a mi sorpresa, al haber regresado de ese infierno de
sombras. Veamos Rebeca en qué puedo yo utilizar esta alma rencarnada: ¿Le
pediré un afecto, ese afecto exclusivo con que ayer deliraba por las mujeres
hermosas que siempre me evadían? Pero ¡si por lo mismo que ahora eres mía no
puedo exigir de ti más que un amor sincero, y un amor sincero no es el afecto!
Las odaliscas del Sultán no aman al Sultán. Una mujer ama solo cuando es dueña
de sí misma, quien puede amar, sin entregarse en cuerpo y alma al ser amado. Su
propia donación es un testimonio de su voluntad, influida si se quiere por una
atracción poderosa, pero capaz, cuando menos en el orden de las teorías
lógicas, de resistirla. A mí se me ha dado un nuevo espíritu, le llamaremos
así; pero no se me ha dado un afecto.
-Yo te he regalado un alma,
sólo un alma y me parece que ya es bastante. –Habló Rebeca con tono
melancólico.
-Tu no me dejaste partir
preciosa mía. A pesar que mi mente repetía déjame, déjame que parta. Sin
embargo tú, quisiste ya sin duda que continuara mi peregrinación por este
mundo. Déjame que parta, repetía mi mente en mi estado de inconciencia, pero
presentía la divina hermosura de la Luz perenne de tus ojos y ambicioné ir a
perderme en ella para siempre. Mi inconciencia parecía escuchar una voz
famélica, cuando creí perder la vida, me decía: -¡Quédate! ¡No te vayas! Ahora
sé que esa voz era la del amor que me entregabas.
-Andrew, necesito un ideal
para mi vida; estoy hecha de tal suerte, que no puedo vivir sin un ideal. Mi
existencia sin un fin, sin un afecto, bogaría con la dolorosa indecisión de un
pájaro ciego, de una nave desgobernada. ¡Sin ti no me queda más que mí mal!
De repente se abrió la
puerta y entró Yasmine la mujer del difunto Paul, con la orden de salida del
hospital para llevarlo a que terminara de recuperarse en su casa, sin darse
cuenta Rebeca, había venido con cierta regularidad a visitarlo de incógnito.
Hechos los trámites de salida, contrató una ambulancia para que los condujera a
la casa, Andrew aceptó con la condición de que lo acompañara Rebeca.
A través de los cristales
de las ventanas de la ambulancia, el cinemático paisaje era una superficie en
la que no penetraba la mirada; la velocidad hacía ver la simple perspectiva de
los edificios que volaban a medida que la estridente sirena pedía vía. Las sombras de los edificios y vehículos se
proyectaban sobre el oscuro pavimento, Andrew empezó de nuevo a ver las
tardes grises y la infame cicatriz de su
pasado.
Al son de la marcha, el tiempo se desintegraba, se aglutinaba cada
vez que la ambulancia se detenía en un pare, en un semáforo o cuando reiniciaba
el movimiento; era un reloj y un cántico. Los viajeros se contemplaban
mutuamente sin curiosidad y el cansado aburrimiento del viaje les ausentaba de
su casual relación. Sus miradas eran casi familiares, pero en ellas había
hermetismo y lejanía.
Cuando fue disminuyendo la
velocidad de la ambulancia, Rebeca sentada junto a la ventanilla, en el sentido
de la marcha, se levantó, alisó su falda y ajustó su blusa con un rápido
movimiento de las manos, después se suavizó la blonda cabellera de recién
despertada.
-¿Cómo te sientes, cariño? –preguntó. -No
lo molestes, déjalo descansar, - le respondió la viuda antes que el Polaco
tuviera tiempo de contestar.
La joven hizo un rictus, que podía ser de
disgusto o simplemente un reflejo de consuelo, porque inmediatamente le sonrió
a Andrew. La viuda de Paul desaprobó la sonrisa llevándose la mano derecha a la
barbilla ajada por el tiempo, se redondearon sus ojos entorno a los párpados de
largas pestañas y sus labios se afinaron, para preguntar:
-¿Tiene usted sed? ¿Quiere beber un trago de
agua Paul, ¡eh! digo Andrew?
El Polaco ingirió a sorbos
el contenido de una botella plástica que le acercó la viuda.
Rebeca revolvió su bolso y
sacó un pañuelo grande como una servilleta, limpió la boca y el sudor de la
frente humedecida de Andrew.
Yasmine frunció el
entrecejo y se dirigió en un susurro a la joven; el susurro coloquial tenía un
punto de menosprecio hacia Rebeca, quizá de celos por el gesto de la chica
hacia Andrew. En sus palabras se traslucía la esperanza de un nuevo compañero,
y que mejor que el camarada íntimo de su exmarido. La viuda se inclinó,
sustrajo una revista de un stand de la ambulancia y abanicó su cuerpo.
-Ya te dije que deberíamos haber traído más
agua, el calor es insoportable, -dijo la joven.
-Estamos cerca a la casa, no te preocupes,
respondió Yasmine-. -Levantó la cortina
de hule que dejaba en penumbra el rostro del Polaco, para indicarle la
ubicación de la vivienda al conductor de la ambulancia. El edificio era viejo,
tenía un abandono triste y velado que concordaba con los ataques depresivos de
su nuevo habitante. En su sucia fachada nacía, como una burbuja de colores, una
ventana florida de macetas y de brotes de retoños otoñales. De los aleros del
ennegrecido tejado colgaba un calado de madera ceniciento, roto y casi derruido.
Frente a esta ruina erguida, un desesperado jardín permanencia, amenazaba al cielo con sus
últimas ramas otoñales que se negaban a morir. El sendero calcinado por el
caminar de los habitantes del edificio, vacío y como inútil hasta el confín del
cielo, atropaba las soledades del conjunto.
Los ocupantes del
departamento fijaron la mirada en la ambulancia. El vigía y dos de los hombres
del departamento, ayudaron a entrar al paciente hasta el apartamento doscientos
dos. Andrew se apoyó en el marco y contempló a los tres hombres. Tenían una
mirada, reflexiva y curiosa. Sus ojos, húmedos y marinos, llegaron hasta la
conciencia de ellos, luego descendieron a los rostros escrutando con la mirada
una orden, antes de que hablaran. Luego se quitó la gorrilla y sacudió con la
mano desocupada la camisa.
-Salud les dé Dios -dijo, e hizo una
pausa-. Aún no estoy con salud para valerme por mi mismo, después de este
maldito accidente-. –Disculpen los señores, si es posible aligeremos la subida,
tengo deseos de ir al baño.
Al entrar en el
apartamento, bajo el dintel de una de las puertas, estaba una anciana erguida,
en desazonada atención. Su rostro era apenas un confuso burilado de arrugas que
trazaban las facciones, adornadas con ojos punzantes y unas huesudas manos que
mostraban el trajín del tiempo, era la nana de los hijos del fallecido Texano.
-¡María! -gritó Yasmine-. Ya está todo en
su lugar.
-Recuéstate Andrew, recuéstate repitió la
viuda-. María caló una mano hasta la frente para arreglarse la pañoleta roja
con visos azules, para palpar el sudor del sofoco, para domesticar un
pensamiento -. -Recuéstate, hombre, dijo la señora, no te conviene estar de
pie, -gritó María con voz sibilante.
-Lo haré, lo haré. Ya verás cómo todo
saldrá bien-. –Dijo Andrew con pausada calma.
El Polaco y la viuda se miraron en silencio
con picardía. María se cubrió el rostro con las manos. Sonó el viejo reloj
pendular suspendido en la agrietada pared de la sala, eran las seis P.M.
empezaba a oscurecer.
-Tómate la medicina, Andrew, -dijo Rebeca
confundida por sus lágrimas.-Tómatela, -y en los quiebros de su voz había
ternura, amor, miedo y soledad.
El polaco estuvo casi un
mes bajo los cuidados de Jasmine, Rebeca y María. La rivalidad entre las dos
mujeres por el amor de Andrew hizo que él un día cualquiera desapareciera de la
casa. Una madrugada, recostado a la húmeda pared de su cuarto como furtivo
ladrón al acecho, abrió la desvencijada puerta miró la sala y surco sin ser
detectado el zaguán, pero la puerta principal del apartamento estaba cerrada
con llave, que él no poseía, previendo el inconveniente había guardado un
alambre en su maleta, como buen armero, construyó una ganzúa, salió al sendero
calcinado y se dirigió a la estación, compró el tiquete y abordó el tren rumbo
a Missoula.
-Siéntese aquí, abuelo
-dijo el Polaco, cediéndole la silla en que se había ubicado.
Una mujer mayor estiró las
piernas. Una joven bajó la cortina. El hombre que había hablado de la guerra
sacó una pitillera oscura, grande, inflada y suave como una alforja.
