PROSAS DE LA CONCIENCIA




Dedicatoria.
In memoriam al profesor Hildebrando Vasco.
Docente integral, que en mi tránsito  por  el colegio Nacional Isidro Parra,  me inculcó el sentimiento de la satisfacción por el deber cumplido. Forjando en mi conciencia el amor por
el arte de escribir, con una metodología que el solo sabía trasmitir.
El autor.
                                                                                                                                                               




PROSAS DE LA CONCIENCIA

                                        
                                            José Roosevelt Nivia Montoya







PROSAS DE LA CONCIENCIA
Derechos reservados
Editorial ROOCA Ibagué Colombia
DNDA: 10-362-288  -  10-435-349
Editor: José Roosevelt Nivia Montoya y Jenny Carolina Zamora.

ÍNDICE

CUENTOS
Página     7.............................Viaje sin retorno.
Página   20..............................El consejero Cautivo.
Página   31..............................La danza del yagé.
Página   35..............................Una noche invernal.
Página   39..............................La mordedura letal.
Página   48..............................La dama del parque.
Página   55..............................El hombre que desafió la muerte.
Página   68..............................A la pesca de un lucero.
Página   73..............................Cuento Japonés.
Página   86....………….………El Filósofo Marinillo.
Página   93...…………....……..El Político Macondiano.
Página   99....…………...……..Conciencia de un Proscrito.

             
                      POESÍA

Página 159………….………..Poesía
Página 161.............................Corrupción.
Página 164.............................Esposa mía.
Página 166.............................A una adolecente.
Página 168.............................Universidad.
Página 172............................Amores de profesor.
Página 176............................Amor en sueños
Página 178............................La casta dominante.
Página 181.............................Madre.
Página 183.............................A mi Padre.
Página 185………...…………A la sierra nevada.
Página 187…….. ……………Celos.
Página 189…………………...La melancolía de un lucero.
Página 191………………….. Vendiendo mi alma al diablo.
Página 194……………………Labrador.
Página 196……………………Reconciliación.
Página 197……………………Mujer.
Página 199……………………Café Arábigo.
Página 201……………………Pensionado.
Página 203……………………Docente arcano.
Página 206……………………Oda a un guerrillero.









VIAJE SIN RETORNO

En la penumbra, los vecinos me dijeron ver dos parroquianos que abandonaban el cementerio. -Uno de ellos, señalando en dirección a la cantina LA ÚLTIMA LÁGRIMA, extendió una invitación, luego entraron.
– Con esta información, me dirigí al cantinero Indalecio para preguntar lo que sabía sobre Nicanor, era la última pista que tenía.  Me comentó que en el silencio del crepúsculo escuchó decir: - Ven querida Inocencia nos tomamos un guaro, hoy que la tristeza me embarga por segunda vez con la muerte de mi vieja. Recuerdas que hoy hace diecisiete años la desgracia por vez primera tocó a la  puerta de mi casa. Aun no lo he olvidado, como olvidan quienes viajan con  el tiempo, pues dicen que sana las heridas del alma, en la mía aun no lo ha hecho, solo las acrecienta.
- Vale  Nicanor, la ocasión es propicia, solo quedamos tu y yo con los recuerdos de infancia que nos une, los demás se fueron, unos  mascullando la pena, otros con el sabor agridulce del deber cumplido por haber asistido al sepelio de la santa patrona sin haberla visitado en su lecho de enferma; porque eso era, una santa, o cuantos desamparados cree que albergó en su casa y les dio educación con la esperanza de que fueran doctores.
- Hace tantos años Inocencia, que el destino nos fijó rumbos diferentes, solo hoy que vuelvo obligado por la ley del tiempo a dar el último adiós  a mi madre, nos volvemos a encontrar. Fija toda tu atención en el cuento de mi vida.
   El tiempo se dilata, el espacio se hace finito por la velocidad con que los recuerdos atropellan mi pasado.  Cuando nos graduamos, esa noche bebimos del cáliz de amor que nos profesábamos, lo he vivido a cada instante, es la ambrosía que me da la vida. El destino nos separaba, desde el bus donde viajé a la capital para cumplir el deseo de mi madre: ¡hacerme doctor! Con los ojos anegados en lágrimas batiendo un pañuelo blanco, te grité… ¿Cierto  Inocencia que lo recuerdas?
- ¡Como olvidarlo! “pronto volveré a secar mis lágrimas en tu regazo”. Hoy después de veintitantos años nos volvemos a encontrar.
- El vacío que sentía por el viaje sin retorno al que me enfrentaba, por el amor a linda colegiala  que te profesaba, ese amor que revuelca las entrañas, que cosquillea el corazón con un desasosiego de soledad cuando se está ausente; ese amor me ofrecía la sensación de ir flotando a través del espacio infinito sin posibilidad de retorno. La promesa hecha a mi madre de ser un doctor, pudo más que el deseo de regreso, causado por el dolor de ausencia al que nos habíamos sometido por circunstancias del destino. Sumergido en el ambiente de los intelectuales, la rutina me consumió, solo vivía para los libros. Como la vida idealista del primíparo sumergida en el esnobismo, es presa fácil de los cazadores de potenciales militantes políticos de todas las corrientes, quienes son atraídos con mensajes subliminales, impartidos por intermedio de ídolos de revoluciones nacionales o foráneas, en mi caso,
con el cura Camilo o el Che; en el segundo semestre creía tener en mi mente todas las teorías con que Lenin había conquistado el pueblo ruso y Ho Chi Minh el vietnamita. Los resultados que esperaba mi viejecita, hacia el objetivo principal no eran óptimos, en más de una ocasión fui puesto como carne de cañón en las refriegas con la policía, siendo llevado preso a las mazmorras del estado. Hice un alto en el camino, reflexioné. Me convencí de que el sacrificio hecho por el amor que había dejado allá en donde el sol se consume en el ocaso, valía más que los ideales a que me conducían los líderes con proyectos foráneos. Pronto enderecé mi camino y me hice doctor.
   El cantinero compartiendo la miseria del consuelo momentáneo, que el licor ofrenda a los paisanos para calmar las penas del último adiós a sus seres queridos;  me dijo, - Conozco sus historias, Inocencia no pronunció una palabra, solo escuchaba, cada trago que recorría su garganta, se notaba que le laceraba el alma, parecía tener su cuento oculto en el fondo de la conciencia. Nicanor al sentir el silencio de aquel ser que quiso amar sin límites en el tiempo, con la que en calles solitarias al abrigo de la noche, había compartido el elixir del alma, los amores de  juventud;  su historia continuó. 
  - Los resultados no se hicieron esperar, pronto me gradué de abogado con tesis laureada; en el pueblo se comenta que mi vieja a pasar de su pobreza franciscana, vendió sus pocos haberes para asistir a mi graduación, fue un acto sencillo pero sublime por su presencia. Jamás se imaginó que le causaría el dolor más grande en la vida, había puesto todas sus esperanzas en mí para salir de la pobreza en que nos había dejado una de las violencias más cruentas que el estado ha generado contra la población más desvalida de este país, que usted, Inocencia recuerda. Me casé cuando recibí mi primer empleo como juez.
A los tres años me trasladaron a un pueblo donde en el silencio de la noche se escuchaba el eco encajonado, del trino diluido de las aguas arrastrado por un caudaloso río que nacía en la vertiente de un volcán coronado de nieves perpetuas, descendía por el cañón, eructando su corriente por las  fauces que se habrían en el pie de monte donde se asentaba la ciudad. Me instalé allí, con mi esposa y mis dos niños.
Salí a conocer mi sitio de trabajo, veía como los parroquianos se cruzaban bromas sobre el cuento de una posible catástrofe anunciada. Escuché que alguien le decía al feligrés del andén del otro lado,  - ¡dizque viene la avalancha Candelario! .  << - Ole >>, respondió simulando una verónica. 
 El segundo día de iniciadas labores los compañeros celebraron mi llegada, recuerdo muy bien la fecha, un trece de noviembre  de 1985. Serían las once de la noche, cuando una de las compañeras de juzgado se acercó a la ventana para cerrarla, llovía a cántaros. << - Viene la avalancha gritó>>. Intenté salir en auxilio de mi familia, pero la primera borrasca de lodo me arrojó cerca de las escaleras que conducían a la terraza, mi compañera entrelazó su mano con la mía y me arrastró en dirección al segundo piso, nos juramos no soltarnos pasara lo que pasara; la casa se desplomó como un castillo de naipes azotado por la brisa, cuando recuperé la conciencia me encontraba flotando en el lodo asido a una viga. Serían las cuatro de la mañana cuando llegué a una pequeña isla donde dos reses temblaban, no se si de temor o de frío, me acerqué a ellas y allí evité la hipotermia que me tenía al borde del desfallecimiento. Más o menos a las diez de la mañana, una nueva corriente me puso en movimiento, serían las tres de la tarde cuando oí voces de auxilio, al otro lado de una palizada una señora gritaba, aseguré la viga, subí a la palizada donde estaba maltrecha pero amenazante una serpiente, no tenía otra opción que matarla, lo hice, ayude a la señora a desplazarse hasta donde había dejado la viga, continuamos impulsándola, nos mantenía a flote. A las seis de la tarde anclamos al pie de una colina, donde habían llegado otras personas que nos rescataron del lodo. Esa noche pernoctamos agrupados para protegernos del frío, al día siguiente estábamos viajando en helicóptero a la ciudad contigua, allí nos bañaron con agua a presión, que al combinarse con el lodo se convirtió en ácido que me dejó laceraciones de por vida.
  Con una mueca extraña, el cantinero simuló la forma como Nicanor había descubierto algunas partes de su cuerpo para enseñar las cicatrices; al igual que la indiferencia con que Inocencia escuchaba el relato.
- Inocencia, desde entonces no he tenido paz.  El siguiente año lo dediqué en cuerpo y alma a buscar a mi familia, cada persona que los conocía me decía que estaban vivos, recorrí todas las instituciones que albergaron damnificados, es la hora que no he encontrado rastro de ellos; no se si los devoró la sociedad con su máscara de piedad, o la avalancha con su orgía de muerte.
  La indolencia del estado ante semejante catástrofe, los procesos que se vivían en América latina, donde se habían empotrado en el poder dictaduras que como pan de cada día practicaban la desaparición y la tortura de los contradictores a los diferentes regímenes, ensañándose siempre con los más desvalidos; la masacre de los magistrados cometida en el palacio de justicia en uno de estos países, aunadas con las ideas revolucionarias que había compartido en la universidad, me condujeron a tomar la decisión de enrolarme en una agrupación clandestina donde he militado bajo los
ideales que usted y yo compartíamos en nuestra época de colegiales. Debiendo burlar todos los controles militares para poder asistir al sepelio de mi vieja. Aquí vamos luchando por una sociedad más igualitaria, mi querida Inocencia.
Indalecio me extendió otra copa de guaro; haciendo un gran esfuerzo para pronunciar el nombre de Nicanor, el relato lo había conmovido. Sin embargo exhalado un suspiro, me comentó lo que ese día escuchó: - Ahora te toca el turno Inocencia, le dijo Nicanor.
  - No tengo mucho que contarte. Cuando el destino nos separó, el fruto de nuestro amor había florecido, estaba en embarazo, la depresión se apoderó de mí, destrozándome física y espiritualmente. Por intermedio de tu familia, me enteré de que el objetivo era hacerse doctor. Decidí soportar el suplicio de la ausencia, pensando en tu felicidad y el sacrificio hecho por la viejecita. Al año había superado tanto dolor, ingresé a una institución castrense de allí es poco lo que hay que decir. Me gradué como agente privado, por informaciones de inteligencia  me enteré de que vendrías a dar el último adiós a ese ser que nos da la vida, sin conocer los dolores del alma que el destino nos depara. Nuestro hijo creció, se enroló en el ejército, en un enfrentamiento con la organización donde militas, fue asesinado; desde entonces he dedicado mi vida a buscarte y hoy te he encontrado.
 Me reiteró Indalecio, que con voz firme Inocencia le dijo: -Quedas detenido en nombre del estado, debes guardar silencio, cualquier cosa que digas podrá ser usada en tu contra. Dos feligreses que acaban de entrar, lo esposaron y lo condujeron a un carro militar.
  Se comenta en el pueblo que cada vez que Inocencia visita las mazmorras donde se supone que Nicanor purga su pena, se escuchan lamentos cuyo eco se refleja en las montañas para bañar el valle donde se levanta el país de los desvalidos.
  He hecho averiguaciones sobre el sitio donde fue confinado Nicanor, el estado no me da razón, es uno más de los desaparecidos en el continente de la muerte.








EL CONSEJERO CAUTIVO

 Un domingo de ramos, la misa campal era representada en vivo por el grupo de teatro del colegio “San Antonio María Claret”, de propiedad de la diócesis.  Simulaba el peregrinaje de Jesús en su borrico por las calles de Jerusalén. El acto estaba en su punto máximo: ¡De repente¡, sonaron dos detonaciones producidas por mechas de las utilizadas para jugar tejo, el borrico en el que viajaba el alumno que hacía la representación de Jesús, se asustó, corrió en dirección de los alumnos de la escuela,  coincidencialmente el profesor Peláez al ver que iba a atropellar a los más pequeñitos se dirigió a detenerlo, el atuendo del jumento llevaba un cordón blanco del que utilizan los curas para atarse la bata blanca a la cintura, con tan mala suerte que el lazo se enredó de una pierna del docente llevándolo en rastra unos cinco metros.  Los feligreses corrieron tras el animal para inmovilizarlo, casi no lo logran.
Finalmente lo rescataron para llevarlo a la enfermería, su cuerpo lacerado y su calva raspada era la dicha de Leónidas y Santiago, responsables de las detonaciones, pues no habían asistido a misa por hacer la picardía en venganza por los castigos propinados en la escuela, confiando en no ser pillados porque se salía a vacaciones de Semana Santa.
   Esa tarde después de asistir al partido de fútbol reglamentario, solicitaron permiso en sus  hogares para viajar a la finca donde vivían los padres de Leónidas, permiso que les fue concedido. El lunes a las cinco de la mañana estaban en camino aspirando bocanadas de aire de la campiña rumbo a la finca Venecia. Para el viaje llevaban  terciada la infaltable mochila, cuyo contenido era: chontas, guayabas verdes y maduras; cauchera de ocho cauchos con horqueta de hueso, badana en cuero y anzuelos; en el bolsillo trasero un manojo de piola, los delanteros llenos de canicas. Para una semana dos muditas de ropa eran suficientes, los pies pronto echarían callo, por tanto el viaje aunque un poco tortuoso era mejor descalzo, los zapatos aunque rotos debían durar el año.
- ¡Hola jovencitos! ¿Es que no están estudiando?
-Mamita linda, dame un abrazo primero. –Después del abrazo, respondió-.  -No ve que son vacaciones de Semana Santa; se me olvidaba mami, él es Santiago, los papas lo dejaron venir a pasar vacaciones conmigo.
  Les sirvió un  desayuno que hacía días no veían, caldo de papa con arepa, carne tostada al humo del fogón y chocolate con plátano maduro asado.
  El resto de la mañana se la pasaron jugando bolas al pipo, a los tres hoyos, a los cinco hoyos. Por la tarde jugaron trompo, rumbadora, y  veintiuna en el valero del papá de Leónidas que llegó del tajo  a las seis de la tarde, en compañía de los trabajadores. Con aspecto de ogro los saludó.
-Hola jovencitos, como me les ha ido en el estudio.
-Bien papá. – Respondió Leónidas un poco asustado, conocía la rigidez del viejo.
  La semana transcurrió como un relámpago, cuando se es feliz el tiempo es un instante;  al despedirse el domingo, el papá les regaló un sinsonte prisionero en una jaula hecha de astilla de guadua. Leonidas le llamó el consejero cautivo.
  Era lunes de pascua, después de la formación ceremonial con perorata del cura Mejía, sobre los hechos ocurridos el domingo de ramos. Luego, los alumnos  enviados a sus respectivos cursos. El profesor  Zárate le informó a Leónidas que lo necesitaban en la dirección de la escuela, ir allí, era como ir al cadalso; el jovencito, que casi se hacía pipi del miedo, se dirigió al encuentro del tirano director, con la sorpresa que a Santiago ya lo tenían en interrogatorio.
-Espere su turno. –Gruño el señor García al ver llegar al alumno, que acompañado con el cura Mejía, que con sotana negra, parecía un verdugo de la época de la inquisición, hizo que el niño se orinara a gotitas. 
 Terminada la declaración de Santiago ingresó Leónidas. El director con la astucia que aporta la experiencia, haciendo de detective, le fue fácil hacerlos contradecir. Los niños terminaron  aceptando la falta.
  Esa tarde el castigo fue terrible infligido por el mismo director, exceso de ejercicio al estilo militar, combinado con fuete con varas de café, cada vez que los niños intentaban descansar.
  Al día siguiente debieron asistir con los respectivos acudientes, a quienes se los entregaron con una resolución de expulsión, que aun existe amarillenta y desleída, después de más de cincuenta años, en poder de los sancionados,   que a la letra dice:
RESOLUCIÓN No 08

  El director de la escuela urbana de varones en uso de sus atribuciones legales, en especial las que le confiere  constitución de 1886, la ley 92 y demás normas expedidas  por el ministerio de educación nacional:

C O N S I D E R AN D O
1.    Que los alumnos Santiago y Leónidas, el domingo de ramos al estallar un trueno asustaron al borrico donde iba montado Jesús de Nazaret.
2. Que siendo derribado del jumento, Jesús de Nazaret sufrió lesiones afortunadamente de poca consideración. Hechos  que ocasionaron el hazmerreír de los asistentes, por lo cual la iglesia en cabeza del padre Mejía, párroco del municipio, pide una sanción ejemplar.
3. Que en su huida el pollino arrolló al profesor Peláez, como si los susodichos niños lo hubieran hecho a propósito, para cobrar venganza de la educación ejemplar que les imparte, al exigirles cumplir con su deber.
R E S U E L V E
ARTÍCULO ÚNICO. Expulsar de la escuela urbana de varones los alumnos Santiago y Leónidas.
Comuníquese y cúmplase,
Abril 22 de 1954
Firma por la institución.                   No legible
Firma por la  Iglesia                         Solo se lee Mejía.  
 El sábado a medio día,  cuando habían terminado las preocupaciones del trabajo semanal, para la familia de los chiquillos nació una nueva,  hicieron conciencia de la gravedad del no retorno de los niños a sus hogares. Había  pasada una semana y la esperanza de que aparecieran se hiciera realidad, se esfumaba. Indagaron en los posibles lugares a donde hubieran podían dirigirse, todas las pesquisas fueron vanas, solo quedaba poner en conocimiento de las autoridades su desaparición.  Lo que no imaginaban los que ahora se rasgaban las vestiduras por la ausencia de los jovencitos era que por temor, habían partido a refugiarse en una ciudad donde la sal del mar corroe las paredes de los gaviones que protegen la playa, así como se corroía la conciencia de los culpables de la huida de los niños, huida que les haría vivir aventuras, en ausencia del “Consejero Cautivo.