-¿Va usted al servicio
militar? -Dijo el anciano dirigiéndose al Polaco, entonces bebió agua, aceptó
un cigarrillo y comenzó a cantar el himno nacional de Norteamérica-:
Amanece: ¿no veis, a la luz
de la aurora,
lo que tanto aclamamos la
noche al caer?
Sus estrellas, sus barras
flotaban ayer
en el fiero combate en
señal de victoria,
fulgor de cohetes, de
bombas estruendo,
por la noche decían:
"!Se va defendiendo!"
Coro:
!Oh, decid! ¿Despliega aún
su hermosura estrellada,
sobre tierra de libres, la
bandera sagrada?
En la costa lejana que
apenas blanquea,
donde yace nublada la
hueste feroz
sobre aquel precipicio que
elévase atroz
¡Oh, decidme! ¿Qué es eso
que en la brisa ondea?
Se oculta y flamea, en el
alba luciendo,
reflejada en la mar, donde
va resplandeciendo.
Coro:
!Aún allí desplegó su
hermosura estrellada,
sobre tierra de libres, la
bandera sagrada!
¡Oh así sea siempre, en
lealtad defendamos
nuestra tierra natal contra
el torpe invasor!
A Dios quien nos dio paz,
libertad y honor,
nos mantuvo nación, con
fervor bendigamos.
nuestra causa es el bien, y
por eso triunfamos.
Siempre fue nuestro lema
"¡En Dios confiamos!"
Coro:
!Y desplegará su hermosura
estrellada,
Sobre tierra de libres, la
bandera sagrada!
Su melodía acompañaba a los
campos. Mientras al viejo sus años le sucedían monótonos como un traqueteo de
ametralladoras, cuando sirviera al ejército Gringo en Vietnam. Andrew recordaba
el compromiso con su patria, servir en el ejército.
Mientras tanto en la
estación de donde partiera Andrew hacía dos días, las manos de María revolotearon en la despedida, el
afecto por Rebeca dejaba en Ella ondas huellas de dolor por la ausencia que se
acercaba. Las arrugas y el llanto habían terminado de borrar las facciones.
-Adiós, Rebeca.
El tren se puso en marcha.
Las manos de Rebeca
respondían al adiós y todo lo demás era reconcentrado silencio. La chica se
volvió. El tren rebasó el tinglado de la estación y entró en los campos.
POESÍA

CORRUPCIÓN
Del mórbido pezón de la ramera, se alimenta:
Presidente, ministros y sus áulicos consortes;
los honorables miembros de las altas cortes;
gobernadores, alcaldes, concejales y diputados.
Multiplica pezones sin inmutarse la percanta:
Para amamantar jueces corruptos, que prevarican;
fiscales que mienten, se venden y no claudican;
al llenar sus
togas con el unto, de dólares pagados.
Sin detenerse a la luz del día o en la noche, pare la
puta:
Engendros como la Fuerza pública, paracos y guerrilla;
que en tiempo fugaz a inocentes tortura y acribilla;
convirtiendo ciudades, en lúgubre erial con desplazados.
A la ramera con su séquito de palatinos no le impacta:
Ver caer inocentes en la guerra del dinero de las drogas;
confabularse con el cancerbero del dólar, por las pagas;
dilapidar el dinero de salud y educación, al ser
desvalijados.
En la orgía infinita a la prostituta no le importa:
El preámbulo de los niños que mueren en el ocaso;
con sus estómagos vacíos adheridos al espinazo;
niñas violadas por psicópatas de todos los estados.
La maquiavélica nueva filosofía de la daifa espanta:
Se permite comprar la conciencia por dinero, o sino
muerte;
sin elección, el hombre sucumbe al lascivo funeral de
suerte;
la sociedad secuaz lo estigmatiza, de la ramera son
engendros.
En los desvelos de libidinosas noches, le canta:
Al pútrido silencio cómplice, del pueblo que los elige;
y después de ver esquilmar los recursos públicos, los
reelige;
a sabiendas que venderán hasta la madre, al ser
comprados.
ESPOSA MÍA
Soy,
el amor que en tu pecho gime,
y
enciende la luz que tu vida anima.
Cuando
en tu pecho mi alma se reclina,
veo
en tus ojos el perdón que me redime.
Soy,
el que al rumor de la floresta,
te
juró amor en un bosque de laureles.
Convirtiendo
la pasión en lecho de claveles,
al
melancólico son de la nieve en la tormenta.
Soy,
el que pensó de tu amor una quimera,
sin
saber que sería el bordón de mis senderos.
De
la silente pasión que nos prodigó Eros,
hicimos
de la laxitud dicha duradera.
Soy,
el que vuelve en noches sin caminos,
el
que vaga sin rumbo en tu regazo.
Nacido
para ver florecer nuestro amor en el ocaso,
arrullado
por el nocturnal silencio de los pinos.
A UNA ADOLECENTE
Linda
colegiala de rubios cabellos,
de
alma pura y sonrisa radiante,
que
a estudiar vas tan campante,
abanicando
el viento con ellos.
Niña
de caminar elegante, y mirar con recelo,
que
al entrar al colegio, quedas cautiva,
donde
el saber, te convierte en ninfa adoptiva,
para
liberar tu alma en noches de desvelo.
El
estudiar, comprendo de tu gran anhelo,
de
hacerte bachiller, preciosa tu dicha auguro,
ensalzo
tu virtud de colegiala, amo tu celo,
alabo
la constancia, de tu acción el móvil puro.
Si
te digo que te amo, niña, no te espantes,
no
ignores el rigor de mis súplicas altanero;
nuestros
lenguajes son de corazón de amantes,
no
olvides que el amor es audaz, rudo y austero.
UNIVERSIDAD
De esencia mística
surgiste,
tu ideal, capturar
la ciencia errante,
con excelsa calidad pensante.
Para brindar
erudita ilustración naciste.
Como áspid que en
el arrozal acecha,
y luego hinca a la
rata su letal veneno,
así, a la plebe
clerical mordiste,
dando luz al
oscurantismo medieval,
Intimidada por la
ciencia creadora,
huyó a los antros
la ignorancia impía,
que con horror a la
conciencia consumía,
la perversa oscuridad
predicadora.
Lentamente con
silente pesadumbre,
que en tu doliente
corazón asoma,
como fatigada y
lánguida paloma,
invadiste con
ímpetu toda Europa.
Creaste poemas en
el marmoleo lienzo,
corazas del saber
en el pasado.
Dando así fortaleza
al mentor sagrado,
para no permitir
que se avasallase al indefenso.
En Pérgamo y Boloña
renaciste,
ilustrando a la
sociedad pagana,
heredada de Odín el
de la luenga barba,
que murió
coleccionando fiordos con nostalgia.
Ofrendando así a la
mente celestial reparo,
al donar con
dedicación al pensar abierto,
el avasallante maná
del saber despierto,
y el alma del
conocimiento, que vaga sin amparo.
Dispersa por la
Europa del renacimiento,
grandes hombres
fueron tus discípulos:
Kepler, Dante,
Galileo y Newton,
quienes al mundo
aportaron sus saberes.
En días nublados,
con amor zarpaste,
surcando el mar
como boga errante,
con la flor del
saber como estandarte,
con Colón a la
América llegaste.
En la sagrada
selva, emancipa de la rutina,
a los hijos de la
venerable América, en su camino,
dando de la fuente
que la virtud vence al destino,
en la copa del
saber con iluminación divina.
Fundando a Harvard,
sin interés mezquino,
solicitando al alma
que entre allí desnuda,
con mente solícita,
cavilante y aguda,
para escuchar, del
ave cantora del saber, su trino.
La del Tolima en
lienzo purpureo dibujaste,
intentando
desalojar a los violentos con saberes.
Y a los impíos
corruptos dueños de poderes,
con la cósmica
metodología del bien que creaste.
AMORES
DE PROFESOR
El
tiempo llega, del pasado al hoy de pelo cano,
trayendo
tímidos amores del ayer lejano,
y
en el presente en el alma los delega,
cuando
la senectud, a la mente ya la ciega.
Recuerdos
que gravaron en el corazón de paje:
El
amor ideal de la profe, de sedoso traje.
El
amor con la prima, en aire de pausado trino.
El
Amor con la niña nana, con delicado sino.
La
niña impúber, que al besarla recitó en un suspiro:
me
siento indina, indigna, le corrige en un respiro.
Con
Rita en el cobertizo del rosal, un amor prolijo,
Lina
bella, que en el pórtico, ¡que ósculo tan rico!, dijo.
Del
bachiller su síndrome, y del saber sus aureolas.
La
U le dijo: entra, que aquí, siempre hay buenas colas.
En
el motel en tardes de invierno, intimar siempre prefieres.
Su
único amor, la doncella que le dijo: si quieres, si quieres.
Licenciado
ya, de las labores del colegio calmó su
ira,
con
esa alumna que en tardes de himeneo suspira,
es
una doncella de ojos azules, maligna y bella,
de
labios húmedos y pupilas líricas de estrella.
Con
maestría de arpegios áureos, y saber sonoro,
a
la U como docente, a dar del conocimiento su tesoro,
a
mamitas que ofrendan sus saleros, riñendo en la querella.
La
ética las rechaza, eligiendo el profe solo a la más bella.
La
profe de la U de dorados cabellos, la esposa de Carmelo,
en
un rincón sus enaguas levantó, dándole su caramelo.
A
Lolita la de biología se lo insinuó, le dijo, no eres mi tipo.
En
postgrado, Alicia dijo claro, si de la nota me das un anticipo.
Casado
ya frente al juez, quien con profano acento un día,
le
condenó al infierno terrenal con sagacidad impía,
para
que entrara en el ejército de los que van en su semblanza,
a
traer remesa, que con el mísero sueldo, ya no le alcanza.
Con
el tiempo la esposa, otra hora reina altiva en el espacio.
De
cuitas interiores con amigas, que expelían luz como el topacio.
Ahora
cautiva, de su encierro en el hogar, lejana y pensativa,
el
amor que en su corazón ardía, lo marchitó sola y dejativa.
El
dolor de cabeza, le surge como disculpa de nanas,
Que
a la hora de hacer el amor quita las ganas,
la
pagana, la que adereza, que detrás de la puerta dice:
¿Profe
ya se vino? Por el pecado, él se arrepiente y maldice.
En
la sociedad del capitalismo, tener carro no es riqueza,
como
el refrán reza, no tenerlo es mucha pobreza.
En
noche de hastío, aunque para las religiones el deleite envilece,
con
Dora en un topolino hizo el sesenta y nueve, como le parece.
Dicen
las malas lenguas, que hace tiempo se le cayó la fase,
la
esposa aun joven y altiva por pudor a otro no satisface.
En
su lecho de muerte, vive solo recuerdos de rumba,
son
los únicos que lo harán llegar feliz a la tumba.
AMOR EN SUEÑOS
No
sé, si es tu boca roja y fresca la que beso,
O
son mis sueños febriles que me engañan.
Pero, el desliz onírico de la noche en la mañana,
me dice que bebí del almíbar dulce de tu alma.
Pero, el desliz onírico de la noche en la mañana,
me dice que bebí del almíbar dulce de tu alma.
La
ausencia de tu amor, mis ojos la lloraban,
al suave rumor del viento en la arboleda,
cuando con sus trinos las aves me arrullaban,
en el desolado cuarto de mi casa en la alameda.
Al despertar interrogué a mi alma fatigada:
al suave rumor del viento en la arboleda,
cuando con sus trinos las aves me arrullaban,
en el desolado cuarto de mi casa en la alameda.
Al despertar interrogué a mi alma fatigada:
Si
son realidad los sueños de amor, cuando te beso.
O
las líneas de tu cuerpo, por mi esencia deseada.
O
las fantasías, que en mis delirios te profeso.
Sueño
que soy la sangre que corre por tus venas,
el
que contempla la suavidad de tus pestañas,
el
ángel que te abraza para suavizar tus penas,
el
único amor que recorre y acaricia tus entrañas.
LA CASTA DOMINANTE
Invasores
de oriente, en tierra aborigen atracaron,
de Europa
con Colón y despiadados asesinos.
Con
Religión foránea, caballos y caninos,
en orgía
de muerte, a los nativos masacraron.
Rasgando
el velo cultural de la población de indígenas,
Imponiendo, la religión de la cruz y del olivo.
Suplantando
al Dios de ancestros, que estaba vivo,
Y
conquistando, para su bien, esclavos con cadenas.
Insatisfechos
los criollos con los reyes, por sus yugos,
se
levantaron en rebelión para defender sus haberes.
Triunfantes,
con ejércitos del pueblo y sin saberes,
En
Boyacá,…y Pichincha, libres ya, fueron sus verdugos.
Herederos
de los que asesinaron a Piar y Agualongo,
de
Bolívar, Santander y Sucre, los tiranos nuevos,
para su
bien, continuaron torturando indígenas y esclavos,
creyendo
ser españoles, de reyes y barones su abolengo.
Oligarcas,
los que se repartieron la Colombia hispana,
sin pudor,
desde el Orinoco a las costas del Pacífico,
desde el
Putumayo al cabo de la Vela, del mapa físico,
al imperio
vendieron el subsuelo, jodiendo a los de ruana.
Los que se
encerraron en la Bogotá de Jiménez de Quezada,
creyéndose
herederos de príncipes, de reinas con esclavas,
a soñar
con su casta equivocada, de reyes y sus cavas.
Existiendo
fuera de las mansiones, otra Colombia olvidada.
Y cual
hambrientos lobos sobre la nación se precipitan,
generando
guerras en ella, que Gabo quiso recordar.
Para que luego,
cincuenta familias al país fueran a saquear.
Colombia
no protesta, solo miseria ve con lo que le quitan.
Contra la
Fruit Company los trabajadores se revelan,
aparece la
tomba con ráfagas de metralla, con ímpetu brutal,
al
pueblo bañan con sangre, conservando los
gringos su capital.
Hoy, la
historia les dice apátridas, a los que
gestaron dicho plan.
Gaitán con
elocuencia, cautiva al pueblo con sincero corazón.
Por la
Bogotá goda, se mueven sin temor agentes de la CIA.
Sobre el
caudillo se cierne el poder de la tirana burguesía,
un disparo
se oye, el líder cae, a Roa le culpan sin razón.
Surge el
bogotazo, las feroces hienas del estado con fusiles,
a las
turbas enardecidas del pueblo, masacran en raudal.
A la
patria, invade la violencia del estado, con ímpetu brutal,
Y a la nación cubre
con estelas de aridez y muerte por cien miles.
El dolor de la guerra
de los mil días, nos lega un país de conciliar.
Con el
bogotazo, la burguesía de nuevo enseña a matar,
surgen
carteles del pacto, la marihuana y la coca para rematar,
y
nuevamente a Colombia, la oligarquía la vuelve a putiar.
Madre
¡Madre!
Hermoso ser que me dio la vida.
Vocablo
sublime que el amor condensa,
su
visión, ciñó rica aureola pura y densa,
Ella,
me dio de su saber, educación fluida.
La
madre nos ofrece el amor que vivifica,
cuando
la nostalgia nos invade con recelo,
si
es preciso, implorando con piedad al
cielo,
al
Dios lúcido y divino, con el amor que fortifica.
Madre
que de tu alma, con dones y caricias,
haces
que a tu hijo, en el mal el dolor descienda.
Al
ofrendar con amor tu dulce y bella prenda,
enseñando
a tus hijos, que el afecto no desperdicias.
Madre,
lejos de ti no hallo el descanso con que sueño,
en
la lucha diaria, sin tus consejos mi esperanza falla,
y
tristemente en la playa del destino, mi alma encalla,
soñando,
conseguir el logro imposible de mi empeño.
A mi padre
Padre
que de niño me diste tus caricias,
me
enseñaste a dar los primeros pasos,
mis
ratos de tristeza calmaste con tus
besos,
y
me enseñaste del trabajo sus delicias.
Con
nobleza de padre, impartiendo autoridad,
solo
tu pudiste con amor, exigir a manos llenas,
la
pasión por el saber, que en la vida calma penas
y
que ilumina la mente con brillo y suavidad.
En
la pubertad a trabajar en el huerto, con
esmero
y
a desyerbar los verdes cafetales
aledaños,
mientras
mis hermanos apacientan los rebaños,
cuando
de mi madre, en amores era prisionero.
Luego,
a Emelina con vanidad, el viejo artero
por
Toñita sustituyó, urdiendo engaños.
pero
a la amante solo enamoró por cinco años,
al
final trocó por mi madre su amor sincero.
José,
por los reproches, sin afán, con grave pena,
sufre
con ánimo delirante, los deslices con su amante.
No
se arrepiente, los recuerdos le sirven de estandarte
A LA SIERRA NEVADA
Aéreas
cimas se coronan de nieblas,
en
picos de nieve el rayo fulgura.
Agitando
con furia la brisa pura,
para
vestir las flores con rocío de perlas.
En
sus laderas nace el agua a toda prisa,
se
convierte en río y del mar su afluente,
bañando
la raíz del guáimaro en su simiente
y
sus desmayadas hojas que desliza.
En
sus ríos cristalinos, que en su camino,
ve
morir el verde musgo en su naufragio.
Y,
bajo el dosel de su selva, refugio
busca,
el cansado indígena peregrino.
Protege
la sierpe, que en el tapiz se oculta,
para
hincar en el pie desnudo su veneno,
del
nativo Kogui o Aruhaco en su terreno,
testigos
mudos que la deforestación sepulta.