LA DANZA DEL YAGÉ
El brujo de la tribu danzaba con su cara pintarrajeada, blandiendo sus utensilios silvestres que lo caracterizaban como amo y señor del baile del yagé. El mama con su varita de mambiar, en su orgía infinita se desplazaba por los laberintos de su espíritu, surcando la enmarañada selva, levitando sobre el dosel. Al consumo del bebedizo compartido, aunado con su tribu,  el Dios jaguar, con sus ojos incandescentes que brillaban cual saetas en la oscuridad de la noche, dirigía el baile premonitorio del éxito.
La ofrenda a sus dioses ancestrales, contra aquellos que habían cambiado su cultura, saqueado sus tierras, violado a sus mujeres, estaba por cumplirse. Pasaporte que el alma de la tribu en su psiquis profunda al son de los efectos del bebedizo, prodigaba un epílogo en el desafío a la muerte en la marcha del mañana. Sólo esperaban la danza de la diosa serpiente interpretada por la hija del cacique Aiwa, que al son del tintineo de las semillas silvestres, fundiría su cuerpo en la danza del yagé, reptando con la inmensa pitón que recorría su cuerpo.
La ceremonia estaba por concluirse. De la espesura se escuchó el tropel de mil demonios que al tartamudeo de las ametralladoras silenciaron al Dios jaguar  en compañía de sus súbditos. Sólo unos pocos escaparon, otros no tuvieron tiempo de ver el amanecer de la danza de la serpiente, cuerpos diseminados por las malocas hechos jirones, naufragaban en su propia sangre. Luego fueron  los capturados a confesar lo inconfesable y enviados como presea a sus dioses sin el ajuar de sus ancestros.
El fin llegó. Era evidente que los organismos del estado habían descubierto la futura minga de los Aiwa.








UNA NOCHE INVERNAL
   Una noche de invierno en un país austral, de esos inviernos que nos azota el alma en el mes de junio, bajo mis frazadas casi húmedas por la niebla que se extendía sobre mi lecho. Esa noche, entre dormida a veces casi despierta en un estado de letargo fantasmal.   Una torre de marfil hizo presencia en mi sueño, adornada con flores místicas, y una estrella al norte que iluminaba una figura angelical. Pasó rauda frente a mí, como si viera el alba de aquel día de invierno, fugaz como el instante que vivía.
    La figura  en su presencia espiritual, su alma iluminaba, sus ojos angelicales, llenos de ternura, ojos presentes que proyectaban en su memoria  el enigmático recuerdo de mi padre en su estado celestial.
  Sentí que la frente me besaba, la sensibilidad de sus labios fulgurantes me hicieron recordar la ternura recibida cuando aquella figura junto a mi madre me decía mi reina, mi chiquilla adorada. Con canciones de cuna, no importaba  las noches de invierno con niebla de locura, pero el cántico de sus melodías no me dejaban desvelar.
  Pero su paso triunfante, sus caricias inmateriales, junto a mi lecho como una visión que deslumbra,  me iluminó de consejos para mi bien futuro,  que en la vida siempre recordaré. Y yo, como pintora de recuerdos hacedora de imágenes infantiles, vi en el  vestido luminoso, la figura paterna de idílica presencia. Sola en la aurora celestial de aquel día, aun semidormida, hice conciencia que al colegio debía regresar. Asombrada desperté abrazada al álbum familiar, donde la foto de mi padre anegada en lágrimas, en ausencia eterna brillaba con rostro varonil.     






            LA MORDEDURA LETAL
File:Pelamis platuras.jpg
   Es difícil creer el relato a narrar, sabiendo que lo escuché una mañana de abril,  en uno de los estados depresivos transitorios que suelen afectar mis sentimientos.  No estoy loco, tampoco sumido en una profunda pesadilla. Pero es deber de mi conciencia hacer saber al mundo, en especial al científico, la historia que voy a contar.
  El sol naciente rasgaba con su aureola rojiza, los oscuros nubarrones que la tormenta nocturna, depositara como velo grisáceo sobre las olas de bahía Málaga, en las aguas del pacífico colombiano.  Los intrincados juncales que se levantan en las riveras del caño, que lo conduce al mar, emitían el croar de la rana pipiens, que guarda en su lomo uno de los venenos más letales para el hombre.  En los esteros más allá del acecho de la muerte de su mortal veneno, se escuchaba el estrepitoso chirriar de los grillos que anunciaban el alba de un día que prefiero no recordar. Las garzas blancas importadas de las planicies del África austral, cuna del Australopithecus antecesor primitivo del homo sapiens; semejando copos de algodón sobre la sabana,  danzaban silenciosas con pasos de ballet, con ojos inmóviles, picos puntiagudos al acecho, sobre los bichos que les servirían de alimento.
    El caño, cuyas aguas tormentosas causadas por las lluvias del mes de Abril, hacía presencia en los manglares donde termina la marisma. Sobre el lomo de las oscuras aguas cabalgaba una  lancha rápida, en cuyo interior viajaba un profesor con doctorado en Biología, secundado por estudiantes  que aspiraban adquirir el título de biólogos marinos, sin perder detalle de los fenómenos naturales que la sabana describía.
   Llegó el instante en que el caño se camufló en el mar, inspiraron el aroma de la ambrosía salina que la niebla del océano elevaba al cielo. Surcaron el oleaje donde el agua dulce se confunde con la sal marina. Se orillaron, arrastrando la canoa que el boga condujo por la marisma, a través de las dunas costeras. Mirando hacia el bosque, eligieron el mangle más robusto para fijar el anclaje.
   En una libertad sin límites, pronto sus carpas izaron en dirección del cielo. En un gesto ritual, las jóvenes  encendieron el Dios del fuego. Tinto hubo para todos, desayuno, hasta saciar el hambre de aquel madrugón que terminó en el habitad de la pelamis. Pronto a un pico pronunciado del escarpado peñón que proyectaba su sombra sobre la playa, los futuros biólogos ascendieron. Desde allí se observaban las serpientes desnudas como Venus en la época de celo, reptando sus cuerpos unos contra otros, para estimular así los deleites de apareo, imitando el libidinoso amor de los gitanos.
   El éxtasis del cortejo, indujo al profesor a sumergirse con sus discípulos en el mar, donde ondeaba la muerte. El objetivo, mirar de cerca la cópula y los genitales en apareo de aquel ser letal color oro por el envés, plateada su cola y su parte superior negra como la muerte. Fue tanto el placentero observar de la práctica estudiantil, que las horas se hicieron instantes, de repente el cansancio y la hipotermia no permitían que alumnas y alumnos de la Universidad del Tolima, observaran más la pelamis escarlata, en la danza de Cupido.
   Aún, en hora tardía, el docente inició la retirada. Los alumnos lo siguieron. El mar iniciaba su oleaje de recelo, por la penumbra y la marejada, difícil era ver el lecho de verdes algas satinado. De repente un alumno gritó:
 -Profe quédate quieto, una pelamis está cerca a tus piernas. -Es tarde compañero el letal veneno me ha inoculado. Cuando en el bello mar el sol se escondía, el letal veneno al profesor su visión empezaba a oscurecer.
    Pronto la barcaza estuvo a flote en contravía del caño oscuro, con el biólogo semidormido, donde uno de ellos, aprendiz de herpetólogo, al momento de la mordedura le decía:
 - ¡Hay! profe se va a morir, usted mismo nos dijo que contra el letal veneno de la pelamis no, existía antídoto.
   Ahora le animaba a vivir, le rezaba y lo animaba a tener fe, era posible un milagro. En pausados giros, el aire suave la piel semidormida del profe acariciaba; la veloz huida de la muerte en la noche de crepúsculos ignotos, la lancha casi naufragaba. En la eternidad del viaje, sin conciencia, el actor de la tragedia veía la luz iniciar en el túnel del tiempo que lo conduciría al imperio celestial. En sus delirios platicaba sus clases magistrales, sus recuerdos de amores estudiantiles, de aventuras idílicas con alumnas en tardes de verano en moteles de la ciudad de los ocobos.    
El desplazamiento fue rápido por la Playa El Almejal, cerca al pueblito de El Valle en medio de Bahía Solano y El Parque Nacional Ensenada de Utría, en el pie de monte de la serranía del Baudó. Los nativos recibieron a la mayoría de los practicantes para alivianar la lancha. Pronto estuvieron en el centro hospitalario de bahía Solano. Aplicados los primeros auxilios fue trasladado al aeropuerto, donde una avioneta lo llevó a la ciudad de Cali.
   A partir de su ingreso a la clínica Santiago de Cali, quedó por cuenta de la entidad prestadora de salud, acompañado de su familia, en especial su esposa. Los compromisos de trabajo de los hijos, solo permiten transitorios recuerdos. Su consorte,  junto al lecho de su inconsciente amado, el desfigurado armónico de su loca risa, como adelanto de su partida oía.
   Una mañana, después de discurrir un mes sin memoria, despertó de su estado de coma, sin embargo aquella figura angelical que veía, en su estado de conciencia no reconocía. Lentamente al pasar el tiempo, con las pláticas de su amada, recuperó la mayor parte de sus funciones psíquicas. 
   Al hacer conciencia de que su cuerpo servía de experimento, al verse rodeado por un grupo de delegados de la comunidad científica internacional, quienes lo habían declarado patrimonio de la humanidad, por ser el único sobreviviente  al mortal veneno de la pelamis platurus. Se levantó del lecho, con furia dijo:
   - No soy ratoncillo de indias, váyanse a experimentar en el infierno.







LA DAMA DEL PARQUE
Bajo un calor sofocante, caían los rayos del sol sobre el dosel del parque. La mañana se venía encima. En medio del calor y  la luz matinal, una abuela pensionada salió de su casa, mansión adornada en su fachada con pinturas de esbeltos caballos blancos con fondo azulado y bridas de plata, plasmadas en acrílico por su nieto pintor. Como siempre, con recatón, rastrillo y unas semillas de jazmín en sus manos caminaba; vestida de overol, camisa y gorra de amplias alas para la ocasión. 
Era el día de la madre. Enfadada la abuelita parecía, se dirigió con decisión al parque en cuestión, a iniciar su labor. Sus manecitas suaves y blancas como la tez de la flor de gladiolo, estaban prontas a sacrificar su tersura, para continuar sembrando  el jardín que siempre soñaba, donde se  permitiera departir con alegría los comentarios de sus vecinas. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría hacer tertulia con la esposa del profesor y la compañera del alemán! ¡Si se atreviera a sacar una sola bolsa de semilla de jazmín,  y dispersarla en la tierra rojiza!, ¿nacería? Si algunas de las otras habían nacido, porque esta no. Se imaginaba: << ¡cómo se verían de hermosas las tres, digo las cuatro, faltaba la gorda del barrio, en medio del frondoso jardín! >>.
   Se sentó en una de las bancas de la plazoleta, que ella gestionara ante firmas privadas, para bienestar del barrio. El dinero destinado para zonas y parques verdes, lo había consumido la corrupción. El ideal era continuar con  la remodelación de la zona verde. El calor calentaba el alerón de su gorra aguadeña adornada con ancha cinta satinada de color negro. Su cuerpo sudaba copiosamente; pero no se atrevía a regresar a su casa; sabía que esa fecha siempre le había dado el peor de sus malestares familiares. El erial en que se había convertido el parque, antes de ella iniciar su gestión, era cuna de viciosos o de amantes furtivos que hacían el amor en la lugubrés del silencio nocturnal, cuando los murciélagos en vuelo siniestro arrebataban a la pera de Malaca sus frutos rojos, como la sangre que emitía el himen de las  vírgenes sin control, que ocasionalmente eran defloradas en la banca de maderos desgastados por el tiempo, que ocultaban las frondosas ramas del árbol, cuando el viento soplaba allí con furia.
Mientras soñaba despierta, una idea llegó a su mente, una sonrisa iluminó su rostro. La solución era recolectar ofrendas en dinero, para diseminar en las materas tierra cultivable. Porque no empezar con la amargada vecina solterona, que el día de la instalación de las bancas le pusiera problemas, pues era ella la que se creía dueña del barrio y con la disculpa de servir para atraer drogadictos y parejas a hacer el amor, ya que ella no podía, la amenazó con furia. Pero las almas nobles perdonan, se dijo y pensó: <<ella será la elegida para contribuir con lo de la tierrita>>.
De repente, tras ella el nieto pintor con ira mayor la tomó de la mano y casi  a rastras a la casona, devolvió. La abuelita caminaba, digo tambaleaba, pues, con los piececitos desnudos, a los estrujones del nieto sus zapatillas de fique en una de las aceras rodaron; llevaba en el bolsillo del delantal de lona, algunas docenas de  semillas de girasol, camelias y gardenias. Gimiendo de la rabia le enseñaba semillas al jovenzuelo, que tenía en una de sus blancas manos, para que la dejara hacer su labor; todas las semillas rodaron por el suelo. Para la abuela era un mal día. ¡Pobre abuelita! Los rayos del sol iluminaban sus largos cabellos rubios, peinados con bucles que el atrevido nieto des remolinaba, antes de regresarla a su casa. Al entrar: asado, ponqué, vino y otros manjares lucían en la mesa del comedor, con una cinta de color lila, que imitaba ser llevada por el jinete de un caballo nacarado que decía: “Feliz día de la madre abuelita”. De repente el nieto vio en lontananza el pasó de una estrella fugaz, la abuelita le había dicho si no me sueltas mi alma subirá en este instante al trono de Dios.  
Los días pasaron la abuelita no regresó, dicen en el barrio que viajó a un país del norte, otros que se intoxicó el día de las madres, también la posibilidad de morir de un ataque al corazón. Lo cierto es que las semillas, regadas aquel día, le ofrendaron un hermoso jardín y las tres vecinas en las noches ven una viejecita de blancos cabellos con sandalias, con traje de verdes hojas tejidas y una gorra aguadeña; recogiendo flores para luego elevarse al cielo.