Y
en compañía de indígenas y sus mamos,
para
proteger la fauna y la floresta,
Cayito
con su amor de patria la reforesta,
y
funda la escuela natural solo con sus manos,
Eterna
vigía de la costa de doradas arenas,
que
con el mar y sus olas bañan su partida.
Por
el estado, a ajenas culturas vendida,
dejando
a nativos y a pacha mama sus penas.
CELOS
Te
vi venir hacia mi alma fatigada,
cabalgando
en un doliente sueño.
Nacías
de una tenue luz que en lontananza,
ardía
en el crepúsculo de sombras en la noche .
Era
una noche de invierno de tardías nostalgias,
en
mi dolorido corazón poblado de recuerdos,
por
el desprecio de tus celos sin razón.
Llegaba
próxima la noche de un mes de abril,
con
visiones a tu alma de otros amores.
Las
hirientes acciones por tus celos,
como recónditas regiones lejanas,
con
inviernos saturados de niebla,
sepultaron nuestro amor.
LA
MELANCOLÍA DE UN LUCERO
El
sol acaba de hundirse en el ocaso,
tiñe
el horizonte de oscuridad sombría.
En
el grisáceo cielo como una lágrima,
débil
tiembla un lucero en lontananza,
es
el alma de mi amor ya muerto.
En
el fondo de su tenue luz, leo su
tristeza,
como
a un fantasma le cuento mis versos.
Lleva
inmersa en el alma una historia triste,
llena
de renunciaciones de ilusiones rotas.
En
el corazón, el recuerdo de amores lejanos,
en
su ser, del blanco gladiolo su olor a muerte.
El
dolor de la madre muerta en una tarde gris,
la
misteriosa luz de sus apagadas pupilas,
que
sumieron su vida en una eterna noche.
El
miserere que como peregrino la unió al dolor,
un
vago perfume de flores marchitas.
El
dejo lejano de una canción que expiró su
queja,
la
nostalgia de los amores que abrazan y se van.
La
sombra con su denso velo al morir el día,
el
adiós melancólico de un piano al caer su canto,
cosas
que no siendo ciertas a su pobre alma mataron.
La
vida que se escapa como una frágil hoja seca,
arrastrada
por una ráfaga de muerte.
Como
un ave herida en su último vuelo,
la
tragedia que arrastra con sus alas al indefenso.
El
pecho que gime por el sepulcro de un amor ya muerto,
como
se extingue la vida en un lecho fantasmal.
La
muerte que con sus huesudas manos toca la frente,
la
fragilidad humana que pide clemencia a su verdugo.
Las
tinieblas que penetran en el alma con la muerte,
ojos
sin vida en ausencia de un amigo que los cierre .
Lágrimas
que al rodar en el rostro labran el dolor,
al
macabro abrazo, donde danzan el amor y la muerte.
Fantasmas
que se pierden en el laberinto de la fantasía,
violines
que amenizan la laxitud de la parca.
El
gris fantasma de la pérdida opulenta de grandeza,
la
nostalgia de un pasado muerto lleno de nobleza.
El
triste erial perdido de evocaciones y de sombras,
el
canto de la plañidera campana en la oscuridad.
El
inconsciente canto apagado de la niña violada,
la
oscuridad de la pupila donada,
para
que de la eterna noche surja una luz.
Son
razones que me permite el lucero, sumergirme,
en el éxtasis de la melancolía para escribir
mis versos.
VENDIENDO MI ALMA AL DIABLO
Sobre
los escombros de una iglesia abandonada,
llueve
torrencialmente, en la oscuridad sombría.
Se
escucha: el graznido del búho, refugiado furtivo,
bajo
la saliente de una imagen ya muerta,
que
canta al terror de la parca, su triste elegía.
El
ruido de sierpes y lagartos, que,
despiertos
de
su somnolencia por la tempestad,
sacan
sus informes cabezas de donde duermen,
o
se arrastran por entre juncos y zarzales
que
crecen al pie del altar, entre las junturas
de
las lápidas sepulcrales cubiertas de musgo,
sobre
el quebradizo pavimento del sagrario.
Los
extraños y misteriosos murmullos del campo,
de
la soledad, de la noche y de la fugaz luciérnaga,
llegan
a mi oído como un suspiro, un suspiro débil,
doliente,
como el de la ligera onda que empuja una brisa,
para morir en la cárcava, estancia de la torva
calavera.
Sentado sobre la mutilada estatua de una tumba,
aguardo
ansioso la hora en que debe, mi alma,
realizar
el prodigio de encontrarse con lucifer.
¡Me
habrá engañado¡, pienso, pero en este
instante:
Oigo
un ruido nuevo , inexplicable, con sabor a azufre,
como
el que produce un reloj segundos antes, antes
de
sonar la hora, por mi doliente alma
convenida.
Siento
ruidos de ruedas crujientes, acordes de violín,
bullicio
de hordas misteriosas que se agitan,
suenan
una, dos, tres, …, hasta once campanadas.
En
el derruido templo no hay campana ni reloj.
¡Asombroso!
el ambiente se ilumina espontáneamente.
Sin
que se vea una antorcha, un cirio o una lámpara,
pariendo
esta insólita claridad, para encandilar mis ojos.
De
repente, un esqueleto, de cuyos huesos amarillentos
se
desprende ese gas fosfórico que nubla la oscuridad,
con
una luz blanca, titilante, inquieta y
medrosa.
Me
dice, con un dejo salido de ultratumba.
-¿Que
hacéis ahí? -Esperándote príncipe
Satanás.
-No, solo soy el viejo enterrador de la comarca,
con
un esqueleto fosfórico para asustar los vivos.
El labrador
Labriego que al amanecer,
en el surco siembra la
simiente.
Con sus espaldas al sol
naciente,
trabaja hasta el atardecer.
Cultiva el campo hasta ver
el fruto,
que necesitamos tres veces
al día.
Incluida la indolente
burguesía,
que en impuestos pide su
tributo.
Del invierno no se protege,
solo cultivar,
aunque arrase su labranza
en cosecha.
Su corazón late inclemente
a la fecha,
para su tierra salvar, la deuda debe pagar.
El gamonal del pueblo votar
le exige,
para que el randa electo, con
tributo lo joda.
Así, al oír las promesas,
negarse lo enloda,
engañado y endeudado, la
desgracia lo aflige.
Los violentos invaden su
terruño,
con ellos, su olor a muerte.
En sus hijas, la violación
inerte,
en guerra es una verdad de
apuño.
RECONCILIACIÒN
En un tálamo mullido, tu
alma se unió al alma mía,
cuando escuchaba, del
silencio tu clamor,
panales de miel, fueron tus besos de amor,
que a mi cuerpo se unieron aquel
día.
En la danza lujuriosos de
cuerpos entrelazados,
en la dimensión de una
pasión desenfrenada,
te penetré con fuerza de
amor, mi bien amada,
y tus senos de nácar por
mis labios fueron besados.
Frases de pasión escucharon mis oídos,
con delirio tus labios
besaron a los míos,
así, nuestros cuerpos
pecaron como impíos,
y tus gemidos, trajeron a
mi mente tus olvidos.
MUJER
Gaia,
creaste saltando sobre tiempos infinitos,
la
que engendra y ama a sus hijos en silencio,
la
que ofrece los ojos del alma en el solsticio,
donde
nacen las ideas, los sueños, los instintos.
En
tus desvelos insomnes aletea el llanto
del niño,
el que calma en la oscuridad de una noche sin
luna,
lo
creaste de simiente desnuda, en noches de bruma,
de
amar nunca te cansas y lo arrullas en tu corpiño.
Eres
mujer, trino diluido en tu sutil sinfonía de sirena,
construida
de arroyuelos de silencios y de insomnios,
de
día erótica, de noche sueño de piélagos y de ríos,
no
pides paz al mundo, la fortaleza del alma, tu pena.
En
la niñez, arrullo suave de inocencia y esperanzas,
en
la pubertad, armonía de silencios y de amores,
en
la adultez, almíbar generoso de saberes y dolores,
imagen
del alma, espiritual mujer en sus semblanzas.
CAFÉ ARÁBIGO
Del
sueño profundo de un pastor en abisinia,
naciste
en verano, luego viajaste por el mundo.
Arrancaron
tu simiente del árbol vagabundo,
y
el bosque oculto en la niebla lloró tu epifanía.
Tu
abolengo, luz verde de plantíos en los cerros,
olor a cafeína sobre casas, calles y las plazas,
olor
a cafeína en el campo, consentido en tazas,
donde
jadean las recuas de mulas con cencerros.
Te
reclama el habitante gris de los suburbios,
el oficinista que inclinado encorva las espaldas,
el
habitante que como zombi calma sus miradas,
el
pillo jefe neurótico y gruñón de ojos
turbios.
Fruto
rojo abandonado entre musgos sin mesura,
te
procesan en ciudades con tiznes y nostalgias,
para sentirte en las venas como Odín en sus
orgías,
hoy
he recibido de una joven el maná de tu locura.
Con genética alteraron el
origen de tu presencia,
crearon, caturra, variedad Colombia y castilla,
con abono y veneno, pa
joder al rural y su costilla,
matando así Monsanto, el
origen de tu nacencia.
PENSIONADO.
Tu cabellera gris como el
plumaje del misterio,
tan gris como el lóbrego
silencio de la noche,
tal vez, como un adiós,
como un cumplido,
pero hay algo más en el
silencio, tu mirada.
Tu mirada, la flama
hiriente del deber cumplido,
esfinge del cansancio que
duerme en el olvido,
enigmas bellos, que solo tú
puedes recordar,
en tu alma silenciosa, de
amores y de versos,
Tu alma silenciosa,
acaricia solo el recuerdo:
de un amor, remoto y
profundo como el piélago,
de ternuras arcanas de la
útil labor cumplida,
de algo, hondo aún más
útil: ¡tus ensueños!
Anciano, en cualquier parte
te apresará la muerte,
y ese, ese solo instante,
puede ser el más amargo,
o el más feliz de tus
laboriosas horas, que guiaron,
en tu agonía, al deleite
del recuerdo o del olvido.
DOCENTE
ARCANO
Se oye ulular el silencio
en la arcada,
como testigo insomne de sí
mismo,
con la fuerza de la voz
exacerbada,
rescatando al hombre del
ostracismo.
Entre ilusiones y
cánticos estelares,
diálogos de saberes se oyen
al hablar.
Con enseñanzas, acciones y
cantares,
aula y profe entonan un
ritmo singular.
El niño llega al apogeo de
la vida,
con mente dócil solícita y
serena,
que el docente con luz
encendida,
enseña signos de escritura
amena.
Posesiona su conciencia en la tierra,
hace suyo el sueño del
lienzo y el pan,
para evitar que lo lleven a
la guerra,
no crea en Dios, ni en el
libro del Corán.
Insinúa ceñir con la mente
la silueta,
hermosa, dulce y pura de
una mujer,
su alma la enturbia libando
vino creta,
para enseñar a gozar a la
joven el placer.
Con amor al arrullo de la
voz del viento,
usa la ciencia, como
una fruta en sazón,
que al joven púber enseña
con acento,
para así inculcar avidez en
su corazón.
Para moldear una mente
recta y suprema,
enseña moral, ética, al
canto del ruiseñor,
música, valores, arte al
doncel y la gema,
a fin de año boga en su
esquife con amor.
Y en recónditos parajes al
tumbo del mar,
escucha música abstraído en
el cielo azul,
con sílfide plebeya de:
amar, amar y amar,
¡Oh! Vacaciones hermosas,
isla del Tamul.
ODA A UN GUERRILLERO
Se escucha en el letargo de
la tarde,
una detonación, el caudillo
muere,
al resplandor del bullicio,
Bogotá arde,
surge el bogotazo, las
feroces hienas
del estado con fusiles,
masacran a raudal,
los tiranos burgueses, con
esbirros,
a la patria, invaden con
ímpetu brutal,
y a la nación cubren con
estelas de aridez,
muertes y masacres por cien
miles.
Solo gritaban: libertad,
libertad…
Cuando en el patio colgaba
la luna,
los chulavitas, siembran
dos cruces,
que a mis viejos me están
recordando,
frente a la lumbrera estaba
mi cuna,
vi aún, con la ventana
empañada,
pasar a mi padre a bayoneta
calada,
en silencio, con dolor espiró
su queja,
el viento murmuró mi pena,
y luego murió torvo en el
silencio,
gritando: libertad,
libertad.
Con fuego la bota policial
taló mi casa,
así, en triste erial, el
campo de mis viejos,
testigos: una hilera de
guáimaros grises,
que cantan que ha habido
mucho dolor,
y al cierzo enmudecen con
sus lágrimas.
Ante mí se alzan tristes y
dolientes,
los años abandonados de la
negra ristra.
El corazón está dolido;
duele, duele…
la tomba en vida me había
matado.
Por gritar: libertad,
libertad.
La luna en el cielo seguía
brillando,
nubarrones negros la iban
tapando.
En mí vacío espiritual, el
alma inquieta,
coqueteaba con los
guáimaros grises,
que tañían el dejo de una
queja,
inspirados, en el demonio
de la muerte.
Solo con la tempestad
consciente,
lloró mi alma el recuerdo
de mis viejos,
al pie, dos cruces heridas
por el tiempo.
Gritando: libertad,
libertad.
En el sigilo no mitigaré mí
agonía,
el gatillo moveré en la
oscuridad,
y caeré sin piedad a los
verdugos.
Sin ser detectado por
nadie,
me remontaré detrás de la
luz,
habrá muertes y raptos en
raudal,
beberé sangre en una copa
de luz,
del beso de oligarcas
enamorados,
de Ellos, los que me
enseñaron a matar,
por gritar: libertad,
libertad.
¿Quién soy?
Alma solitaria, moldeada en
piedra,
espasmo corporal como el de
la hiedra,
acaso la sombra de un alma
en pena,
la melancolía del verso que
enajena.
El renacer de un sueño en
el olvido,
un verso sobre el mundo perdido,
o un verso, del cielo del
Olimpo,
o alguien que gira con el
tiempo.
Un cuerpo en un lugar en el
espacio,
anacoreta que piensa con
desprecio,
pianista que siente y toca
su nostalgia,
gélido mundo del silencio
en la galaxia.
Quizá el llanto que tizna
la mentira,
el demonio que observa y
calla su ira,
el romance ciego que anida
en ti,
ráfaga sutil que por tu
amor sentí.
Herida abierta de un alma
abatida,
caricias fugaces que lleva
tu partida,
flor con pétalos dispersos
por tu seno,
aire que a mi alma, guía
por el cieno.
Un herido corazón teñido de
piedad,
oculto miedo en el placer
de la soledad,
veneno que circula por tus
venas,
pájaro en la rama inútil de
tus penas,
Ira del viento que huye en
tempestad,
pasión en los sentidos de
la soledad,
herida abierta de un alma
denigrada,
el rictus de la muerte
mancillada.
Máscara de sangre de Ideas
marchitas,
danza confusa del espíritu
que agitas,
atardecer de un romance que
ilumina,
o el COVID-19 de la invisible espina.
CANCIONES
LA PICHETA
La picheta es lo más rico que se ha podido inventar.
La gozan las muchachas, las
viejas, las casadas,
Las viudas, divorciadas con
el marido o el mozo.
Lo cierto es que es muy
sabroso haciéndolas revoliar.
Lo bailó
en el paraíso Eva con Adán,
Abraham a los cien años con
Sarai y con Agar,
Jalándole a la picheta
engendraron a Isaac.
Jalándole a la picheta
engendraron a Isaac.
Jacob, también la
bailó con Zilpa y con Raquel,
Engendrando las doce tribus
que poblaron a Israel.
El ritmo de la picheta es
pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los
reyes, pal San Pedro y pal San Juan.
El ritmo de la picheta es
pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los
reyes, pal San Pedro y pal San Juan.
¡Upa, muévalo mamacita!
Bailemos la picheta. Yhh jajaiii.
El rey David una tarde a
Betsabé la pilló, desnuda y en la azotea.
No pudo aguantar las ganas
y su pichetiada le dio, Urías se puso celoso Y a David le reclamó, por hacerle
a la picheta a su mujer le pegó, David que estaba feliz disfrutando la picheta,
Pa quitarlo del medio a
muerte lo sentenció.
El ritmo de la picheta es
pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los
reyes, pal San Pedro y pal San Juan.
El ritmo de la picheta es
pa gozar en navidad,
pal San Pedro y pal San Juan, pal San Pedro y pal San Juan.
GIMNACIO Y COLESTEROL
Mahoma inventó el gimnasio
para enseñar a la juventud a adelgazar,
Pero Buda trajo colesterol para que volvieran a
engordar,
Mahoma le reclamó y con el
Corán a Buda en la barriga le dio,
en esta disputa con el libro del Zen a Mahoma su barba arrancó.
Entonces Mahoma creó frutas, espinacas, brócoli y
coliflor,
Para que la juventud
Llevara una vida sana haciéndole al amor.
Buda creó el Combo de
Comidas Rápidas y dijo: "¿Lo quieren agrandado?"
todos dijeron:
"¡Sí!". ¡Y de nuevo empezaron
a engordar! (BIS)
Y viendo Mahoma que no
estaba bien, dijo: "No importa, ahí tienen yogurt dietético cero calorías
y agua fresca para que todos conserven la silueta".