EL HOMBRE QUE DESAFIÓ LA MUERTE
   No era fácil. Asistir al colegio departamental de Planadas desde las laderas del corregimiento de Bilbao, tenía sus riesgos. Era zona de guerrilla, de delincuencia común y otros peligros. Sus padres habían sido víctimas de una de las tantas muertes, que jamás se esclarecieron. Siempre en Colombia la norma ha sido la impunidad, no la excepción. La justicia se compra, se vende, se calumnia o declina por vencimiento de términos, siempre en situaciones que tocan a los poderosos.
    Lorenzo Cienfuegos del Monte había quedado solo con su hermana Selene a la edad de diez años, cuando ella tenía ocho. La edad no fue obstáculo para llevar avante lo que sus padres les habían legado. Con sentido de responsabilidad y sacrificio, en las mañanas realizaban las labores campesinas que el terruño exigía, luego eran retribuidos sus esfuerzos con los productos de pan coger y de cosecha.
   A la una de la tarde, repetían a diario de lunes a viernes, el mismo recorrido, viajar de la finca al colegio departamental de Planadas para ilustrarse, con la ilusión, de un día no muy lejano, viajar a la capital a estudiar en la universidad. En ese instante, El cursaba once, Ella noveno.
Un día cualquiera de los trescientos sesenta y cinco que trae el año, regresaban a la casa, bordeando el risco por donde serpenteaba el camino, que conducía a la fonda de Don Eustaquio en el alto de la Guala. Surcaron la quebrada que se precipitaba desde la montaña, en cuyo viaje sin fin, adornaba con nívea brisa el guadual que se mecía con los vientos de agosto al pie del charco que formaba la caída.
   Ya con paso cansado atravesaron la húmeda hondonada, que a sus pies dio descanso. El cielo en su ritual de penumbra empezaba a desdibujar el paisaje, que cafetales y guamos a plena luz del día de verde se vestían.
Coronaron la cima, desde allí se observaba la lenta nube que cubría abajo la loma, con sensación de alivio se acercaron al mostrador y con voz cansada solicitaron algo de tomar, él consumió una cerveza fría que se deslizó por su garganta calmando la sed, hidratando su cuerpo. Ella candorosa morena de rizos negros, consumió una gaseosa casi congelada. Solo el primer trago descansaba en sus vientres, cuando de la frondosa campiña donde florecen silvestres orquídeas y lirios, un grupo de guerrillos irrumpió en el patio.
   El que parecía el jefe con voz de comandante ordenó que cuatro centinelas hicieran de guardia, uno en cada punto cardinal. Los demás tomaron posesión de la fonda y le ordenaron a Don Eustaquio que repartiera cerveza a toda la comisión.
   - Jóvenes -dijo el comandante Carlos-, los invito a compartir la canasta pedida.
   - Solo bebo una para la sed, mi hermana no toma. –respondió Cienfuegos con pausada calma.
    - ¿Ella es su hermana? –preguntó el jefe guerrillero.
     - Sí -dijo uno de los miembros de la escuadra, dirigiéndose al comandante, por ser nuevo jefe no conoce aún la gente de la región.
     - Pero está muy linda, muy pronto iré a visitarlos, si quieren pueden retirarse.
     Cienfuegos invitó a su hermana a continuar su camino, la morada estaba cerca, mascullando las palabras del comandante, por las miradas realizadas a su hermana se convertía en un peligro para ambos. No había otra opción que armarse para defender con su vida la dignidad de ella, si era necesario.
    Una mañana del mes de Diciembre, cuando los hermanos Cienfuegos del Monte disfrutaban: Uno de su título de bachiller y ella de haber cursado el grado noveno; el comandante de la escuadra irrumpío en el patio, sentándose en una de las bancas de tablones desteñidos, cobijadas por la neblina, que lentamente se calentaba bajo los rayos del sol que se filtraban por las luceras informes que las nubes formaban en el horizonte. El soplo gélido de la brisa que ascendía por el cañón, formado a lado y lado del hilo  plateado de agua cristalina, que descendía del cerro como queriendo devorar el llano, avivaba el fuego de los leños amontonados sobre la tapia, elevando espirales de humo que se perdían en el horizonte.
   En ese momento Selene se encontraba acompañada de doña Nieves, que también había sido heredada de sus padres y en la época de la dura orfandad se había convertida en la segunda madre. Lorenzo en la ladera alistaba leña para surtir el fogón.
  El comandante ordenó a doña Nieves desayuno para él y sus siete guardaespaldas. La señora se dirigió a cumplir lo mandado, Selene a la despensa a llevar lo necesario. El comandante aprovechó la oportunidad para galantear a la jovencita, en el momento en que se le acercaba entró Lorenzo depositó los leños en su sitio. Empuñando el revólver que llevaba en el cinto dijo con furia:
-Qué se le ofrece comandante. Nadie le ha permitido ingresar a la casa.
- Soy la autoridad en la vereda y hago lo que me plazca. –Respondió el guerrillero.
- No mientras yo sea el dueño de esta finca. Selene a la cocina. Desayunan y se van, esto lo sabrá el comandante general el señor Jerónimo. -Dijo con arrogancia Lorenzo.
   Al escuchar el nombre de Jerónimo, el guerrillero acató lo dicho por el joven, desayunaron y se fueron, sin antes lanzar una amenaza: - <<Esto lo arreglaremos antes de lo que piensa jovencito>>.
   Los sábados en Bilbao, los pobladores de las veredas llegaban a hacer la remesa para la semana y distraer la monotonía del trabajo campesino, bebiéndose unas cervezas con las trabajadoras sexuales que venían de otros pueblos y regresar en el ocaso a su trajín diario. Por temor al comandante Carlos, Lorenzo había llevado a Selene y a doña Nieves para que  visitaran en el pueblito a una de sus tías.  
   El sexo en todos los seres creados por la naturaleza es una necesidad para la perpetuidad de cada especie, el hombre no es la excepción, máxime  cuando no se tiene compañera y la abstinencia es prolongada. Cienfuegos en horas de aquella tarde departía con una elegante jovencita de tez blanca y cabello dorado, que lucía sus encantos semi vestida con una minifalda que le dejaba ver su parte íntima cada vez que cambiaba de pierna para hacer carrizo; el descote de una blusa rosada dejaba ver sus amplios pechos nacarados.
   Irrumpió en el bar el comandante Carlos, protegido por los siete guerrilleros de siempre, donde Lorenzo y otros campesinos escuchaban música de despecho  acompañado, cada quien, con su cortesana para distencionar el trajín de la semana.
   El comandante Carlos había sido informado de las actividades que Lorenzo Cienfuegos del Monte realizaba en Bilbao el día sábado, con premeditación había planeado la forma de provocarlo para quitarlo de en medio, para conquistar a Selene, por las buenas o a la fuerza como era su costumbre.
   - Joven Lorenzo, nos encontramos antes de lo esperado. Ya me sapió con el comandante general.
   - No es mi interés tener conflicto con ustedes, pero si toca, desafiar a la muerte ha sido mi pasión, aunque sean mayoría.
   - No la ponga tan complicada, como no me ha sapiado y no me permite galantear a su hermana, con la monita me conformo.
    - Ella está conmigo y aunque no es ni mi hermana, ni mi novia, para que se la lleve antes debe matarme.
    El salón enmudeció, la gente sabía del valor de Lorenzo y conocía el dolor que flagelaba su alma, la muerte de sus padres a manos de las fuerzas oscuras que abundan en el país del sagrado corazón, aunque se especulara, por colaborar con la guerrilla. Lo cual no se había esclarecido, la guerrilla también era sospechosa.
   Conocedores en la habilidad del manejo de las armas del comandante, sus compañeros propusieron un trato. Un duelo con revólver o pistola, si Lorenzo no tenía arma se la facilitarían. Prometieron ante la multitud que se había aglomerado, que en el remoto caso que Lorenzo ganara, se le respetaría su vida.
   - Dijo Lorenzo-. – Acepto el reto, no necesito de sus enmohecidas armas que en más de cuarenta años de violencia, no han dejado sino dolor y muerte. Tengo la mía. Espero cumplan lo prometido, en su palabra ya no cree nadie.
   Salieron a la calle, Cienfuegos propuso que fuera de frente, temía por la deslealtad del adversario. Se separarían cien metros y a la orden de un disparo de una persona neutral, empezaría el duelo. Lorenzo fue más veloz y de un certero disparo le atravesó el corazón al comandante.
   Al ver que Carlos yacía en el suelo, los siete guerrillos restantes dispararon contra Cienfuegos, quien prevenido y casi seguro que esto ocurriría disparó su Smith Wesson, acertando en el pecho y el vientre a dos de ellos, que pagaron con su vida su osadía. Lorenzo tendido de espalda fue descuartizado a machete y parte de su cuerpo lanzado a los perros, negándole el derecho fundamental de todo ser humano. Ser sepultado cristianamente. Transcurrida una hora, el pueblo se había amotinado, los cinco guerrillos restantes, al perder el control, su cobardía los hizo huir con rumbo desconocido. El episodio causó honda conmoción en la región, lentamente retiraron el apoyo al comandante Jerónimo y por más disculpas, discursos revolucionarios y apoyo a los campesinos, fue perseguido por el ejército y finalmente dado de baja.
   Al enterarse Selene, cuentan quienes presenciaron el dolor de su tragedia, que primero abrazó y lloró con lágrimas que se convertían en rosas al comandante Carlos y luego los pocos restos que quedaron de su hermano, con lágrimas que se convertían en sangre.




A LA PESCA DE UN LUCERO
 
A la luz del amanecer, cabalgando sobre el vaivén de las olas del océano Atlántico en las costas de las Bahamas, una lancha con motor fuera de borda, con cuatro pescadores y un poeta, regresan de sus labores cotidianas de pesca. Bajo la luz de la luna, dos luceros parecían acompañarlos. Al dirigir la embarcación hacia la luz, una sirena exhibía incandescentes destellos en los pezones. Con sorpresa los pescadores observan, como el poeta en forma misteriosa es lanzado al agua, en medio de la tempestuosa mar. Eolo, celoso, con su furia lo consume en las tinieblas oceánicas con sus épicos vientos. La amorosa sílfide desafía las simas borrascosas, para rescatar los versos del poeta de sus sueños. Lo cobija con sus brazos, adhiriéndolo a sus pechos con pezones de diamante. La luz diáfana le permite al rapsoda respirar en el océano. La lucha por conservarlo entre sus senos, desafiaba la muerte de ambos. Invocando a Poseidón, su protector, se desató con furia titánica una lucha entre los dioses. Pronto la mar se crispó de olas gigantescas, Poseidón, asiendo a Eolo lo sumergió donde los vientos perdieron su furia. Mientras, la sirena con la venia de Poseidón, condujo al poeta a los arrecifes donde mora en el fondo marino. Canta en el silente azulado de rocas coralinas la oración a Poseidón, la magia de su canto abre la entrada abismal de su morada. En su castillo de rocas purpúreas, con lecho mullido de algas de todos los colores, muebles en  rocas con incrustaciones de diamante, complementan su soledad.
 Ahora, Ella descansa en una silla mitad pez mitad humana, él bajo una rompiente arqueada. Con los acordes de su quejumbroso saxo le cuenta su soledad marina; en copa labrada de zafiro, cuyos bordes brillan con iris trémulo, le ofrenda con el vino negro extraído de la sangre del tiburón plateado. Le enseña la colección de diamantes que luce en sus pechos, cada noche. De su colección secreta, le regala uno por cada verso que le cante al acompañamiento del jazz de sus amores, para que redima con sus destellos a un niño de las zarpas de la guerra.
 Se libera Eolo, con su furia le arranca el poeta a la ninfa de sus brazos,  yace dormida soñando en la compañía del poeta loco que escribe sonetos áureos y resplandecientes rimas. Beodo en su siesta, tarde llega Poseidón, en su lucha producen el huracán Katrina, lanzando los náufragos y al poeta a las playas de Luciana, devastando la ciudad del saxo, Nueva Orleans.  









CUENTO JAPONÉS


 El gigante crucero Lacomte se mecía inmóvil sobre la cresta de las olas del mar del Japón. Había llegado a su destino. A la ciudad de Fukushima.  Al anclar frente al bullicioso puerto, salí de mi camarote. Me dirigí a estribor para contemplar el paisaje que tenía como fondo la ciudad misma, y a la vez,  montañas coronadas por nubes caprichosas que con su dimensión fractal dibujaban formas que la mente no puede imaginar. Eran las seis de una mañana gris, las luces con su hálito despedían los últimos vapores de agua que la noche había depositado en sus entrañas. Parecían jugar, al entrecruzar rayos lumínicos de todos los colores que se reflejaban en las montañas, para luego morir en el fondo del océano.
Ensimismado en mis pensamientos escuché una voz lírica que parecía surgir de estribor, era Chin que me hacía volver de mis alucinaciones. Este actor y cantante japonés, que tanto ha dado que decir al mundo por su talento como por sus extravagancias, de repente se encontraba de incógnito a mi lado compartiendo los mismos ideales.
Nos conocimos por casualidad en el crucero un día que fuimos invitados por el capitán a una velada íntima, dirigida por Felicia y sus alegres cortesanas. Aquella noche una de las cortesanas nos condujo a un salón  donde sobresalía  una mesa de cristal, tallada con centauros, enmarcados en flores de Liz  pintadas con hilos de oro. Se veía en el centro una cuba de cristal de murano con una disolución de piedras preciosas, entre las cuales prevalecía un diamante de un color amarillo pálido, candelabros en oro macizo adornados con esmeraldas de la Colombia de las desigualdades sociales, vino, champan burbujeante y demás excentricidades para el momento. La luz de los candelabros se descomponía en el contenido púrpura de la ambrosía, depositada en las copas recién servidas, mientras Felicia con el dedo índice adornado con anillos elaborados en platino y oro, daba órdenes a sus muñecas orientales de ropas ligeras, para que no quedara detalle sin cubrir.  La fiesta fue fenomenal,  el placer en el tiempo se diluyó, menos la noble amistad iniciada con Chin.
Una vez en tierra, en una limusina de última generación especialmente asignada a Chin, nos condujeron al hotel Koriyama. El extravagante lujo en el interior del auto, me dejó sin aliento. Sobresalían: una pantalla gigante de televisión 3D, que proyectaba los sitios de la ciudad por donde nos desplazábamos, dos sillones reclinables de piel de elefante, de un color azul oscuro, con descansa manos de oro. En su intermedio, un bar elaborado en cedro negro que contenía exquisitos licores y bebidas pasantes, sumergidas en cristales de hielo en una cuba de platino. Piso y techo en paño satinado de color morado oscuro, adornado con incrustaciones de piedras preciosas y rutilantes luces de neón. El viaje fue breve y el coloquio casi imperceptible. 
Lamenté la llegada al hotel, quizá no volvería a disfrutar de un viaje en una lujosa limusina. El hotel de cuatro pisos de arquitectura Asuka, ofrecía todo el confort que el más exigente turista pueda solicitar. Instalado, me di una ducha. El agua cristalina a una temperatura que a voluntad podía regular, me dejó como nuevo.
Eran las siete de una noche bulliciosa, la brisa salada entraba a mi habitación. Golpearon a mi puerta, era Chin, con una venia le invite a entrar.
-       No, -me respondió. – Vengo a invitarlo a una velada con las geishas que me dan la bienvenida, es la costumbre.
-       Muy gentil. Fue lo que pude decir.
Caminamos a la suite, en la sala principal con decoración oriental, había un ramillete de seis preciosas angelitas japonesitas en kimono, dos maikos y cuatro geishas, se diferenciaban en el kimono, la similitud en el maquillaje era sutil. Asistíamos a una ceremonia clandestina  llamada dentro del comercio de las geishas,  mizuage, -prohibida después de la II guerra  mundial-. La ceremonia consistía en pasar, de maiko a geisha a las dos aprendices, donde después de una hermosa velada artística por parte de las geishas se subastaba la virginidad de las maiko. La profesión de geisha, en la actualidad es legal y de libre albedrío.  Al ver a esas hermosas mujeres, cargadas de tantos detalles y simbología me transporte a la época de samurais, de luchadores de sumo, de mimos y pierrrot, que vivieron en el país de los emperadores del sol naciente. En aquella época, quizás parte de su tristeza se escondía en sus caras de mimo, reflejando una imagen bucólica, pero que en su faceta de teatro mostraban al mundo la imagen de simpatía, seducción y fascinación. Un mundo de mujeres, controlado por mujeres.
La velada se inició con la ceremonia del té. Chin y yo sentados en sofás individuales enmarcados por alfombras venidas del oriente o el tulipán, nos limitábamos simplemente a observar el desarrollo de la ceremonia. Acto seguido, las cuatro geishas cada una con un shamisen, iniciaron un concierto que ni los burgueses de la Europa moderna, jamás escucharon en la escala de Milán. Danzaron okuni frente a nosotros, inclinando sus rostros cubiertos con pintura blanca, tan blanca como el marfil que mostraban sus sonrisas. Acto final, interpretaron la ópera Marcha triunfal-Aida del italiano Guiseppe Verdi.
La ansiedad por la esperada actuación de las vírgenes maiko, me sumía en un sopor asistido por el calor del verano estival que llegaba con su sabor salino, desde el mar nipón. Me sorprendió la presencia directa de ellas al lado nuestro. En el trascurso del coloquio me enteré que estaban en el aprendizaje de geishas  y que esa noche era su graduación. La okasan, había ofrecido sus servicios al manager de Chin, para el recibimiento, antes del concierto que ofrecería en la ciudad.
Al despedirnos de las geishas y la okasan, nos dirigimos a las suites a cumplir con el compromiso de la tutora de las dos princesas maiko. Desde el pasillo, se observaba un hermoso jardín adornado con figuras de elefantes, pavos, cisnes hiperbóreos construidos en flores, que con su silencio cantaban la dulzura y la nostalgia de mi maiko. Una vez en privado, girando su kasa, a intervalos sincronizados, me enviaba tras una sonrisa un miokuri o un kanoko-dome con los que adornaba su blonda cabellera. El ceremonial duró unos diez minutos. Luego se sustrajo su obi-dome y danzando como gacela lo deslizó por mi cuerpo. Repitiendo la rutina con su obi-age, me dijo: -mi nombre es Sayumi.
En el recinto se sentía una paz infinita, de repente el oleaje creó una bruma melancólica que invadió mi cuerpo. Ella altiva y soberana, concentrada en su arte, continuó: Inició el despojo del kimono de su cuerpo, recuerdo haber visto un seno angelical como el de la blanca muñeca de porcelana de Pekín, con pezón carmesí, que jamás olvidaré.
De repente sentí que todo quedó en tinieblas. El tsunami que sumergió a la ciudad, nos arrastró con su furia hacia la planta atómica de Fukushima. Me vi en el fondo del océano de la mano con…, Sayumi. Sutilmente recordé el nombre de pila que me había pronunciado la frustrada geisha. La sorpresa fue aún mayor cuando me di cuenta que respirábamos igual que los pececillos que nos rodeaban en el arrecife donde fuimos depositados. El cuerpo de Sayumi era mitad pez, mitad humana, para mi satisfacción pez de la cintura hacia arriba, lo que le permitía respirar, humana de la cintura hacia abajo. Sin embargo, la figura de pez estaba representada sólo por escamas, se conservaba la belleza de la totalidad de las facciones de la figura humana. Por estar en el análisis de mi hermosa doncella, no me había dado cuenta que también había sufrido la misma trasformación.
Nadando por la inmensidad del océano contemplábamos hordas de peces de todos los colores y tamaños. Formas de escualos gigantes que reclamaban su territorio. Sobresalían los delfines que jugueteaban a nuestro alrededor, intentando descifrar nuestras formas con su lenguaje de ecolocación.
Se veía a distancia una cadena montañosa similar a la cordillera de los andes. Nos dirigimos a ella. Penetramos en una caverna que parecía de nunca terminar. Sorpresivamente, frente a nuestros ojos una planicie se hizo visible, donde edificios de todas las formas arquitectónicas se distribuían simétricamente en el interior de burbujas de cristal, bajo el techo submarino de la gigantesca bóveda incrustada en el interior de la montaña. Fuimos rodeados por seres que habían adquirido la forma corporal que Sayumi y yo teníamos, sin decir una palabra nos condujeron por laberintos subterráneos hasta entrar en la ciudad acuática. Sentí una sensación de bienestar al poder henchir mis pulmones de aire puro, era magistral poder respirar en el agua como lo habíamos hecho después del tsunami y como lo hacíamos ahora al aire libre.
La ciudad, tan moderna como los centros urbanos de tierra firme de los continentes donde habitan las burguesías más recalcitrantes del planeta, no presentaba diferencias sociales, todos los sirénidos tenían los mismos derechos. Los supermercados atiborrados de productos del mar, tal como lo describe Julio Verne en veinte mil leguas de viaje submarino. El cuido de la naturaleza submarina era impecable, la minería era explotada con técnicas científicas, que no producen el más mínimo daño a los ecosistemas. La educación preventiva en todos los ámbitos, es el fundamento de la sociedad. Existe un  no rotundo a la energía nuclear. Como me es imposible narrar en detalle las maravillas que observé en tan moderna sociedad, podría decir finalmente que están adelantados respecto a nuestra civilización, unos doscientos años.
Nos condujeron a una oficina gubernamental, nos explicaron que los pioneros de la ciudad eran sobrevivientes de las explosiones nucleares sobre las ciudades de Hiroshima, Nagasaki y los experimentos nucleares submarinos de los que se hacían llamar las potencias mundiales, que por alguna circunstancia físico-química a nivel subatómico producía el fenómeno de esta metamorfosis, en algunos seres humanos. Nos solicitaron a voluntad hacer parte de esta nueva sociedad o revertir nuestra trasformación biológica y regresar a donde habíamos iniciado nuestro peregrinaje involuntario. Al unísono, solicitamos regresar, con el sano propósito de dar a conocer al mundo de las injusticias, tanta maravilla.
Sintiendo la sensación de que los sirénidos deambulaban en nuestro mundo, desperté en mi apartamento de la Bagdad de Sherezada, Chin entonaba una melodía clásica y Sayumi danzaba con su kimono de geisha.







EL FILÓSOFO MARINILLO
Una luz tenue se veía en lontananza, el crepúsculo de una tarde invernal llevaba próxima la noche de un día de julio. Tras la luz caminaba un joven casi niño que había cumplido los dieciocho años, la costumbre en aquella región inhóspita de inviernos saturados de niebla, era que, cumplida la mayoría de edad debía hacerse hombre viajando por regiones lejanas donde el espíritu maduraba a fuerza de sufrimientos infringidos por costumbres arraigadas en otros horizontes. Caminaba con sus pertenencias, que consistían en: una vaca sarda que llevaba de cabresto, dos gallos finos terciados en mochilas de fique, una perra negra que era su fiel amiga, una guitarra al hombro, un derruido carriel con un par de dados y una baraja española, debiendo vender  la vaca en la feria y  jugar los gallos finos  en la gallera del pueblo, donde arribaría al amanecer, para luego costearse el viaje que lo conduciría a las tierras del viejo Caldas y del Valle.
Llegó a la cabecera municipal de su pueblo natal en el  momento oportuno. Era el diecinueve de julio, día de la fiesta del Carmen, espacio de regocijo para los ciudadanos. Durante tres días había ferias y jolgorios, con muestras folclóricas de todo tipo. Terminados los festejos en los cuales había participado con desbordada emoción, solo le quedaban unos pesos. Para poder completar el dinero del viaje a Caicedonia, debió vender su fiel compañera.
Su desplazamiento en berlinas modelo mil novecientos cuarenta y seis hasta la ciudad de Ibagué le produjeron más de un malestar, puesto que, montañero que se precie al viajar en un artefacto que se desplace, debe sufrir de mareo que revuelque las entrañas. Si el sufrimiento en tan corto trayecto lo dejó exhausto, no es difícil de imaginar el que le causó trasegar por el paso de la línea hasta llegar a Calarcá. Estaba cerca a su destino, ese día pernoctó en una finca, su presupuesto se había agotado y debía aprovechar la cosecha cafetera, trabajar al jornal recolectando el grano, para poder continuar el viaje. Después de trascurrida una semana, recibió la paga, salió a la trocha que unía la verada con la ciudad de Armenia, tomo un Willis para continuar el viaje. El conductor ebrio le ordenó subir al capacete de lona, el típico jeep iba repleto de bultos de café y pasajeros. El chofer inició la marcha a los verracasos. El estrecho sendero para un conductor borracho, pronto se convirtió en peligro, en una prominente curva se fue por el despeñadero. El único sobreviviente, el que viajaba en el capacete.
Pasados unos días en el hospital, le dieron de alta. Al regresar a la vida normal, había perdido la noción del tiempo y el espacio, convirtiéndose en un habitante del mundo metafísico elucubrando discursos filosóficos cada vez que se emborrachaba, con una nueva conciencia que el mundo no podía comprender.       
En su nuevo estado, resultado de, no sé qué  trasformación físico espiritual, representa desde entonces en el fondo de su inconciencia, el filósofo que dominó el racionalismo y analizó en profundidad con sus disquisiciones la teoría de la causalidad inserta en el pragmatismo moderno, valiéndose del racionalismo aristotélico y la filosofía kantiana, teorías que hizo  extensivas a la filosofía de Habermas. Nadie lo conoce, pero el escepticismo teórico, hará posible que Jaime el Marinillo,  como se llama el ser que navega en sus nuevas disquisiciones con el incierto teorético de su conciencia iluminada por el alcohol, quien dialoga con seres metafísicos, algún día le darán reconocimiento internacional. 
Su viaje se convirtió en un periplo por las polvorientas carreteras de todos los  pueblos y  veredas de la inhóspita Colombia de la década de los años cincuenta.
Colombia carnavalesca  se hechiza y danza al son de bambucos, pasillos y torbellinos. El filósofo de nuestro cuento, enajenado por el alcohol y su nuevo estado, se toma por asalto tarimas y tablados donde se ameniza el folclor popular, con rústicos micrófonos arenga al populacho con disquisiciones tan incoherentes como los discursos de los políticos de la época. El pueblo lo aplaude, entusiasmado le solicita que haga sonar su guitarra. ¡Oh! Sorpresa, el accidente trasformó también su voz, convirtiéndolo en uno de los cantantes más excelsos de música Colombiana, hoy reconocido a nivel internacional.








EL POLÍTICO MACONDIANO



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En una ciudad de Macondo existía un sacerdote de pelo cano, dedicado a servir a la sociedad. Condenaba todo tipo de comportamiento que fuera en contra de los principios morales de la feligresía, denunció la pederastia cometida por curas de otras parroquias y las hizo públicas en este país de lo insólito.
En sus treinta y cinco años de servicios, la curia consideró que el padre Calixto debía ser ascendido a monseñor, razón por la cual fue trasladado a la catedral de Piamonte, capital del departamento donde ejercería su nueva labor sacerdotal.
La comunidad agradecida con los oficios prestados por el nuevo monseñor, decidió hacerle una despedida con todos los honores merecidos por el reverendo padre.
En la ciudad vivía el honorable senador macondiano, Ratanio Leyes, quién fue invitado para que pronunciara el discurso de despedida del sacerdote, sin embargo como todo senador de la república, por andar cometiendo las fechorías propias de lo que él creía era lo correcto, se tardaba en llegar.
El curita para disimular la tardanza del politiquero, decidió pronunciar unas palabras, para evitar el murmullo y desespero que empezaba a surgir entre  los asistentes.
-Queridos asistentes, me han sorprendido el día de hoy con tan noble acto, donde se han hecho presentes todas las autoridades civiles y militares del municipio, así  como los alumnos con sus bandas de guerra de los colegios del municipio. Les contaré una anécdota sobre la idea equivocada, que recién  llegado al municipio me hice de los ciudadanos.
Desafortunadamente, mi primera impresión de la Parroquia la tuve con la primera confesión que me tocó escuchar. Pensé que me había enviado el Obispo a un lugar terrible, ya que la primera persona que se confesó me dijo que de niño, se había robado un televisor, que les había robado dinero a sus papás, en su juventud había robado también en la empresa donde trabajaba, en su vida pública había desfalcado al estado como senador, además de tener aventuras sexuales con cuanta secretaria le había servido, incluyendo la esposa del presidente del congreso, pecados que consideré terribles. También en ocasiones se dedicaba a tener nexos de negocios con narcotraficantes y paramilitares. Me quedé asombrado, asustadísimo. Pero cuando transcurrió un tiempo, fui conociendo más gente y vi que no eran todos. Así, vi una parroquia llena de gente responsable, con valores, comprometida con su fe. Y así he compartido con todos ustedes los treinta y cinco años más maravillosos de mi sacerdocio.
Justamente en ese momento llegó el senador, e inmediatamente el curita le cedió la palabra. Pidió disculpas por llegar tarde y empezó a hablar diciendo:
-Nunca voy a olvidar el primer día que llegó el Padre Calixto a nuestra Parroquia. De hecho, tuve el honor de ser el primero que se confesó con él...    
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CONCIENCIA DE UN PROSCRITO



Al pasar el tiempo, la cofradía, entre Andrew y el Texano dejaba ver al transeúnte desprevenido una relación de amistad de vieja data.  De regreso con un cargamento de madera se dirigían de nuevo a Laramie, viaje elegido más por la presión de El Polaco, que por conveniencia del camionero, el interés de regresar por el Lamborghini, con el propósito de reiniciar sus juegos amorosos, era para él prioritario.
La mañana parecía congelar el tiempo con su tormenta de nieve, el tracto camión se desplazaba con dificultad rompiendo con las llantas los cristales que a cada instante se acumulaban en la vía, el asfalto liso era poco seguro para la marcha rápida, sin embargo, Paul hacía caso omiso del peligro y con despreocupación pisaba el acelerador. A lado y lado de la autopista, en una planicie, en cuyo horizonte parecía flota una montaña rocosa tapizada de cardos, un grupo de bisontes con su pelaje abrigado por la nieve, consumía brotes congelados de pastura que brillaban con los débiles rayos del sol de aquel día, que jamás volvería olvidar Andrew. En una estrecha curva al girar a la derecha, el rugir del motor  indujo el desprendimiento de una avalancha que al estrellarse con el tracto camión del Texano, hizo que aplicara el frenó en forma instantánea sin calcular las consecuencias. El automotor perdió la estabilidad, volcándose hacia el lado izquierdo de la vía, depositando el cargamento de madera sobre la cabina, matando instantáneamente a Paul; el Polaco con leves contusiones, sumergido en el alud, inicio con desespero su avance a la superficie, arañando los cristales congelados finalmente pudo respirar el aire helado después de permanecer dos minutos sin respiración. Libre Andrew informó por su celular de tecnología NMT 450 a la policía y a los familiares de Paul, luego se dirigió al auxilio de su compañero.  
En instantes, los conductores de varios vehículos que se estacionaron en la vía, acudieron a colaborar en el salvamento del Texano. Tardaron unas dos horas en rescatarlo, pero los cilindros de roble que habían caído sobre la humanidad de Paul lo habían dejado irreconocible. Llegada la policía vial, hicieron el acordonamiento del sitio, levantamiento y envío del cadáver a la ciudad de Cheyenne donde vivía la familia del occiso. Andrew viajó con él en el carro funerario que lo condujo, recibido por Yasmine su esposa y sus dos hijos e instalado en la sala de velación de la casa funeraria “La ley del Tiempo”, se inició la ceremonia.
El desfile, a observar el féretro del camionero narrador de historias, que descansaba en medio de coronas y rosarios, no cesó en la noche.
El Polaco se acercó a la viuda, que se encontraba sentada en una silla de color verde oliva, para reiterarle su sentido pésame.
-Sintiéndolo profundamente.
- Disculpe, te puedo decir Yasmine.
- Dilo sin incomodarte, pero siéntate a mi lado. –Gracias.  -Replicó Andrew.
- Sé que con Paul fueron muy buenos amigos, para mí como buen narrador de historias que era, Paul se murió dos veces. – Dijo la viuda, luego continúo. -Pero no me refiero a la muerte de alguno de los personajes de sus cuentos, que es normal cuando la narrativa consiste en jugar a ser los otros, sino a su propia muerte. Recordé la historia cuando me informaste del accidente, al enterarme de que había fallecido, y aunque pensé que a él no le habría gustado la solemnidad de esa palabra, rogué que otra vez, como hace tantos años, volviera a ser mentira. A pesar de que no recuerdo bien los detalles, conservo intactas la sensación y las emociones de esa historia. Alguien, quizás un monstruo, hizo una broma macabra y llamó a la casa de mi madre para decir que se había muerto. Lo llamamos muchas veces, y como él no pudo contestar, por estar viajando por sitios donde no entraba la incipiente telefonía celular, la falsa noticia fue cobrando contundencia. En esos viejos tiempos no había redes sociales y los celulares eran poco inteligentes, pero la red de amigos de nuestra comunidad era tan fiel y numerosa como las que existen hoy en esta realidad virtual, así que, cuando por fin reapareció, su casa estaba llena de gente llorándolo.
Como él solía reírse de todo y, sobre todo, de sí mismo, su falsa muerte se convirtió en celebración. Por esos días empezamos a llamarlo cariñosamente Lázaro, y él, que todo lo que tocaba lo convertía en fiesta, organizó su propia “fiesta de resurrección”. Jamás olvidaré las emociones extrañas de esa noche: los abrazos que le dimos, como si no termináramos de creer que estaba de nuevo con nosotros, y el privilegio de decirle te amamos –con él pudiéndonos oír: he ahí la diferencia– cómo nos alegrábamos de verlo. Esa segunda oportunidad, precisamente la que nos queda faltando cuando un ser querido se nos muere, fue la que tuvo para saber cuánto lo queríamos y la que tuvimos nosotros para no quedarnos con tantas cosas que se quedan sin decir cuando alguien se nos muere.
En estos días de funeral, veo aquella fiesta de resurrección como un regalo de la vida. Y se me ocurre que el carnaval que entonces inventamos es, en el fondo, el mismo que se inventan, desde hace tantos siglos, el arte y el teatro para burlar los designios de la Parca, la Pelona, la Catrina, o como quiera que se llame, y hacerle muecas y bailar en su honor y alardear con esa vida que podemos disfrutar, mientras viene a recogernos. En ese sentido, de todos los queridos muertos, Paul fue uno de los pocos que tuvieron el privilegio de saber cómo llorábamos su ausencia, en ese instante del pasado.
Lo conocí, hace casi cuarenta años, cuando se inauguró la Fundación de narrativa aquí en Cheyenne. Trabajábamos juntos con los niños de las escuelas aledañas yo les leía cuentos, Brent Crosby, un artista que hoy vive en Bélgica, hacía artes plásticas, y Paul hacía teatro. Y mientras los niños saltaban como ranas, saltaban también tijeras, crayolas y bloques de plastilina que habían ocultado en sus bolsillos. Siempre nos reíamos de aquel método infalible para recuperar los materiales y volver a trabajar, al día siguiente, mientras pensábamos, no sin preocupación, cómo íbamos a hacer para vivir del arte, el teatro y la literatura, el neoliberalismo los había borrado de un tajo, entonces fue cuando ingresó al gremio de los camioneros para poder satisfacer nuestras necesidades básicas.
Andrew lo acompañó en su peregrinaje al sitio donde en las noches a los muertos canta el búho su triste elegía. Después del sepelio regresó a Bismark por el Lamborghini viajando luego a Missoula para reabrir el taller que administrara antes de conocer a Paul, en el amplio solar de la casa de su padre, los ahorros se habían agotado en noches libidinosas de pasión con mujeres fuleras.
De repente apoyado en uno de los muros que circundaban el taller sintió un vértigo que invadió todo su ser, se sentó junto al horno de fundición de acero y esperó. Trascurridos unos cinco minutos, miro al ocaso, su alma estaba en desconexión total con la realidad, el día en su conciencia había entrado en una silente laxitud, adquiriendo una coloración gris que penetraba por sus ojos como queriendo destruir su existencia, inició un mutismo total, no quería saber de nada ni de nadie. En los sucesivos días que llegaron, su mente se llenaba de ideas extrañas, todas ellas negativas, en noches de desvelo lo atacaban ideas de suicidio, de salir y buscar a mujeres hermosas a las que difícilmente tenía acceso, violarlas y matarlas. Sin saberlo, el corpulento Andrew había entrado en un estado depresivo por la muerte de Paul, estado heredado de la bipolaridad endógena de su padre. Encasillado en el departamento de su hermana solo tenía fuerzas para sobrevivir, difícilmente preparaba una comida diaria, luego se acostaba a ver desfilar pensamientos terribles que acorralaban su conciencia, sin poder conciliar el sueño, declamaba la poesía que en uno de los viajes le recitara el Texano.