Pero Buda hizo el
chunchullo e inauguró el 'Palacio del Colesterol con un pedazo de jeta',
y al salir de fútbol, todos se iban en manadas a comer morcilla y chicharrón. (BIS)
Y al verlos en casa,
aferrados al control remoto, comiendo picada, Mahoma dijo: "No es bueno
que tengan infarto". Y entonces creó el cateterismo y la cirugía
cardiovascular.
Y entonces Buda creó las
EPS, las prepagadas, la Ley 100, la cuota moderadora y el Seguro Social, para que ninguno se pudiera salvar! (Bis)
NOMBRES DE LOS ABUELOS.
El abuelo pregunta
¿Señorita, está el doctor Ubre negra?
Y la secretaria le
contesta: será el doctor Zenón Moreno.
Con estos nombres, como no
confundirse:
El cura se llama
Melanio, Medásculo el monaguillo,
El alcalde se llama
Casiano, Cristófana la secretaria.
Y Gorgonio bautizaron al
juez y Críspula a la funcionaria,
Casículo al presidente del
concejo, Casiana la oficinista.
La abuela pregunta
¿señorita está, el doctor Sipote Mondá?
Y la secretaria le
contesta: será el doctor Máximo Vergara.
Con estos nombres, como no
confundirse:
Forcíúnculo se llama el
escribano, Anatolia el nombre de su mujer,
Mangarrio se llama el
telefonista y concha su compañera,
Maclovio el cantante de la
orquesta, Gregoria la guitarrista,
Pascasio el del Bajo y Chencha la trompetista.
Ay, ay, ay Con estos
nombres como no confundirse. (Bis)
POR
QUÉ TE FUISTE.
Caminando entre rosas y lirios,
por la vereda que va al
camposanto,
mi vida con otro te he
visto partir.
Por qué te fuiste,
infiel mujer,
Dejándome el recuerdo
de tu amor.
A pesar del tiempo
transcurrido,
tú siempre vivirás en mí.
Te esperaré, porqué te quiero,
Así mis labios no vuelvan a besarte,
porque me has
roto el corazón.
Aunque en tu ausencia, los días se rompan,
en la distancia te seguiré
esperando,
regresa, porque la falta de tus labios
y tus besos en mi corazón
son gotas de rocío,
para que mis males de amor,
se vayan al olvido. bis
.
Mi Pueblo
Bajo
el dosel de cedros y guadales,
un
pueblo altivo nace y se levanta,
Ancestro
de paisas y Quimbayas,
tierra
de hombres laboriosos y bravíos,
de
novelistas y poetas, francos y prolijos.
De
calles tranquilas, en el jardín del edén,
Que
te hacen recordar, amores y abrazos,
en
las caminatas, en el parque del ayer.
Por
tus calles, vagó mi juventud,
en
antaño caminar, para hacerme bachiller.
Evoco
los recuerdos, de la dulce colegiala,
De
ojos negros y sonrisa alegre,
que
en las mañanas, siempre me esperaba,
para
acompañarnos al Isidro, templo del saber.
En
el festival del retorno vuelvo a visitarte,
Para
cabalgar por tus calles tranquilas,
Y
con aguardiente de caña disfrutar de mi vejez.
Y
con aguardiente de caña disfrutar de mi vejez.
SOLEDAD
Mientras
el mundo duerme,
Siempre
estoy pensando en ti.
En
mis desvelos entro al universo,
de
la soledad que dejaste en mí.
Maldita
soledad que me carcome,
acompañada
de recuerdos vanos.
En
el tiempo en que me amaste,
Tu amor fue un rosal de invierno,
que
en mi alma floreció.
El
arrayan, testigo fiel del primer beso,
Hoy
yace marchito por tu traición.
Partiste
como errante golondrina,
dejando
en mi alma el recuerdo del ayer. Bis
Hoy
volviste pidiendo perdón a tu desdicha,
No
eres ni la sombra de la mujer que partiste.
Si
perdiste en el juego de la vida,
Vuelve
con quien, con oro te compró.
ILUSIÓN
Siempre
habrá un mar de silencio
entre
tú y yo, bogando hacia afuera,
tus
versos, se rompen en mi alma,
la
pálida luz nocturnal de la luna,
son
mis pesares que de amor adivina.
Tus
besos que a mi corazón ilusionaron,
fueron
vanas gotas calcinadas de rocío,
que
enviaron mis males de amor al vacío,
hoy
mi corazón inerte no cree en ti,
tu
amor es una gota de hiel que me lacera.
Si
alguna vez alguien te escribe un verso,
y
te hace soñar despierta, no es tu sueño,
y
te hace sentir la brisa fresca, no es tu brisa,
y
te hace sentir alguien que te llama, no soy yo,
tu
amor fue: naufragio, gaviotas y silencio.
PARAÍSO DEL AYER
En
un bello paraíso del ayer,
El
néctar de tus labios yo besé,
Con
aquel beso el amor creció en mi alma,
Hallando
la fuerza del que sabe amar.
Entonces, mi pasión entró en tu alma,
y
con fuerza hicimos el amor,
el
rumor del río nos arrulló bajo la luna,
Y
al amanecer iniciamos la partida.
Seguí
tus huellas para acariciar tu pelo,
Horas hermosas con tigo en mi partida,
El
sueño nos cobijó bajo la aurora,
Y
el amor nos embriagó a los dos.
LAS MIELES DE MI AMOR
La
lluvia trae hoy día, lejanos recuerdos de tu olvido,
rumores
de silencio que reviven los momentos,
de
cuando te embriagabas con las mieles de mi amor.
Pasiones
infinitas de otros tiempos, que en tus labios disfruté,
Hoy
que volvemos a encontramos, en el camino de la vida,
Dime
que has hecho con las mieles de mi amor.
Robando
mi ilusión, partiste como errante golondrina,
Me
dejaste como ave, a la que el vendaval arrasó su nido,
Y
de mi te alejaste jugando con las mieles de mi amor.
Dolor
por tu partida.
Déjame contarte cuanto te
amo,
y de qué manera te extraño.
Y que cuente uno a uno los
granos,
de arena que tengo en mi
mano.
Tengo un dolor que partirá
con tigo,
mañana en la mañana.
Tengo otro dolor que quedará
solo conmigo cuando te
vayas.
Fuiste mía solo en
primavera,
y cuando llegó el verano.
de la playa, las olas y su
canto,
partiste como errante
golondrina.
ARTÍCULOS
PUBLICADOS
A La sociedad moderna.
Ataca una vez más a la
sociedad humana una pandemia. Cada vez que el hombre rompe el equilibrio justo
con la naturaleza y el mundo cultural de la sociedad humana, establecida por el
hombre mismo, la naturaleza pasa la cuenta.
Así sucedió, nos cuenta la biblia, cuando el Dios de los hebreos lanzó
sobre Egipto una pandemia, de la cual se libraron los hebreos, pintando con sangre
de cordero los dinteles de sus casas, donde el faraón Ramsés II al presenciar
la muerte de su primogénito, libera al pueblo de las doce tribus.
La peste negra que se
inició en Asia en el siglo XIV y
exportada a Europa, matando cerca de las dos terceras partes de la humanidad
conocida. Comentada en poesías y novelas, en especial “LA PESTE”, escrita por
Albert Camus, novela existencialista caracterizada por un estilo vigoroso y
conciso, la cual reflejan a la perfección las angustias y temores del hombre de
mediados del siglo XX. Demeritado recientemente por el derechista escritor
peruano Vargas Llosa, autor de Pantaleón y las visitadoras, que no es más que
un relato sobre las necesidades sexuales de los caucheros, que las visitadoras
complacían y que no aporta nada a la literatura, ni a la sociedad. Pasada la
pandemia, Europa y Asia se reponen y
continúan su desarrollo político y económico, con el renacimiento se inicia la
era industrial y el mundo gira a una sociedad de clases donde surgen los grandes
monopolios creados por la antigua nobleza medieval, que someten al hombre en su
mayoría a trabajar por míseros salarios, cuyo usufructo es para los dueños de
los monopolios.
En la primera y segunda década del siglo
XX y con la no intervención en la
primera guerra mundial, ( que debía llamarse guerra europea, pues el único país
que no era europeo y participó, fue Japón), Estados Unidos consigue un
desarrollo sin precedentes con la industria del automóvil y la industria
militar, que después de la recuperación de Europa presenta la depresión de los
años 1929 y 1930 de la cual se recuperó nuevamente, paradójicamente ayudado por la intervención en la segunda
guerra mundial y obligado por el ataque a Pearl Harbor por la armada imperial
japoneses, aunado al desgaste de la URRSS, que puso 20 millones de muertos,
consigue el liderato moderno imponiendo la filosofía del pragmatismo.
Esta nueva sociedad
evoluciona hacia el individualismo neoliberal desarrollado teóricamente
por Milton Friedman y acogido por
Margaret Thatcher y Ronald Reagan, creando un nuevo Dios, el dólar petrolero, y
las inmensas catedrales multinacionales que devoran y saquean los países
tercermundistas y esclavizan al trabajador.