LA MELANCOLÍA DE UN LUCERO
El sol acaba de hundirse en el ocaso,
tiñe el horizonte de oscuridad sombría.
En el grisáceo cielo como una lágrima,
débil tiembla un  lucero en lontananza,
es el alma de mi amor ya muerto.
En el fondo de su tenue luz,  leo su tristeza,
como a un fantasma le cuento mis versos.
Lleva inmersa en el alma una historia triste,
llena de renunciaciones de ilusiones rotas.
En el corazón, el recuerdo de amores lejanos,
en su ser, del blanco gladiolo su olor a muerte.
El dolor de la madre muerta en una tarde gris,
la misteriosa luz de sus apagadas pupilas,
que sumieron su vida en una eterna noche.
El miserere que como peregrino la unió al dolor,
un vago perfume de flores marchitas.
El dejo lejano de una canción que expiró  su queja,
la nostalgia de los amores que abrazan y se van.
La sombra con su denso velo al morir el día,
el adiós melancólico de un piano al caer su canto,
cosas que no siendo ciertas a su pobre alma mataron.
La vida que se escapa como una frágil hoja seca,
arrastrada por una ráfaga de muerte.
Como un ave herida en su último vuelo,
la tragedia que arrastra con sus alas al indefenso.
El pecho que gime por el sepulcro de un amor ya muerto,
como se extingue la vida en un lecho fantasmal.
La muerte que con sus huesudas manos toca la frente,
la fragilidad humana que pide clemencia a su verdugo.
Las tinieblas que penetran en el alma con la muerte,
ojos sin vida en ausencia de un amigo que los cierre.
Lágrimas que al rodar en el rostro labran el dolor,
al macabro abrazo, donde danzan el amor y la muerte.
Fantasmas que se pierden en el laberinto de la fantasía,
violines que amenizan la laxitud de la parca.
El gris fantasma de la pérdida opulenta de grandeza,
la nostalgia de un pasado muerto lleno de nobleza.
El triste erial perdido de  evocaciones  y de sombras,
el canto de la plañidera campana en la oscuridad.
El inconsciente llanto apagado de la niña violada,
el tránsito en la oscuridad de la pupila donada,
para que de la eterna noche surja una luz.
Son razones que me permite el lucero, sumergirme,
 en el éxtasis de la melancolía para escribir mis versos.  
 Con el transcurrir del tiempo y la competencia de un psiquiatra proporcionado por su padre, el estado de ánimo fue mejorando, hasta llegar a adquirir un momento de normalidad aparente que lo condujo nuevamente a administrar con éxito su factoría, hizo contactos con Delamico y reinició el comercio de armas clandestino, actividad que lo condujo a contratar obreros, convirtiéndose el incipiente taller en una fábrica que legalizó ante el estado. Trascurridos unos ocho meses de iniciada su depresión, adquirió un estado de ansiedad, que no le permitía tener  paz en ninguna parte, se volvió hiperactivo cumplía a cabalidad con sus compromisos diseñaba nuevos proyectos para satisfacer a sus compradores, trabajaba hasta altas horas de la noche, quería mantener su mente siempre ocupada para repeler los pensamientos negativos que acudían en tropel a su mente, en especial el deseo de venganza en su imaginario rechazo del amor por mujeres hermosas. Pero las pasiones juveniles, la depresión causada por la muerte del texano y la historia sobre el asesino serial contada por Paul, acosaban su conciencia sin piedad.
Un fin de semana que se desplazaba por una avenida en la ciudad de Missoula  en su Lamborghini, una hermosa chica le hizo el pare, Andrew se detuvo, se apeó del lujoso carro, se dirigió a la puerta lateral derecha y con caballerosidad  distendió su musculoso brazo para abrirla, invitó a la chica a subir, la cerró con un golpe suave, luego regresó al sitio del conductor para reiniciar la marcha.
-Mi nombre es Andrew. –Dijo, iluminando a la chica con una sonrisa.
-El mío, Samanta. –Respondió la chica con inquietud.
Descongelada la prevención de timidez, que toda primer encuentro conlleva, se inició un dialogo fluido, donde el protagonista de las historias que el Polaco le contaba, era el difunto Paul. Se desplazaron por diferentes bares de la ciudad, finalmente la convenció que lo acompañara al taller, donde tenía un rústico cuarto que utilizaba esporádicamente, en especial cuando el horno de fundición estaba encendido. De pronto un presentimiento en la chica hizo que se arrepintiera de acompañarlo, el trajín de la noche indujo a Samanta al cansancio, estado que la tenía perturbada, de modo que fingió sollozar. Andrew la convenció de que se calmara: ¿qué pasaba si gritaba y alguien venía? Para prevenirlo, debía ingeniarse algo, así que recordó que en la guantera llevaba un anillo de oro de los que lucía su hermana, asió la mano derecha de la chica y se lo colocó en el dedo anular, el cual casó perfectamente, el rostro de la joven mujer esbozó una gesto de emoción que al trasluz de una lámpara de neón que iluminaba el ambiente, dibujó el rostro de un ángel en las pupilas de Andrew, sin imaginarse que pronto sería volatilizada para siempre.
El cambio de actitud de Samanta, le permitió acompañar a Andrew al desvencijado cuarto que le servía de refugio, cuando laboraba en la fabricación de armas, en cuyo interior existían los más diversos lujos que contrastaban con las sucias paredes, el Polaco inició el romántico coqueteo que siempre había desarrollado con las chicas feas de su preferencia, al final del mórbido ritual de sexo, solo se escuchó una queja.
Después de su desaparición, los patrulleros de la Policía advertían con altavoces a los transeúntes sobre el peligro que se cernía sobre la población. A pesar de que fue etiquetado oficialmente como un caso de desaparición, desde el principio la policía inició la investigación como si de un asesinato se tratase. La búsqueda infructuosa de Samanta finalmente disminuyó después de cuatro semanas;  Andrew no había dejado una sola pista, puesto que después de estrangularla la depositó en el horno de fundición evaporándola a más de mil quinientos grados Celsius.
 Apenas transcurridos dos meses desde el decline de la búsqueda volvió a cobrarse una vida, cuando vio a una morena hermosa de corte latino de veintisiete años que había emigrado de su país en busca del sueño americano, ofreciendo sus servicios en un esquina de la zona rosa de la ciudad de Missoula, la chica no tenía dinero, necesitaba comer y dormir, y le gustaba el sexo; así que, apenas llegó de la ciudad de Helena, contactó con proxenetas que andaban por la estación de buses, y se entregó a la prostitución callejera, sin saber que lo lamentaría dos días después.
En efecto, llegó la noche de un diez de junio y, mientras se exhibía en una esquina donde se vende amor al mejor postor, Andrew apareció en su Lamborghini y solicitó sus servicios. No fueron de una a la cama sino que siguieron el conocido ritual de la prostituta cara, a la cual primero se le invita unas copas y, ya después de haber ganado dinero extra, se le puede por fin ofrecer una suma considerable para disfrutar de sus servicios. Eso hizo el Polaco, y de maravilla, porque la conversación fluyó muy bien hasta la una a.m., hora en la cual, inesperadamente, le ofreció llevarla a una estación de policía, a fin de que se librara de los molestos proxenetas, con los cuales parece que no estaba muy contenta.
Extrañamente, parecía que Andrew en realidad quería entretenerse, como si le hubiese agradado y quisiera gustar de su compañía antes del postre. En cuanto a la jovencita, estaba convencida de las “buenas” intenciones de aquel caballero amable que, encima de librarla de los proxenetas, le acababa de invitar a una deliciosa cena en una de esas tascas que abren toda la madrugada. Allí, en el restaurante, otra vez charlaron fluidamente y le ofreció cincuenta dólares a cambio de sexo, cosa que ella aceptó encantada, quedando en que el sitio sería el apartamento del Polaco.
Así pues, una vez ubicados en el desvencijado cuarto, pero con moderno mobiliario,   Andrew le dijo que quería ir al frente un ratico, cerca de las tres a.m. regresó con una bolsa que contenía una botella de whisky y manjares. Allí en la habitación, después de beber y compartir las golosinas, él se ofreció a darle un masaje y ella adoptó con complacencia una postura adecuada; terminado el masaje inicio el recital de sexo, inspirado en las historias de Paul, al final solo se escuchó un lamento. Depositó el cadáver en el horno a mil quinientos grados Celsius y lo evaporó.
Al día siguiente reinició con sus empleados la elaboración de un arsenal de fusiles de asalto que debía enviar a Suramérica, vía: la costa pacífica, lago Gatú en el canal de Panamá y tapón del Darién para las mafias traficantes de droga, trasporte del cual se encargaba la organización de Delamico, Andrew se limitaba a elaborarlas y entregarlas en el amplio patio de su taller. Jamás nadie supo, que en  las armas regresaba a su tierra natal el espíritu inocente de una latina, a la que habían engañado los proxenetas clandestinos, prometiéndole un trabajo digno y un futuro lleno de esperanza en la tierra del tío Sam, para luego ser víctima de un psicópata producto de una sociedad enfermiza, que todo lo desea convertir en dólares.
 Transcurridos seis meses en una mañana de otoño Andrew se despertó con una intranquilidad que le carcomía todo el cuerpo, su alma no sentía paz en ninguna parte, era imposible concentrarse en su trabajo, si hablaba con alguien, en muy corto tiempo deseaba dejar la conversación y buscar otra persona con la esperanza de ver  si en ella conseguía paz, si se recostaba sentía sus ojos titilar, pensamientos perversos llegaban en tropel, solo sentía un poco de tranquilidad caminando o manejando sin detenerse. Era un ataque de ansiedad extremo, por tal razón delegó las funciones de la fábrica en uno de sus empleados de confianza. Hizo un buen retiro de dinero e inició un periplo por el estado de Montana y los estados vecinos, similar al que había realizado cuando por primera vez abandonó el taller para enrolarse con Paul. Se dirigió a Cheyenne con el deseo de visitar la familia del fallecido amigo.
El aire frío pegaba en su cara, la frondosa cabellera se agitaba en su testa en forma desordenada, los mechones frontales fatigaban su cara, así como la ansiedad fustigaba su mente, que al inspirar el aire fresco otoñal calmaba su ansiedad a medida que su Lamborghini excedía los ciento veinte kilómetros por hora. Sentía el frío del inmenso cielo, el mismo, que en aquella mañana abrigaba cuando viajaba con el Texano en el carro funerario, recordaba el color gris de la camilla donde descansaba el féretro y el penetrante olor a formol que aspiraba, así como el olor a hojas secas que sentía en aquella aurora, en el viaje sin retorno de su amigo hacia Cheyenne, viaje que ahora reiniciaba con el propósito de sentir paz en su alma. No le importaban el color de los techos, ni el mirador de las murallas que delante de sus ojos exhibía con amenaza de muerte la hondura de los precipicios, la extensión ilimitada de los valles, las lomas con sus terrazas sembradas en robles y cipreses que proyectaban su funesta sombra por la vía que circundaba el parque Yellowstone. Sentía que al detenerse su alma fatigada volvería a experimentar el exceso de impaciencia que calmaba con la velocidad de su vehículo, veía en lontananza el azul oscuro de las estribaciones de los cerros, el perfil gris de las rocas que la nieve derretida dejaba sobre la calva serranía que se alzaba en el estado de Montana. A medida que su elegante automóvil se tragaba el espacio y el tiempo, en el terreno ondulado de las laderas vecinas a Cheyenne, colgaban villas de todos los colores, donde en las noches compartían luces como velas de faros, iglesias, de automóviles solitarios que cruzaban como fuegos artificiales las hileras de cipreses, que se deslizaban en cada curva de la vía,  en sincronía con el cielo estrellado de luceros. En la trasparencia delirante del aire a través de las gotas de roció, que le parecían cristales de hielo, definió entre la bruma la silueta de una estación de gasolina, mientras que el viento del sur con sus relámpagos traía el trueno retardado de una tempestad remota, había observado que el tanque de su auto se quedaba sin combustible.       
La estación estaba anclada en un pequeño villorio, acercó el Lamborghini al sitio de aprovisionamiento y solicito al empleado que llenara el tanque, pagó con un billete de cien dólares, esperó el cambio y luego se dirigió al restaurante que estaba situado en una elegante casa diagonal a la gasolinera, entró y se ubicó en una mesa iluminada por una lámpara colgante de matices cristalinos. Al mirar la hora en un reloj pendular de pared se sorprendió. Nunca imaginó que viajando, el tiempo transcurriera tan rápido, al apearse y deambular, se convertía para él en una eternidad. Las luces en la villa empezaban a iluminar la tarde, bajo un cielo liso y gris en el que aún faltaban unas horas para caer la noche, en los países nórdicos en invierno y otoño la oscuridad avanza al atardecer.
 En la esquina bajo un viejo farol, cuya luz mortecina titilaba bajo las sombras de los tejados, el círculo de claridad de la bombilla oscilaba con lentitud y el viento zarandeaba los cables tendidos entre postes herrumbrosos al ritmo de la tempestad que se escuchaba en la lejanía del parque Yellowstone, el esbelto cuerpo de una chica solitaria, rubia y de ojos azules, era cubierto por la oscuridad que avanzaba sin piedad, con el rostro iluminado por el farol y la barbilla erguida, abrigada con medias de lana, botas de vaquero, Rebeca abrochada hasta el cuello, fingiendo recostarse contra el viento, miraba a Andrew y su Lamborghini. Obligada a viajar Cheyenne, necesitaba quién la transportara.
Sorprendida al mirar que Andrew salía del restaurante y se dirigía hacia ella, adquirió presencia de timidez, se encogió ligeramente de hombros, introdujo su barbilla en la chaqueta y esperó.
- ¿Qué haces tan solita con este frío? -Preguntó el Polaco. La chica fingió indiferencia.
- Te invito a un café. -Insistió.
-Muy amable. –Respondió Ella, aceptó y regresaron al restaurante.      
-¿Cómo te llamas?
- Me llamo Rebeca. ¿Y tú?
-Me llamo Andrew y me apodan el Polaco. ¿De dónde eres, Rebeca?
-Soy de Cheyenne. ¿Y tú?
-De Missoula, precisamente voy en dirección a tu ciudad, por si te interesa, –insistió con firmeza Andrew.
-Me interesa, -replicó Rebeca con decisión-, si me remolcas viajaré con Tigo.
Cancelada la cuenta, mientras las hojas de otoño se arremolinaban en la vía, se dirigieron hacia donde había estacionado el coche, con elegancia abrió la puerta derecha para que entrara Rebeca, la cerró suavemente, luego se ubicó atrás del timón y reinició la marcha.
Ella sonreía, nerviosa, sin atreverse a mirar a su benefactor, advirtiendo, eso sí, las miradas de él que descendían por su corpiño depositándose en los sitios voluptuosos, que aunque cubiertos por ropa densa, expresaba en su actitud el deseo de una precaria desnudez imaginaria. Le parecía guapo, su cuerpo fornido y sus grandes manos le inspiraban una sensación de seguridad, en las sombras del inicio de aquella noche, cuya oscuridad empezaba a ser penetrada por luceros que se proyectaban desde el oriente. Por el contrario Andrew pensaba en protegerla, en el inicio de la noche adquiría un comportamiento normal que le daba paz y sosiego a su alma, atrapada en el día en los delirios de su bipolaridad, paz y sosiego que no duraba más de dos horas.
-Hermosa Rebeca –exclamó Andrew, rompiendo el silencio que los cubría después de iniciado el viaje-, pronto vamos a separarnos talvez para siempre; las estepas de Montana  cubiertas de hojas en el frío otoñal, las costumbres del campo, sus hábitos sencillos a diferencia del ruido moderno lleno de música metálica de las ciudades, pienso que no te gusten; es quizá por ello que te he oído suspirar varias veces, o acaso por un galán que dejaste en Cheyenne.
Rebeca hizo un gesto de impasible indiferencia; todo un carácter pausado de mujer se reveló en la contracción de sus finos labios, dibujados por una timidez que empezaba a desvanecerse.
-Tal vez te preocupa la incomodidad del viaje en la noche, en solitario con un hombre que aún no conoces –se apresuró a decir Andrew-. De un modo o de otro, presiento que terminado el viaje nunca volveremos a vernos. Al separarnos deseo que lleves en tu memoria un recuerdo mío. He observado que miras el joyel que sujeta la pluma de mi sombrero, es de oro. ¡Qué hermoso quedaría sujeto un velo de novia sobre tu blonda cabellera rubia!   Mi madre como regalo de mi padre lo llevó al altar el día de su casorio. ¿Quieres aceptarlo como recuerdo de nuestro fugaz encuentro?
-No sé a qué cultura religiosa perteneces –contestó la esbelta Rebeca-; pero en la mía la aceptación de una prenda compromete una voluntad. Solo el día en que se consiente por parte de una mujer un compromiso formal, debe recibirse una prenda.
Con el acento helado con que Rebeca pronuncio estas palabras desconcertó momentáneamente al Polaco, que, después de calmarse, dijo con tristeza: -Lo sé Rebeca, si puedo llamarte por el nombre, pero hoy es el día del amor y la amistad; día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío como recuerdo de un viaje fugaz?
Rebeca frunció levemente el ceño, con timidez extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Se quedaron en silencio, a la vera de la vía se oía: el trino de una cascada, que a cada instante aumentaba su caudal con las gotas de lluvia, de aquella noche sin regreso, el zumbido del aire que hacia crujir el limpia brisas del Lamborghini y en lontananza el nocturnal aullido de los lobos.                
Pasadas dos horas de viajar en compañía de Rebeca, mientras conducía, Andrew iniciaba de nuevo su depresión, trataba de pensar con claridad. Su cerebro era un hervidero, pero cuando se alteraba su sistema nervioso las ideas le sucedían como en una vertiginosa danza; a pesar de lo cual, o quizá por eso mismo, ha ido acostumbrándose a gobernarlas y ordenarlas de manera inflexible; de otro modo creo que hace rato hubiera estrangulado a su acompañante.
La profunda depresión volvía a tomar forma en el Polaco, pero no por eso dejó de ordenar y clasificar sus ideas, pues sentía que era necesario pensar con claridad si no quería perder para siempre a la única persona hermosa, que evidentemente le había aceptado el joyel y se había acercado para acompañarlo en el viaje a Cheyenne.
Sin embargo cuando recordó la vacilación de Rebeca para recibir el prendedor, pensó: -O ella se acercó a mí por necesidad de viajar, o sentía simpatía por mí carro; no había otra posibilidad-. Desde luego, esta última era la hipótesis más favorable. Era necesario esperar su comportamiento en el transcurso del viaje, pues, esa noche, debía decidir sobre la forma como la desaparecería, en el caso que su cariño fuera fingido.
En tales condiciones creía inútil esperar al otro día, las sombras de la noche lo acompañarían a desaparecerla en los bosques de pino que abundaban a lado y lado de la vía, sin embargo era un riesgo, el cadáver quedaría presente, en el horno sería volatilizada, pero antes debía convencerla de regresar a Missoula.
Había, sin embargo, dos posibilidades favorables y se aferró a ellas con desesperación con una mezcla de sentimientos. Por un lado, cada vez que pensaba en la forma en que se había acercado a él, no existía posibilidades de fingir con su hermosa figura para expresarle su confianza, pensamiento que le permitía hacer latir su corazón con violencia y sentir que, posiblemente sería una sanación para su alma torturada por su enfermedad bipolar. Por el otro se abría una oscura pero vasta y poderosa perspectiva; intuía que una gran fuerza, hasta ese momento dormida, se desencadenaría en él. La imaginó desnuda, que podía pasar poco tiempo antes de poseerla. Así cultivo su instinto de violencia, para pensar atacarla, olvidando que se encontraba detrás del volante de su carro, para el bien de ambos reaccionó a tiempo.
En ese instante su pensamiento era como el de un expedicionario perdido en un espectáculo brumoso: acá y allá, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas siluetas de fieras y de árboles, indecisos perfiles de peligros y abismos. El arrepentimiento fue como la salida de un astro incandescente. Pero este astro era un sol negro, un sol nocturno, reiteró en su mente la palabra nocturno; esta palabra era, quizá, la más apropiada para describir el famélico intento de ataque. Luego recordó  el mar, la playa, los caminos le fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes, también las voces, gritos de las chicas incineradas y los largos silencios de otros días, en especial cuando escuchaba a Paul contar las historias del asesino en serie, que él heredó más por esnobismo que fruto de su enfermedad.
 -Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente a un mar imaginario, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos del viaje que compartimos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza. Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Te veo quieta y un poco desconsolada, me miras como como se mira un ángel perdido, en una noche como la que nos acompaña, espero tenerte siempre en mis recuerdos. –Dijo el Polaco, mientras forjaba en su mente la forma de poner en práctica la tentación que lo acosaba.
-Lo he vivido querido Andrew, el mar está ahí, permanente y frenético. Mi llanto de entonces, infecundo; como también inútiles mis esperanzas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. Has adivinado este recuerdo mío, has descrito el recuerdo de seres como tú y yo-. –Respondió Rebeca con tono taciturno, como si despertara de un sueño de ultratumba.
La tormenta amainaba, de repente una luz titiló momentáneamente por el carril por el que conducía Andrew, era uno de los tragaluces de un camión estacionado cuyas luces de estacionamiento estaban desconectadas, al intentar esquivarlo se salió de la vía y rodó a un estero donde pastaba una manada de bisontes. El camionero informó a las autoridades de tránsito, encendió el vehículo y reinició la marcha.
Andrew, contempla a la mujer que hace, ahora, unos veinte minutos le pidió sus datos, le ofreció una pulsera de plástico con su nombre impreso y un código de barras que le abrochó junto a la esclava en la muñeca izquierda de su brazo lacerado, datos que no pudo dar porque su memoria había quedado en blanco. Vio junto a él a esa mujer que, ahora, a pocos metros pero tantos años después, tendría la tonalidad gris de la distancia en el espacio y el tiempo. El sitio es el mismo, comprende pensó en su agonía de olvido. El sitio no ha cambiado en el eterno devenir de la existencia, será el mismo para siempre. Y, encarcelado Andrew en el hospital de Cheyenne, seguirá ahí dentro, sin saber Rebeca por cuanto tiempo, Ella había salido ilesa del accidente. Quedarán allí edades sin saber de cuanto tiempo, bisontes mugiendo cerca al hospital, quizá una generación de ellos se extinguirá, antes que ambos recuperen la libertad perdida en el fondo de la cañada. Él continuará allí, esperando recordar su nombre, su apellido, su vida pasada funcionando como la palabra mágica, que deshace el conjunto de la inercia incesante en este mundo de olvido y soledad, que hace que las realidades se precipiten y, con dichas realidades se derrumben sus recuerdos. Mientras, Rebeca sentada junto a él, en una silla blanca como el uniforme impecable de médicos y enfermeras, Ella doliente lo miraba cayendo por el precipicio insondable de puertas batientes por entre las cuales sale o entra una camilla, con un enfermo que lamenta el estado de desgracia en que ha caído por la furia infame de la naturaleza, o una camilla vacía que retrata el recuerdo de una enfermedad terminal, o quizás el anuncio de la torva muerte, advertido por el tic tac del reloj con sabor a sufrimiento.
Andrew con  la mente en blanco la contemplaba, como si él, apenas fuese un vestigio de vida corporal, abandonado en la inestabilidad constante del universo, por su alma bohemia. En el letargo de su olvido, escuchaba en la oscuridad diáfana de la luz artificial del cuarto donde estaba confinado, lamentos lejanos, llantos infantiles que se gravaban en su inconciencia, veía desfilar tropeles infernales de camilleros, acompañados por hordas de médicos, enfermeras y familiares que asistían en sus últimos lamentos a pacientes de accidentes colectivos, personajes rumbo al quirófano para que le suspendiesen un órgano que la naturaleza colocó en el vientre de un enfermo por equivocación. 
Trascurridos veinte días de tratamiento, el Polaco en una mañana donde los cristales de las ventanas eran azotados por una llovizna pertinaz, reproducía en sueños de inconsciencia la cruel historia que de niño le contara Gavin, uno de los compañeros del asalto a la escuela “Missoula Montana School”, de como un cura pederasta lo asechaba, cuando obligado por la madre, ejercía como acólito, hasta convertirlo en su víctima y sin piedad violarlo debajo del ara sagrada que reposaba en el templo. Veía en el sueño también a través del vidrio, la visión de un ángel que corría a su amparo en aquel otoño de desesperanza, un ángel de alas azules,  como el vestido azul de una de las ninfas que había incinerado. 
De repente despertó  en aquella cama en el hospital, lo primero que vino a su mente fue el Lamborghini, y las interminables volteretas en el aire y finalmente el doloroso choque contra el fondo del precipicio. Luego, la oscuridad.
  Se incorporó de la cama y miró hacia los pies. Una de sus piernas cubierta de yeso, pero se sorprendió al descubrir que ni siquiera tenía una escayola en el rostro. Aunque Había salido milagrosamente ileso del accidente, y apenas si le dolía la cabeza, empezaba a recordar a intervalos uno que otro hecho del pasado, su amnesia temporal empezaba a ceder. Giró la vista hacia la ventana; pese a que las celosías oscurecían aquel cuarto de tortura, observó a Rebeca dormida en un sillón plegable que hacía de cama, el hospital estaba en calma y no se escuchaba el bullicio habitual del sanatorio, era de  madrugada.
    -Parece que fue un accidente con suerte- dijo una voz a su derecha. Miró en esa dirección, y vio a un anciano recostado en la cama vecina, que leía un libro. Le dijo que sí, que probablemente así había sido, y luego le preguntó si sabía cómo llamar a las enfermeras.
    -Tiene a su esposa ahí al costado- dijo el viejo, con gestos sorprendidos-. ¿Acaso le duele algo?
     -No, pero tengo sed. Mucha sed. ¿Hace mucho que estoy aquí?
    -No tengo idea, amigo. A mí me trajeron esta mañana, y usted ya estaba en la sala, cuidado por su esposa con gran dedicación, se ve que lo ama.
En verdad se moría de sed, así que se levantó y se metió al baño, tomó agua del grifo. De repente el viejo comenzó a convulsionar, y cuando abrió los ojos vio sus cuencas vacías henchidas de sangre y su rostro hacía muecas de dolor o sufrimiento. Tocó el timbre varias veces, y cerrando la puerta, quizá con la  mente enloquecida, salió de la habitación. En ese momento, por el largo pasillo del pabellón, una horda de enfermaras, camilleros y médicos deambulaban como zombis. Tenían las batas abiertas, dejando sus partes íntimas descubiertas como salvajes en orgías copulatorias; volteó para no mirarlos, pero vio sus cráneos sin ojos. Corrió en dirección opuesta y se encontró con la sala de enfermeras al final del pasillo. No había nadie allí, aunque le llamó la atención que el lugar estuviese tan sucio y desordenado, como si no se usara durante años. El desorden y la suciedad del sitio era pestilente, el desconcierto era total, el lugar se fue haciendo más y más vetusto, las paredes se fueron cubriendo de moho, las luces del techo titilaron y luego se apagaron, algunos vidrios de los ventanales estallaron hacia adentro con un estridente chasquido. Siguió corriendo y se encontró con un vacío, saltó a toda prisa mientras percibía que el hospital entero temblaba sobre sus cimientos, como si fuera a desplomarse de un momento a otro. De repente estaba en la calle, corrió unos metros en la noche y luego se detuve y miró hacia atrás, pero su sorpresa fue completa al descubrir que allí no había ningún hospital, sólo un desierto cubierto de asfalto dentro de una selva de cemento.
    -Hombre, no sabe lo que acabo de ver- le dijo con voz temblorosa a un vigía. No le prestó atención, por lo que siguió caminando. Adelante vio un grupo de desocupados reunidos en la calle. Cuando llegó vio el Lamborghini destrozado, hecho un amasijo de hierros retorcidos. Había un cuerpo inerte sobre una camilla, a orilla de la carretera bañado por las luces intermitentes de la ambulancia. Se acercó a tiempo para contemplar su rostro ensangrentado y desfigurado, los ojos ya sin vida, antes de que uno de los paramédicos lo cubriera con una sábana.
Su alma se alejaba incorpórea, gritando: -Amen el futuro porque todo es posible allí. –Nadie le respondió, luego continuo. -Ahí en ese hospital, es donde han muerto miles y donde viven por toda la eternidad, el ciclo de la vida y de la muerte de esto que llamamos existir, es un infierno de sufrimiento. El cuento de una vida después de la vida, es injuriado, pero sin dejar de ser atractivo, porque engaña a todos haciendo creer que es pasajera, la primera tortura. Hay arremolinamientos, empujones, gritos y demás perversidades, para conseguir las bendiciones de avaros corruptos, que fingen, lloran al unísono y se regodean para fingir fidelidad al Dios del dinero y de los hombres, más no, al Dios del universo. Batas azules, blancas y verdes vuelan por los aires, zarandeándose, y dejando descubrir lo que todos estaban esperando, la muerte. Estar desnudo no es difícil porque en realidad son ellos, los enfermos que mueren, desfilando al cementerio o al horno crematorio, con esa mortaja en que nos sumergen en un ataúd. Los enfermos que ven desfilar en el día a día a los muertos en camillas herrumbrosas, no creen ni en la verdad ni en la vida, porque para ellos eso es solo un barrote más en la cárcel del olvido. Ignoran el cielo paliativo de las religiones de consuelo, tanto como el infierno místico creado para asustar a los fieles, porque creen que es el final de su destino. Pero no piensen que todo es tan así, porque ya son las seis de la tarde, y todos los enfermos están en sus respectivas camas. La norma de enfermo, se reestablece y todo vuelve a ser como siempre. -Gritó el alma, reincorporándose al cuerpo de Andrew.
Cuando despertó bañado en sudor, Rebeca lo tenía en sus brazos, un médico y dos enfermeras lo asistían. Miró ansioso e inquieto, presintiendo que se había ido para siempre, que desaparecía de un momento a otro, sin darse cuenta ni siquiera de la enfermiza envoltura corporal, de la fisonomía, del embozo, de eso desconocido que lo rodeaba; y lleno también de una curiosidad que lo punzaba a todas hora, apoyó su frente en el regazo de la buena nodriza que lo consolaba.
-Rebeca, -dijo,-  cuéntame un cuento. Resuélveme lo que mi mente olvidadiza no puede resolver. Dime lo que sucederá mañana, con lo tuyo y lo mío. Descúbreme los sortilegios de nuestra relación futura. Explícame cómo se despejarán todas las enredadas ideas, que a mi mente torturan en espacios de recuerdos y olvidos. El eterno cuento estelar, su luminoso cuento de fantasmas, mientras gravita sobre nuestras frentes todo el silencio arcano de la inaccesible noche en que tiemblan mundos desconocidos. –Cantó finalmente, parodiando a Paul.
-Si soy Rebeca, mi querido Andrew, es un una dicha que recuerdes mi nombre, eso indica que ya empiezas a recupérate, trata de hacer memoria de nuestro encuentro.
-Recuerdo una soberbia dama, soberbia por su hermosura y por su orgullo, que paseaba por la estancia de un pequeño villorio a la hora clásica, sonreía ante los murmullos de admiración que hacía surgir el viento al arremolinarse en tu pelo y solía premiar con una mirada la admiración irónica que te profeso. Te conozco bien. Te he amado y suelo hallarte encantadora. Eres el ideal encarnado: de la Venus de Milo con el alma de Rebeca; la Venus mortal, con las ternuras apasionadas de Eros, la coquetería inmensa de las Sílfides, el valor de la Magdalena, la constancia de Penélope, la voz de las sirenas mitológicas y los refinamientos de Cleopatra.
Rebeca echó hacia atrás el soberbio caudal de sus cabellos negros y, clavando su mirada en la de Andrew, murmuró con voz de eólica arpa herida por el viento suave de la tarde:
-¡Gracias, padre mío! Por haber devuelto a Andrew mi amable benefactor a la vida.
Andrew sonrió amargamente.
-Vale, pues, bien poco la vida, Rebeca y aún menos valen la gloria, la fortuna, y sin embargo, los hombres se matan por obtenerlas. –Murmuró Andrew, luego continúo: -¡Cuántas necedades piensa uno cuando no tiene en qué pensar!
Y siguió contemplando, tras los cristales, sin ver el ángel de alas azules, donde el bullicio continuaba e iban y venían los paraguas como hongos siniestros o como membranosos vampiros que abriesen sus alas en el espacio, heridos por la luz de los focos y rayados por la lluvia.
-Todo lo que soy, y no soy en estos instantes, te lo debo a ti, Rebeca.
Continúo hablando Andrew, tal como narrara sus historias el difunto Paul.
-Sin tu auxilio en el fondo del precipicio, mi talento hubiera sido como las flores aisladas que saturan de perfume los vientos solitarios.
-Tú fuiste mi salvación; tú creíste en mí; tú me elegiste en aquel villorio; tú serviste de luz a este pobre sol de mi espíritu; por ti soy amado y yo vivo por ti.
-Mira: nuestras vidas a partir de ahora en adelante, serán un nuevo capítulo de felicidad, ¿no te parece, Andrew?
-Repito que pretendo sencillamente dar valor a mi sorpresa, al haber regresado de ese infierno de sombras. Veamos Rebeca en qué puedo yo utilizar esta alma rencarnada: ¿Le pediré un afecto, ese afecto exclusivo con que ayer deliraba por las mujeres hermosas que siempre me evadían? Pero ¡si por lo mismo que ahora eres mía no puedo exigir de ti más que un amor sincero, y un amor sincero no es el afecto! Las odaliscas del Sultán no aman al Sultán. Una mujer ama solo cuando es dueña de sí misma, quien puede amar, sin entregarse en cuerpo y alma al ser amado. Su propia donación es un testimonio de su voluntad, influida si se quiere por una atracción poderosa, pero capaz, cuando menos en el orden de las teorías lógicas, de resistirla. A mí se me ha dado un nuevo espíritu, le llamaremos así; pero no se me ha dado un afecto.
-Yo te he regalado un alma, sólo un alma y me parece que ya es bastante. –Habló Rebeca con tono melancólico.
-Tu no me dejaste partir preciosa mía. A pesar que mi mente repetía déjame, déjame que parta. Sin embargo tú, quisiste ya sin duda que continuara mi peregrinación por este mundo. Déjame que parta, repetía mi mente en mi estado de inconciencia, pero presentía la divina hermosura de la Luz perenne de tus ojos y ambicioné ir a perderme en ella para siempre. Mi inconciencia parecía escuchar una voz famélica, cuando creí perder la vida, me decía: -¡Quédate! ¡No te vayas! Ahora sé que esa voz era la del amor que me entregabas.
-Andrew, necesito un ideal para mi vida; estoy hecha de tal suerte, que no puedo vivir sin un ideal. Mi existencia sin un fin, sin un afecto, bogaría con la dolorosa indecisión de un pájaro ciego, de una nave desgobernada. ¡Sin ti no me queda más que mí mal!
De repente se abrió la puerta y entró Yasmine la mujer del difunto Paul, con la orden de salida del hospital para llevarlo a que terminara de recuperarse en su casa, sin darse cuenta Rebeca, había venido con cierta regularidad a visitarlo de incógnito. Hechos los trámites de salida, contrató una ambulancia para que los condujera a la casa, Andrew aceptó con la condición de que lo acompañara Rebeca.
A través de los cristales de las ventanas de la ambulancia, el cinemático paisaje era una superficie en la que no penetraba la mirada; la velocidad hacía ver la simple perspectiva de los edificios que volaban a medida que la estridente sirena pedía vía.  Las sombras de los edificios y vehículos se proyectaban sobre el oscuro pavimento, Andrew empezó de nuevo a ver las tardes  grises y la infame cicatriz de su pasado.
 Al son de la marcha, el tiempo se desintegraba, se aglutinaba cada vez que la ambulancia se detenía en un pare, en un semáforo o cuando reiniciaba el movimiento; era un reloj y un cántico. Los viajeros se contemplaban mutuamente sin curiosidad y el cansado aburrimiento del viaje les ausentaba de su casual relación. Sus miradas eran casi familiares, pero en ellas había hermetismo y lejanía.
Cuando fue disminuyendo la velocidad de la ambulancia, Rebeca sentada junto a la ventanilla, en el sentido de la marcha, se levantó, alisó su falda y ajustó su blusa con un rápido movimiento de las manos, después se suavizó la blonda cabellera de recién despertada.
    -¿Cómo te sientes, cariño? –preguntó. -No lo molestes, déjalo descansar, - le respondió la viuda antes que el Polaco tuviera tiempo de contestar.
    La joven hizo un rictus, que podía ser de disgusto o simplemente un reflejo de consuelo, porque inmediatamente le sonrió a Andrew. La viuda de Paul desaprobó la sonrisa llevándose la mano derecha a la barbilla ajada por el tiempo, se redondearon sus ojos entorno a los párpados de largas pestañas y sus labios se afinaron, para preguntar:
 -¿Tiene usted sed? ¿Quiere beber un trago de agua Paul,  ¡eh! digo Andrew?
El Polaco ingirió a sorbos el contenido de una botella plástica que le acercó la viuda.
Rebeca revolvió su bolso y sacó un pañuelo grande como una servilleta, limpió la boca y el sudor de la frente humedecida de Andrew. 
Yasmine frunció el entrecejo y se dirigió en un susurro a la joven; el susurro coloquial tenía un punto de menosprecio hacia Rebeca, quizá de celos por el gesto de la chica hacia Andrew. En sus palabras se traslucía la esperanza de un nuevo compañero, y que mejor que el camarada íntimo de su exmarido. La viuda se inclinó, sustrajo una revista de un stand de la ambulancia y abanicó  su cuerpo.
    -Ya te dije que deberíamos haber traído más agua, el calor es insoportable, -dijo la joven.
    -Estamos cerca a la casa, no te preocupes, respondió Yasmine-.  -Levantó la cortina de hule que dejaba en penumbra el rostro del Polaco, para indicarle la ubicación de la vivienda al conductor de la ambulancia. El edificio era viejo, tenía un abandono triste y velado que concordaba con los ataques depresivos de su nuevo habitante. En su sucia fachada nacía, como una burbuja de colores, una ventana florida de macetas y de brotes de retoños otoñales. De los aleros del ennegrecido tejado colgaba un calado de madera ceniciento, roto y casi derruido. Frente a esta ruina erguida, un desesperado jardín  permanencia, amenazaba al cielo con sus últimas ramas otoñales que se negaban a morir. El sendero calcinado por el caminar de los habitantes del edificio, vacío y como inútil hasta el confín del cielo, atropaba las soledades del conjunto.
Los ocupantes del departamento fijaron la mirada en la ambulancia. El vigía y dos de los hombres del departamento, ayudaron a entrar al paciente hasta el apartamento doscientos dos. Andrew se apoyó en el marco y contempló a los tres hombres. Tenían una mirada, reflexiva y curiosa. Sus ojos, húmedos y marinos, llegaron hasta la conciencia de ellos, luego descendieron a los rostros escrutando con la mirada una orden, antes de que hablaran. Luego se quitó la gorrilla y sacudió con la mano desocupada la camisa.
    -Salud les dé Dios -dijo, e hizo una pausa-. Aún no estoy con salud para valerme por mi mismo, después de este maldito accidente-. –Disculpen los señores, si es posible aligeremos la subida, tengo deseos de ir al baño.
Al entrar en el apartamento, bajo el dintel de una de las puertas, estaba una anciana erguida, en desazonada atención. Su rostro era apenas un confuso burilado de arrugas que trazaban las facciones, adornadas con ojos punzantes y unas huesudas manos que mostraban el trajín del tiempo, era la nana de los hijos del fallecido Texano.
    -¡María! -gritó Yasmine-. Ya está todo en su lugar.
    -Recuéstate Andrew, recuéstate repitió la viuda-. María caló una mano hasta la frente para arreglarse la pañoleta roja con visos azules, para palpar el sudor del sofoco, para domesticar un pensamiento -. -Recuéstate, hombre, dijo la señora, no te conviene estar de pie, -gritó María con voz sibilante.
    -Lo haré, lo haré. Ya verás cómo todo saldrá bien-. –Dijo Andrew con pausada calma.
    El Polaco y la viuda se miraron en silencio con picardía. María se cubrió el rostro con las manos. Sonó el viejo reloj pendular suspendido en la agrietada pared de la sala, eran las seis P.M. empezaba a oscurecer.  
 -Tómate la medicina, Andrew, -dijo Rebeca confundida por sus lágrimas.-Tómatela, -y en los quiebros de su voz había ternura, amor, miedo y soledad.
El polaco estuvo casi un mes bajo los cuidados de Jasmine, Rebeca y María. La rivalidad entre las dos mujeres por el amor de Andrew hizo que él un día cualquiera desapareciera de la casa. Una madrugada, recostado a la húmeda pared de su cuarto como furtivo ladrón al acecho, abrió la desvencijada puerta miró la sala y surco sin ser detectado el zaguán, pero la puerta principal del apartamento estaba cerrada con llave, que él no poseía, previendo el inconveniente había guardado un alambre en su maleta, como buen armero, construyó una ganzúa, salió al sendero calcinado y se dirigió a la estación, compró el tiquete y abordó el tren rumbo a Missoula.      
-Siéntese aquí, abuelo -dijo el Polaco, cediéndole la silla en que se había ubicado.
Una mujer mayor estiró las piernas. Una joven bajó la cortina. El hombre que había hablado de la guerra sacó una pitillera oscura, grande, inflada y suave como una alforja.
-¿Va usted al servicio militar? -Dijo el anciano dirigiéndose al Polaco, entonces bebió agua, aceptó un cigarrillo y comenzó a cantar el himno nacional de Norteamérica-:
Amanece: ¿no veis, a la luz de la aurora,
lo que tanto aclamamos la noche al caer?
Sus estrellas, sus barras flotaban ayer
en el fiero combate en señal de victoria,
fulgor de cohetes, de bombas estruendo,
por la noche decían: "!Se va defendiendo!"
Coro:
!Oh, decid! ¿Despliega aún su hermosura estrellada,
sobre tierra de libres, la bandera sagrada?
En la costa lejana que apenas blanquea,
donde yace nublada la hueste feroz
sobre aquel precipicio que elévase atroz
¡Oh, decidme! ¿Qué es eso que en la brisa ondea?
Se oculta y flamea, en el alba luciendo,
reflejada en la mar, donde va resplandeciendo.
Coro:
!Aún allí desplegó su hermosura estrellada,
sobre tierra de libres, la bandera sagrada!
¡Oh así sea siempre, en lealtad defendamos
nuestra tierra natal contra el torpe invasor!
A Dios quien nos dio paz, libertad y honor,
nos mantuvo nación, con fervor bendigamos.
nuestra causa es el bien, y por eso triunfamos.
Siempre fue nuestro lema "¡En Dios confiamos!"
Coro:
!Y desplegará su hermosura estrellada,
Sobre tierra de libres, la bandera sagrada!
Su melodía acompañaba a los campos. Mientras al viejo sus años le sucedían monótonos como un traqueteo de ametralladoras, cuando sirviera al ejército Gringo en Vietnam. Andrew recordaba el compromiso con su patria, servir en el ejército.
Mientras tanto en la estación de donde partiera Andrew hacía dos días, las manos  de María revolotearon en la despedida, el afecto por Rebeca dejaba en Ella ondas huellas de dolor por la ausencia que se acercaba. Las arrugas y el llanto habían terminado de borrar las facciones.
 -Adiós, Rebeca.
El tren se puso en marcha.
Las manos de Rebeca respondían al adiós y todo lo demás era reconcentrado silencio. La chica se volvió. El tren rebasó el tinglado de la estación y entró en los campos.