Reduciendo a cenizas lo que tiene que ver con la parte espiritual del
hombre, porque sus logros no producen dinero, es decir lo intangible, el arte;
como la novela, la poesía y demás.
Inducido el capitalismo al imperialismo crea
una sociedad de consumo con impensables creaciones de explotación, lujos y el
manejo de la economía global fundamentada en el oro, el petróleo y el dólar, la
cual ha creado una sociedad esclavista en todos los frentes: económico,
ideológicos, de sectas desconocidas como los iluminantes, sectas de banqueros,
las sectas religiosa y otras tantas.
Ahora nos invade una pandemia llamada
coronavirus o COVID-19, que como la milenaria viruela, el cólera; la lepra que
contagió a la madre y la hermana de Ben¬-Hur en la época romana, originada por
el bacilo de Hansen y conocida desde AC, cuya vacuna asombró a los científicos
del primer mundo, no por su descubrimiento, sino porque fue creada por Jacinto
Convit García de nacionalidad venezolana; y la tuberculosis que aun hace
estragos en las comunidades más olvidadas por Dios, los países y las
organizaciones internacionales; para las cuales existen tratamientos
farmacológicos y vacunas.
Ahora en el año de los
gemelos 2020, aparece la pandemia del COVID-19 que necesariamente inducirá a un
nuevo orden mundial.
SI VOLVIERA A NACER
Desde mi encierro en mi edad senil, por la
ventana desde un cuarto lleno de luz y de esperanza veo pasar el silencio
fantasmal a que nos obliga la nueva peste del COVID-19. Calles silenciosas y
despobladas reclaman la paz que el hombre le ha quitado al mundo con sus
siniestras invenciones de lujos, vanidad y muerte. Ni siquiera en estos días de
reflexión, con la muerte a la espalda los líderes mundiales han hecho una pausa
para reflexionar sobre el arte de la
parca, la guerra. Vemos los juguetes del
imperio, flamantes navegando por mar, aire y tierra hacia la Venezuela del
inmortal Bolívar.
He tenido tiempo también de
reflexionar sobre mi existencia, haciendo memoria de mi paso por este hogar que
el natural Dios del universo me prodigó, para que viviera ese instante de luz
llamado vida, que transita entre dos eternidades de sombra.
Si volviera a nacer,
pisaría la escarcha matinal del césped donde pase mi niñez, me entraría en la
neblina que el campo cubre y humedece el
cuerpo tiritante de frío. Acompañaría a mi padre al encierro, para escucha el brama de los semovientes que
desfilan al ordeño. Entraría de nuevo a la despensa y me saciaría de los
manjares, hasta quedar henchido de la bucólica de Teócrito.
Recorrería los campos con
las juntas de bueyes que el destino me condujo a la nueva finca, en compañía de
los míos. Entraría a estudiar a la escuelita, donde la profesora Mercy, al
hacer carrizo dejó ver sus piernas, produciendo, por instinto, más que por
aprendizaje, mi primera erección, que condujo a decirle a mi madre que me
dejara vivir en la escuelita, aduciendo que en el tránsito a la casa me dolía
la cabeza, deseo concedido. Al acostarme con la profe, mi amor platónico
acompañado del complejo de Electra, abrazaba su cadera tan grande como los
cerros, sin saber que buscaba. En un instante me dormía, al abrir los
ojos, el sol ya entraba por la ventana.
Huiría por montes llenos de
guijarros, para sentir la adrenalina al ser perseguido por la chulavita que
desplazó al campesino en el gobierno laurianista, sin comprender aun el porqué
del instinto asesino del hombre, que se
despierta por sectarismos, poder y dinero.
Volvería a decirle a mi
santa madre que me matriculara en la escuela de varones del Líbano, para
encender en mi mente la llama del saber que aún no se extingue y repetir las pilatunas a los profesores que
me castigaron con recia disciplina, utilizando incluso metodologías poco
ortodoxas, como el castigo físico, para forjar un hombre de servicio a la
sociedad, iniciando mi peregrinar por el arte, la ciencia y la obediencia
razonada. Apacentaría mi cuerpo y mi mente por las aulas del colegio Isidro
Parra, donde pase las mejores épocas de mi vida, educado por profesores
ilustres dedicados a la sacra labor de enseñar valores, ciencia y disciplina;
sin abandonar el deporte forjador de un cuerpo sano y gallardo, para que fuese
útil a la sociedad. Me acompañaría de las lindas colegialas que fueron consuelo
silenciosas en noches del parque circundante en el mayaleo, que nos permitía
contar nuestras cuitas y uno que otro amorío a la distancia.
Iniciaría mi peregrinar por
la docencia para aportar un grano de arena en la forja de la conciencia de la
juventud que acuda, tal como lo hizo Miguel Ángel con el mármol, para esculpir
la efigie de Moisés.
Volvería a recorrer el
campus de La universidad del Tolima donde inicie mi educación superior, al lado
de amores furtivos con mi hermosa profesora de computación, mi adorada Roció,
para aprender matemáticas, física y otra gama de saberes, así: de la Grecia
magna matemáticas, de: Diofanto, Euclides, Pitágoras. Del renacimiento:
Leibniz, Descartes, Riemann, Gauss, Euler. Modernos: Wiles, Turing,
Russell. En Física, de: Newton, Einstein,
Planck, Hawking. Y tantos otros que contribuyeron al desarrollo de la
matemática y la física en el transcurso de la historia, trasmitidos siempre por
capacitados profesores a mi memoria razonada. En la línea de las sociales,
estudios comparativos entre el capitalismo y el comunismo, leyendo autores
como: Marx, Engels, Tolstói, Dostoyevski, Pasternak, Chéjov, Gorki, Malthus, Keynes, James, Friedman. Sin dejar
de lado obras como “La condición humana” y “Luna de Primavera” sobre las
revoluciones Chinas (giro del imperialismo al capitalismo y del capitalismo al
comunismo). Estudio que al graduarme, no era ya, el joven ignorante en política
y de la opresión de la tirana burguesía
que nos gobierna, sino ilustrado en el
prodigio de un amplio conocimiento de la ciencia y de las sociedades de oriente
y occidente.
Viajaría de nuevo a la
Europa de Ofenbach, Monet, Picasso,
Víctor Hugo, Salvador Dalí, Roseau, Miguel Ángel, Giordano Bruno (mártir del
credo fascista de la inquisición), Galileo y tantos genios intérpretes de la
conciencia humana y del universo. Iré por Alemania, me bañaré en el rio Rhin
buscando en el trino de sus aguas la música de Wagner. Viajaré a Venecia
cruzando por mármoles de Italia, para escuchar músicos gondoleros surcando las olas del Adriático y creaciones
de artistas desvelados en cristales de murano, de regreso escucharé en Asís el
repicar de una campana. Volveré con mi esposa a la tierra del tío Sam, el dueño
del mundo, en los everglades montaré en lanchas voladoras en el crepúsculo de
la tarde, cuando el sol se opone en arreboles deslumbrantes y se oculta en el
ocaso, para contemplar el cocodrilo milenario. Caminaré por los parque
temáticos de Orlando, Universal Orlando
y Disney's Hollywood Studios y en Miami Beach, me bañare en las aguas de
múltiples colores del mar de espejo diamantino.
Amaría con pasión
desbordada a las mismas mujeres que me han amado, solicitaría al todo poderoso
que me diera los mismos hijos que deleitaron mi vida en su niñez, que se
revelaron en la pubertad, que se educaron hasta ser profesionales, reconociendo
la contribución que se aportó en su formación, que hoy son responsables con la
sociedad y sus familias, recordando siempre este anciano en cuarentena, que
desde una ventana mira a la esquina para ver si aparece la parca con el ángel
del infierno, la hoz del COVID-19, para sentenciarme a muerte.
¿Qué
es el tiempo desde mi punto de vista?
Entiéndase por universo el
conjunto de: Materia, movimiento y energía, desde este punto de vista no
existen espacios vacíos en el universo, donde no haya materia, habrá energía y
en consecuencia movimiento. Entiéndase también por micro-universo fenómenos
físicos a nivel cuántico; medio-universo
el universo físico que manejamos en el sistema solar, es decir distancias
finitas manejables en el universo físico con telescopio; macro-universo,
distancias que tienden al infinito, manejables en el mundo físico con teorías
de la conciencia humana.
El tiempo está definido por
una relación causal entre el espacio y el movimiento, resultado del movimiento
de la materia o la energía que
conforma el universo en las tres dimensiones
en que se mueven las ondas energéticas o
colchones de energía (gravitación universal, ondas electromagnéticas, ondas de
radiación, ondas lumínicas, ondas de radio, etc.) que permiten el
desplazamiento de la materia en el espacio, a nivel cuántico o a nivel del
macro-universo. Si el universo fuese estático, es decir en quietud total, no
existiría el tiempo, ni el universo mismo, lo que hace que el tiempo sea
inmaterial, puesto que es causalidad del movimiento de la materia.
En resumen el tiempo físico
es el desplazamiento de un punto material en las dimensiones espaciales. Desde
este punto de vista el tiempo puede existir en forma unidimensional,
bidimensional y tridimensional. Las dos primeras son de tipo geométrico, la
tercera geométrica y física. Por tal razón es falso que el tiempo sea la cuarta
dimensión, puesto que el tiempo es resultado de un desplazamiento de la materia
entre dos posiciones, y solo dos, en cada instante del universo, y no de una
posición estática.
En el universo existen tres
estados del tiempo, el tiempo en el universo cuántico o micro universo, el
tiempo en el universo finito o medio universo y el tiempo en el macro-universo.
Como el universo ni ha
tenido origen ni tendrá fin y está en constante movimiento el tiempo del
universo es absoluto y eterno a nivel del macro universo y se rige por las
leyes físicas que allí están establecidas, y que son del resorte de los
astrónomos y físicos descubrir, como ejemplo el comportamiento de los agujeros
negros. De igual forma, en sistemas a nivel medio y micro el tiempo se comporta
de conformidad con las leyes físicas en cada universo, sin afectar el tiempo
del macro-universo, por eso este es absoluto. Así: en el universo cuántico, de
conformidad con las leyes de la física cuántica, donde los físicos como Steven
Hawkins habla de la conformación del tiempo en este universo, en forma de
gusanos cuánticos, que pueden expandirse para llevarlos al universo medio y
macro para poder viajar en el tiempo, lo que es solo una teoría, sin embargo
hay fenómenos del universo cuántico que se extrapolan al universo medio y macro
como lo son, el eléctrico, el magnético,
el electromagnetismo, el lumínico, los rayo x, etc. En el medio-universo
todo ser humano normal tiene una percepción del tiempo, en razón a que es del
diario acontecer. A nivel del macro universo la ciencia con los telescopios más
desarrollados, con respecto al tiempo, no han encontrado una variación
diferente a la relación materia- espacio-movimiento, así la tierra gira sobre
su eje veinticuatro horas en el tiempo, trecientos sesenta y cinco días un
cuarto de día en su órbita solar, ambas en forma independiente sin afectar el
tiempo del universo, ni el uno respecto al otro. Si se suspendiera el
movimiento de rotación, la causalidad sería material y del movimiento, pero no
del tiempo, puesto que el tiempo depende de la relación, movimiento de la materia en el espacio.
El concepto de tiempo en el
movimiento del universo, de las galaxias, del sistema solar, de la tierra, en
una nave espacial, en un avión, en un
tren es el mismo con respecto al del universo, pero su análisis
particular depende del instante en que se ejerza, así en el desplazamiento de
un hombre de un vagón a otro puede medirse el tiempo, en ese sistema,
independiente del tiempo del universo, pero no se afectan entre sí, actúan en
forma independiente, este es uno de los fundamentos de la teoría de la
relatividad.
De este análisis, puedo
concluir, que siendo el tiempo una
relación materia-movimiento-espacio, los viajes en el tiempo no serán más que
ciencia ficción.
Hasta aquí el tiempo
físico. Ahora miremos el tiempo desde el punto de vista de la filosofía.
Sin duda alguna el análisis
epistemológico de Kant creo la posibilidad a la ciencia, por lo menos de la
física, de rescatar el concepto de tiempo, tal como se conocía en la época de
Newton: sin embargo, todavía se trata de la reconstrucción del objeto -el
tiempo- a partir de un sujeto separado –la conciencia- inerte e inmaterial, lo
cual no corresponde a la verdadera naturaleza del proceso del conocimiento
humano, que se da en la interacción del sujeto con el objeto y con otros
sujetos, -principio de causalidad- es decir, un contexto dinámico, con cuya
descripción interviene el tiempo, necesariamente.
Se debe superar la imagen
estática de los mundos divorciados: por un lado la conciencia, fuera del
espacio, girando en el tiempo subjetivo, sus horas, por otro, la realidad,
extendida en el espacio y existiendo atemporalmente, con el único nexo, de una
proyección aparente de esta última sobre la primera.
Efectivamente: cada sujeto
del conocimiento es un factor activo en el mundo, en el cual su propio cuerpo
es otro objeto físico, en comunicación con otros individuos con el resultado de
que la conciencia, la persona específica, sin dejar de ser inminente, hace
parte también de la realidad y, en esta proyección, extiende sus hilos, en
forma de tiempo sobre la realidad.
También el mundo objeto es
activo, pues los fenómenos no están aislados sino enlazados en la red de la
causalidad. Los dos mundos: el de los sujetos activos y el de los fenómeno
conexos están correlacionados en sus formas de existencia.
Pero, entonces, que es el
tiempo frente a la conciencia humana, que diferencia existe entre el pasado, el
presente y el futuro. Para el hombre, el tiempo es el mismo en la felicidad,
como en el sufrimiento. Sino es así: ¿existen, tres formas de tiempo: el tiempo
físico, el tiempo de la conciencia feliz y el tiempo de la conciencia infeliz?
Veamos: la conciencia
percibe el tiempo en forma completamente distinta al espacio. Este proviene de
la observación externa -el tiempo-, aquel –el espacio- de la introspección que
se dibuja en la conciencia como la forma de su propio acontecer en la relación
concepto-juicio-argumento, marco ineludible de nuestras percepciones, de
nuestras acciones y del lenguaje.
Los contenidos de la
conciencia no se limitan a existir, sino que existen en un ahora que dura, en
la memoria instantánea, de mediano plazo o de largo plazo. Esto genera la
corriente del tiempo que se nos presenta como un fluir del pasado hacia el
futuro, que arrastra el momento presente al momento siguiente y por lo cual
asociamos el tiempo con la actividad y con el cambio.
Si cada sujeto se imagina
como un observador externo de la corriente de la propia conciencia, con sus
contenidos considerados como objetos ideales, en el devenir del tiempo, serán
sucesos que ocurren en el orden temporal de anterior o posterior. Este es el
fundamento humano para medir el tiempo y
obtener el tiempo social como un parámetro de referencia para registrar los
acontecimientos que ocurren atemporalmente, puesto que el ahora, interno y
duradero, se substituye por un instante eterno, omnipresente y externo en el
devenir de la vida de cada individuo, en esta elaboración del tiempo también
queda por fuera la flecha del tiempo, inevitable en física para estudiar los
fenómenos como el de la muerte, o el de mezcla del café con leche, que una vez
realizada no puede deshacerse.
Esta situación dio origen a
discusiones epistemológicas relativas a la necesidad de aclarar, si la flecha
del tiempo era una propiedad física del universo y no del tiempo y si el flujo
del tiempo psicológico, era una propiedad del tiempo pero no del universo.
Aparentemente, existe
consenso en la ciencia, en que la flecha del tiempo indica la asimetría del
universo omnipresente en cada instante y no indica el movimiento o flujo del
tiempo psicológico.
El paradigma de la
imposibilidad de disociar el tiempo del conocimiento, consiste en la fusión del
espacio tiempo realizado por la teoría de la relatividad. Hechos estudiados por
S. Alexander y A. N. Whitehead, autores que cuestionan la noción habitual de
que una cosa está donde está y cuando se le ve y en ningún otro sitio; sino
que, se encuentra en todos los otros sitios donde su presencia o ausencia
afecta a otras cosas. Efectivamente el tiempo físico y el tiempo psicológico
están íntimamente ligados entre sí, y socialmente, la diferencia, el primero es
externo el segundo interno ambos manejados por la conciencia del sujeto.
En resumen: partiendo de los
principios que la nada no crea nada y, que la materia no se destruye si no que
se trasforma, el universo ni se creo, ni nadie lo creo, ni mucho menos por
teorías como la de Gamow y otras que han intentado explicar que todo en el
universo tiene un principio y como tal un fin. Simplemente por la conciencia humana tener un origen al
nacer, por intelectual que sea un sujeto, le queda difícil entender que existen
elementos tangibles o intangible que ni tienen principio, ni fin, en la física
el universo, en la matemática los conjuntos numéricos: enteros, racionales e
irracionales y su súper conjunto los números reales que además del continuo,
sufren de todas las leyes de las estructuras algebraicas. La primera es
fáctica, la segunda óntica.
Como puede ver quien lea
este artículo, desde el punto de vista físico el concepto del tiempo es
relativamente sencillo y natural. Pero apareció el hombre y todo lo complicó,
me imagino que uno de los grandes
pensadores del tiempo, una noche tuvo un dolor de muela terrible y el
tiempo se le dilató con el sufrimiento, un tiempo después intimó con la mujer
amada y la noche se le hizo un instante y entonces creo el tiempo
psicológico.
FIN
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