POESÍA


      
 CORRUPCIÓN
Del mórbido pezón de la ramera, se alimenta:
Presidente, ministros y sus áulicos consortes;
los honorables miembros de las altas cortes;
gobernadores, alcaldes, concejales y diputados.

Multiplica pezones sin inmutarse la percanta:
Para amamantar jueces corruptos, que prevarican;
fiscales que mienten, se venden y no claudican;
al  llenar sus togas con el unto, de dólares pagados.

Sin detenerse a la luz del día o en la noche, pare la puta:
Engendros como la Fuerza pública, paracos y guerrilla;
que en tiempo fugaz a inocentes tortura y acribilla;
convirtiendo ciudades, en lúgubre erial con desplazados.

A la ramera con su séquito de palatinos no le impacta:
Ver caer inocentes en la guerra del dinero de las drogas;
confabularse con el cancerbero del dólar, por las pagas;
dilapidar el dinero de salud y educación, al ser desvalijados.

En la orgía infinita a la prostituta no le importa:
El preámbulo de los niños que mueren en el ocaso;
con sus estómagos vacíos adheridos al espinazo;
niñas violadas por psicópatas de todos los estados.

La maquiavélica nueva filosofía  de la daifa espanta:
Se permite comprar la conciencia por dinero, o sino muerte;
sin elección, el hombre sucumbe al lascivo funeral de suerte;
la sociedad secuaz lo estigmatiza, de la ramera son engendros.

En los desvelos de libidinosas noches, le canta:
Al pútrido silencio cómplice, del pueblo que los elige;
y después de ver esquilmar los recursos públicos, los reelige;
a sabiendas que venderán hasta la madre, al ser comprados.















               ESPOSA MÍA
Soy, el amor que en tu pecho gime,
y enciende la luz que tu vida anima.
Cuando en tu pecho mi alma se reclina,
veo en tus ojos el perdón que me redime.

Soy, el que al rumor de la floresta,
te juró amor en un bosque de laureles.
Convirtiendo la pasión en lecho de claveles,
al melancólico son de la nieve en la tormenta.

Soy, el que pensó de tu amor una quimera,
sin saber que sería el bordón de mis senderos.
De la silente pasión que nos prodigó Eros,
hicimos de la laxitud dicha duradera.

Soy, el que vuelve en noches sin caminos,
el que vaga sin rumbo en tu regazo.
Nacido para ver florecer nuestro amor en el ocaso,
arrullado por el nocturnal silencio de los pinos.
         





   
 A UNA ADOLECENTE
Linda colegiala de rubios cabellos,
de alma pura y sonrisa radiante,
que a estudiar vas tan campante,
abanicando el viento con ellos.

Niña de caminar elegante, y mirar con recelo,
que al entrar al colegio, quedas cautiva,
donde el saber, te convierte en ninfa adoptiva,
para liberar tu alma en noches de desvelo.

El estudiar, comprendo de tu gran anhelo,
de hacerte bachiller, preciosa tu dicha auguro,
ensalzo tu virtud de colegiala, amo tu celo,
alabo la constancia, de tu acción el móvil puro.

Si te digo que te amo, niña, no te espantes,
no ignores el rigor de mis súplicas altanero;
nuestros lenguajes son de corazón de amantes,
no olvides que el amor es audaz, rudo y austero.












       
              UNIVERSIDAD

De esencia mística surgiste,
tu ideal, capturar la ciencia errante,
con  excelsa calidad pensante.
Para brindar erudita ilustración naciste.

Como áspid que en el arrozal acecha,
y luego hinca a la rata su letal veneno,
así, a la plebe clerical mordiste,
dando luz al oscurantismo medieval,

Intimidada por la ciencia creadora,
huyó a los antros la ignorancia impía,
que con horror a la conciencia consumía,
la perversa oscuridad predicadora.

Lentamente con silente pesadumbre,
que en tu doliente corazón asoma,
como fatigada y lánguida paloma,
invadiste con ímpetu toda Europa.

Creaste poemas en el marmoleo lienzo,
corazas del saber en el pasado. 
Dando así fortaleza al mentor sagrado,
para no permitir que se avasallase al indefenso.

En Pérgamo y Boloña renaciste,
ilustrando a la sociedad pagana,
heredada de Odín el de la luenga barba,
que murió coleccionando fiordos con nostalgia.

Ofrendando así a la mente celestial reparo,
al donar con dedicación al pensar abierto,
el avasallante maná del saber despierto,
y el alma del conocimiento, que vaga sin amparo.  

Dispersa por la Europa del renacimiento,
grandes hombres fueron tus discípulos:
Kepler, Dante, Galileo y Newton,
quienes al mundo aportaron sus saberes.

En días nublados, con amor zarpaste,
surcando el mar como boga errante,
con la flor del saber como estandarte,
con Colón a la América llegaste.

En la sagrada selva, emancipa de la rutina,
a los hijos de la venerable América, en su camino,
dando de la fuente que la virtud vence al destino,
en la copa del saber con iluminación divina.

Fundando a Harvard, sin interés mezquino,
solicitando al alma que entre allí desnuda,
con mente solícita, cavilante y aguda,
para escuchar, del ave cantora del saber, su trino.

La del Tolima en lienzo purpureo dibujaste,
intentando desalojar a los violentos con saberes.
Y a los impíos corruptos dueños de poderes,
con la cósmica metodología del bien que creaste.




                AMORES DE PROFESOR
El tiempo llega, del pasado al hoy de pelo cano,
trayendo tímidos amores del ayer lejano,
y en el presente en el alma los delega,
cuando la senectud, a la mente ya la ciega.

Recuerdos que gravaron en el corazón de paje:
El amor ideal de la profe, de sedoso traje.
El amor con la prima, en aire de pausado trino.
El Amor con la niña nana, con delicado sino.

La niña impúber, que al besarla recitó en un suspiro:
me siento indina, indigna, le corrige en un respiro.
Con Rita en el cobertizo del rosal, un amor prolijo,
Lina bella, que en el pórtico, ¡que ósculo tan rico!, dijo.

Del bachiller su síndrome, y del saber sus aureolas.
La U le dijo: entra, que aquí, siempre hay buenas colas.
En el motel en tardes de invierno, intimar siempre prefieres.
Su único amor, la doncella que le dijo: si quieres, si quieres.
 
Licenciado ya, de las  labores del colegio calmó su ira,
con esa alumna que en tardes de himeneo suspira,
es una doncella de ojos azules, maligna y bella,
de labios húmedos y pupilas líricas de estrella.

Con maestría de arpegios áureos, y saber sonoro,
a la U como docente, a dar del conocimiento su tesoro,
a mamitas que ofrendan sus saleros, riñendo en la querella.
La ética las rechaza, eligiendo el profe solo a la más bella.

La profe de la U de dorados cabellos, la esposa de Carmelo,
en un rincón sus enaguas levantó, dándole su caramelo.
A Lolita la de biología se lo insinuó, le dijo, no eres mi tipo.
En postgrado, Alicia dijo claro, si de la nota me das un anticipo.

Casado ya frente al juez, quien con profano acento un día,
le condenó al infierno terrenal con sagacidad impía,
para que entrara en el ejército de los que van en su semblanza,
a traer remesa, que con el mísero sueldo, ya no le alcanza.

Con el tiempo la esposa, otra hora reina altiva en el espacio.
De cuitas interiores con amigas, que expelían luz como el  topacio.
Ahora cautiva, de su encierro en el hogar, lejana y pensativa,
el amor que en su corazón ardía, lo marchitó sola y dejativa.

El dolor de cabeza, le surge como disculpa de nanas,
Que a la hora de hacer el amor quita las ganas,
la pagana, la que adereza, que detrás de la puerta dice:
¿Profe ya se vino? Por el pecado, él se arrepiente y maldice.

En la sociedad del capitalismo, tener carro no es riqueza,
como el refrán reza, no tenerlo es mucha pobreza.
En noche de hastío, aunque para las religiones el deleite envilece,
con Dora en un topolino hizo el sesenta y nueve, como le parece.

Dicen las malas lenguas, que hace tiempo se le cayó la fase,
la esposa aun joven y altiva por pudor a otro no satisface.
En su lecho de muerte, vive solo recuerdos de rumba,
son los únicos que lo harán llegar feliz a la tumba.
               




  AMOR EN SUEÑOS
No sé, si es tu boca roja y fresca la que beso,
O son mis sueños febriles que me engañan.
Pero, el desliz onírico de la noche en la mañana,
me dice que bebí del almíbar dulce de tu alma.

La ausencia de tu amor, mis ojos la lloraban,
al suave rumor del viento en la arboleda,
cuando con sus trinos las aves me arrullaban,
en el desolado cuarto de mi casa en la alameda.

Al despertar interrogué a mi alma fatigada:
Si son realidad los sueños de amor, cuando te beso.
O las líneas de tu cuerpo, por mi esencia deseada.
O las fantasías, que en mis delirios te profeso.

Sueño que soy la sangre que corre por tus venas,
el que contempla la suavidad de tus pestañas,
el ángel que te abraza para suavizar tus penas,
el único amor que recorre y acaricia tus entrañas.     
            



             








             LA CASTA DOMINANTE

Invasores de oriente, en tierra aborigen atracaron,
de Europa con Colón y despiadados asesinos.
Con Religión foránea,  caballos y caninos,
en orgía de muerte, a los nativos masacraron.

Rasgando el velo cultural de la población de indígenas,
Imponiendo,  la religión de la cruz y del olivo.
Suplantando al Dios de ancestros, que estaba vivo,
Y conquistando, para su bien, esclavos con cadenas.

Insatisfechos los criollos con los reyes, por sus yugos,
se levantaron en rebelión para defender sus haberes.
Triunfantes, con ejércitos del pueblo y sin saberes,
En Boyacá,…y Pichincha, libres ya, fueron sus verdugos.

Herederos de los que asesinaron a Piar y Agualongo,
de Bolívar, Santander y Sucre, los tiranos nuevos,
para su bien, continuaron torturando indígenas y esclavos,
creyendo ser españoles, de reyes y barones su abolengo.

Oligarcas, los que se repartieron la Colombia hispana,
sin pudor, desde el Orinoco a las costas del Pacífico,
desde el Putumayo al cabo de la Vela, del mapa físico,
al imperio vendieron el subsuelo, jodiendo a los de ruana.

Los que se encerraron en la Bogotá de Jiménez de Quezada,
creyéndose herederos de príncipes, de reinas con esclavas,
a soñar con su casta equivocada, de reyes y sus cavas.
Existiendo fuera de las mansiones, otra Colombia olvidada.

Y cual hambrientos lobos sobre la nación se precipitan,
generando guerras en ella, que Gabo quiso recordar.
Para que luego, cincuenta familias al país fueran a saquear.
Colombia no protesta, solo miseria ve con lo que le quitan.

Contra la Fruit Company los trabajadores se revelan,
aparece la tomba con ráfagas de metralla, con ímpetu brutal,
al pueblo  bañan con sangre, conservando los gringos su capital.
Hoy, la historia les dice apátridas, a los  que gestaron dicho plan.

Gaitán con elocuencia, cautiva al pueblo con sincero corazón.
Por la Bogotá goda, se mueven sin temor agentes de la CIA.
Sobre el caudillo se cierne el poder de la tirana burguesía,
un disparo se oye, el líder cae, a Roa le culpan sin razón. 

Surge el bogotazo, las feroces hienas del estado con fusiles,
a las turbas enardecidas del pueblo, masacran en raudal.
A la patria, invade la violencia del estado, con ímpetu brutal,
Y a la nación cubre con estelas de aridez y muerte por cien miles.

El dolor de la guerra de los mil días, nos lega un país de conciliar.
Con el bogotazo, la burguesía de nuevo enseña a matar,
surgen carteles del pacto, la marihuana y la coca para rematar,
y nuevamente a Colombia, la oligarquía la vuelve a putiar.
           
                 Madre
¡Madre! Hermoso ser que me dio la vida.
Vocablo sublime que el amor condensa,
su visión, ciñó rica aureola pura y densa,
Ella, me dio de su saber, educación fluida.

La madre nos ofrece el amor que vivifica,
cuando la nostalgia nos invade con recelo,
si es preciso, implorando con piedad al  cielo,
al Dios lúcido y divino, con el amor que fortifica.

Madre que de tu alma, con dones y caricias,
haces que a tu hijo, en el mal el dolor descienda.
Al ofrendar con amor tu dulce y bella prenda,
enseñando a tus hijos, que el afecto no desperdicias.

Madre, lejos de ti no hallo el descanso con que sueño,
en la lucha diaria, sin tus consejos mi esperanza falla,
y tristemente en la playa del destino, mi alma encalla,
soñando, conseguir el logro imposible de mi empeño.


               

         

            A mi padre
Padre que de niño me diste tus caricias,
me enseñaste a dar los primeros pasos,
mis ratos de tristeza  calmaste con tus besos,
y me enseñaste del trabajo sus delicias.

Con nobleza de padre, impartiendo autoridad,
solo tu pudiste con amor,  exigir  a manos llenas,
la pasión por el saber, que en la vida calma penas
y que ilumina la mente con brillo y suavidad.

En la pubertad a trabajar en el huerto,  con esmero
y a desyerbar  los verdes cafetales aledaños,
mientras mis hermanos apacientan los rebaños,
cuando de mi madre, en amores era prisionero.

Luego, a Emelina con vanidad, el viejo artero
por Toñita sustituyó, urdiendo engaños.
pero a la amante solo enamoró por cinco años,
al final trocó por mi madre su amor sincero.

José, por los reproches, sin afán, con grave pena,
sufre con ánimo delirante, los deslices con su amante.
No se arrepiente, los recuerdos le sirven de estandarte
por la hermosa y  frágil beldad, que al pasado lo encadena.






          A LA SIERRA NEVADA

Aéreas cimas se coronan de nieblas,
en picos de nieve el rayo fulgura.
Agitando con furia  la brisa pura,
para vestir las flores con rocío de perlas.

En sus laderas nace el agua a toda prisa,
se convierte en río y del mar su afluente,
bañando la raíz del guáimaro en su simiente
y sus desmayadas hojas que desliza.

En sus ríos cristalinos, que en su camino,
ve morir el verde musgo en su naufragio.
Y, bajo el dosel de su selva, refugio
busca, el cansado indígena peregrino.

Protege la sierpe, que en el tapiz se oculta,
para hincar en el pie desnudo su veneno,  
del nativo Kogui o Aruhaco en su terreno,
testigos mudos que la deforestación sepulta.

Y en compañía de indígenas y sus mamos,
para proteger la fauna y la floresta,
Cayito con su amor de patria la reforesta,
y funda la escuela natural solo con sus manos,

Eterna vigía de la costa de doradas arenas,
que con el mar y sus olas bañan su partida.
Por el estado, a ajenas culturas vendida,
dejando a nativos y a pacha mama sus penas.   

             
          CELOS
Te vi venir hacia mi alma fatigada,
cabalgando en un doliente sueño.
Nacías de una  tenue luz  que en lontananza,
ardía en el crepúsculo de sombras en la noche .
Era una noche de invierno de tardías nostalgias,
en mi dolorido corazón  poblado de recuerdos,
por el desprecio de tus celos sin razón.
Llegaba próxima la noche de un mes de abril,
con visiones a tu alma de otros amores.
Las hirientes acciones por tus celos,
como  recónditas regiones lejanas,
con inviernos saturados de niebla,
sepultaron  nuestro amor.


LA MELANCOLÍA DE UN LUCERO

El sol acaba de hundirse en el ocaso,
tiñe el horizonte de oscuridad sombría.
En el grisáceo cielo como una lágrima,
débil tiembla un  lucero en lontananza,
es el alma de mi amor ya muerto.
En el fondo de su tenue luz,  leo su tristeza,
como a un fantasma le cuento mis versos.
Lleva inmersa en el alma una historia triste,
llena de renunciaciones de ilusiones rotas.
En el corazón, el recuerdo de amores lejanos,
en su ser, del blanco gladiolo su olor a muerte.
El dolor de la madre muerta en una tarde gris,
la misteriosa luz de sus apagadas pupilas,
que sumieron su vida en una eterna noche.
El miserere que como peregrino la unió al dolor,
un vago perfume de flores marchitas.
El dejo lejano de una canción que expiró  su queja,
la nostalgia de los amores que abrazan y se van.
La sombra con su denso velo al morir el día,
el adiós melancólico de un piano al caer su canto,
cosas que no siendo ciertas a su pobre alma mataron.
La vida que se escapa como una frágil hoja seca,
arrastrada por una ráfaga de muerte.
Como un ave herida en su último vuelo,
la tragedia que arrastra con sus alas al indefenso.
El pecho que gime por el sepulcro de un amor ya muerto,
como se extingue la vida en un lecho fantasmal.
La muerte que con sus huesudas manos toca la frente,
la fragilidad humana que pide clemencia a su verdugo.
Las tinieblas que penetran en el alma con la muerte,
ojos sin vida en ausencia de un amigo que los cierre .
Lágrimas que al rodar en el rostro labran el dolor,
al macabro abrazo, donde danzan el amor y la muerte.
Fantasmas que se pierden en el laberinto de la fantasía,
violines que amenizan la laxitud de la parca.
El gris fantasma de la pérdida opulenta de grandeza,
la nostalgia de un pasado muerto lleno de nobleza.
El triste erial perdido de  evocaciones  y de sombras,
el canto de la plañidera campana en la oscuridad.
El inconsciente canto apagado de la niña violada,
la oscuridad de la pupila donada,
para que de la eterna noche surja una luz.
Son razones que me permite el lucero, sumergirme,
 en el éxtasis de la melancolía para escribir mis versos.  




           VENDIENDO MI ALMA AL DIABLO

Sobre los escombros de una iglesia abandonada,
llueve torrencialmente, en la oscuridad sombría.
Se escucha: el graznido del búho, refugiado furtivo,
bajo la  saliente de una imagen ya muerta,
que canta al terror de la parca, su triste elegía.
El ruido de  sierpes y lagartos, que, despiertos
de su somnolencia por la tempestad,
sacan sus informes  cabezas  de donde duermen,
o se arrastran por entre  juncos  y zarzales
que crecen al pie del altar, entre las junturas
de las lápidas sepulcrales cubiertas de musgo,
sobre el quebradizo pavimento del sagrario.
Los extraños y misteriosos murmullos del campo,
de la soledad, de la noche y de la fugaz luciérnaga,
llegan a mi oído como un suspiro, un suspiro débil,
doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa,
para  morir en la cárcava, estancia de la torva calavera.
Sentado  sobre la mutilada estatua  de una tumba,
aguardo ansioso  la hora en que debe, mi alma,
realizar el prodigio de encontrarse con lucifer.
¡Me habrá engañado¡, pienso,  pero en este instante:
Oigo un ruido nuevo , inexplicable, con sabor a azufre,
como el que produce un reloj segundos antes, antes
de sonar la hora, por mi doliente  alma convenida.
Siento ruidos de ruedas crujientes, acordes de violín,
bullicio de hordas misteriosas que se agitan,
suenan una, dos, tres, …, hasta once campanadas.
En el derruido templo no hay campana ni reloj.
¡Asombroso! el ambiente se ilumina espontáneamente.
Sin que se vea una antorcha, un cirio o una lámpara,
pariendo esta insólita claridad, para encandilar mis ojos.
De repente, un esqueleto, de cuyos huesos amarillentos
se desprende ese gas fosfórico que nubla la oscuridad,
con una luz blanca, titilante,  inquieta y medrosa.
Me dice, con un dejo salido de ultratumba.
-¿Que hacéis ahí?  -Esperándote príncipe Satanás.
-No,  solo soy el viejo enterrador de la comarca,
con un esqueleto fosfórico para asustar los vivos.
                










            El labrador

 Labriego que al amanecer,
en el surco siembra la simiente.
Con sus espaldas al sol naciente,
trabaja hasta el atardecer.

Cultiva el campo hasta ver el fruto,
que necesitamos tres veces al día.
Incluida la indolente burguesía,
que en impuestos pide su tributo.

Del invierno no se protege, solo cultivar,
aunque arrase su labranza en cosecha.
Su corazón late inclemente a la fecha,
 para su tierra salvar, la deuda debe pagar.

El gamonal del pueblo votar le exige,
para que el randa electo, con tributo lo joda.
Así, al oír las promesas, negarse lo enloda,
engañado y endeudado, la desgracia lo aflige.

Los violentos invaden su terruño,
con ellos, su olor a muerte.
En sus hijas, la violación inerte,
en guerra es una verdad de apuño.
           
        

                    RECONCILIACIÒN
En un tálamo mullido, tu alma se unió al alma mía,
cuando escuchaba, del silencio tu clamor,
panales de  miel, fueron tus besos de amor,
que a mi cuerpo se unieron aquel día.

En la danza lujuriosos de cuerpos entrelazados,
en la dimensión de una pasión desenfrenada,
te penetré con fuerza de amor, mi bien amada,
y tus senos de nácar por mis labios fueron besados.

 Frases de pasión escucharon mis oídos,
con delirio tus labios besaron a los míos,
así, nuestros cuerpos pecaron como impíos,
y tus gemidos, trajeron a mi mente tus olvidos.

                                  MUJER

Gaia, creaste saltando sobre tiempos infinitos,
la que engendra  y ama a sus hijos en silencio,
la que ofrece los ojos del alma en el solsticio,
donde nacen las ideas, los sueños, los instintos.

En tus  desvelos insomnes aletea el llanto del niño,
el  que calma en la oscuridad de una noche sin luna,
lo creaste de simiente desnuda, en noches de bruma,
de amar nunca te cansas y lo arrullas en tu corpiño.

Eres mujer, trino diluido en tu sutil sinfonía de sirena,
construida de arroyuelos de silencios y de insomnios,
de día erótica, de noche sueño de piélagos y de ríos,
no pides paz al mundo, la fortaleza del alma, tu pena.

En la niñez, arrullo suave de inocencia y esperanzas,
en la pubertad, armonía de silencios y de amores,
en la adultez, almíbar generoso de saberes y dolores,
imagen del alma, espiritual mujer en sus semblanzas.







                   CAFÉ ARÁBIGO

Del sueño profundo de un pastor en abisinia,
naciste en verano, luego viajaste por el mundo.
Arrancaron tu simiente del árbol vagabundo,
y el bosque oculto en la niebla lloró tu epifanía.

Tu abolengo, luz verde de plantíos en los cerros,
olor  a cafeína sobre casas, calles y las plazas,
olor a cafeína en el campo, consentido en tazas,
donde jadean las recuas de mulas con cencerros.

Te reclama el habitante gris de los suburbios,
el  oficinista que inclinado encorva las espaldas,
el habitante que como zombi calma sus miradas,
el pillo jefe neurótico y  gruñón de ojos turbios.

Fruto rojo abandonado entre musgos sin mesura,
te procesan en ciudades con tiznes y nostalgias,
para  sentirte en las venas como Odín en sus orgías,
hoy he recibido de una joven el maná de tu locura.

Con genética alteraron el origen de tu presencia,
crearon, caturra, variedad Colombia  y castilla,
con abono y veneno, pa joder al rural y su costilla,
matando así Monsanto, el origen de tu nacencia.
                                                     


                          PENSIONADO.

Tu cabellera gris como el plumaje del misterio,
tan gris como el lóbrego silencio de la noche,
tal vez, como un adiós, como un cumplido,
pero hay algo más en el silencio, tu mirada.

Tu mirada, la flama hiriente del deber cumplido,
esfinge del cansancio que duerme en el olvido,
enigmas bellos, que solo tú puedes recordar,
en tu alma silenciosa, de amores y de versos,

Tu alma silenciosa, acaricia solo el recuerdo:
de un amor, remoto y profundo como el piélago,
de ternuras arcanas de la útil labor cumplida,
de algo, hondo aún más útil: ¡tus ensueños!

Anciano, en cualquier parte te apresará la muerte,
y ese, ese solo instante, puede ser el más amargo,
o el más feliz de tus laboriosas horas, que guiaron,
en tu agonía, al deleite del recuerdo o del olvido.









           DOCENTE ARCANO

Se oye ulular el silencio en la arcada,
como testigo insomne de sí mismo,
con la fuerza de la voz exacerbada,
rescatando al hombre del ostracismo.

Entre ilusiones y cánticos  estelares,
diálogos de saberes se oyen al hablar.
Con enseñanzas, acciones y cantares,
aula y profe entonan un ritmo singular.

El niño llega al apogeo de la vida,
con mente dócil solícita y serena,
que el docente con luz encendida,
enseña signos de escritura amena.

Posesiona  su conciencia en la tierra,
hace suyo el sueño del lienzo y el pan,
para evitar que lo lleven a la guerra,
no crea en Dios, ni en el libro del Corán.

Insinúa ceñir con la mente la silueta,
hermosa, dulce y pura de una mujer,
su alma la enturbia libando vino creta,
para enseñar a gozar a la joven el placer.

Con amor al arrullo de la voz del viento,
usa la ciencia, como una  fruta en sazón,
que al joven púber enseña con acento,
para así inculcar avidez en su corazón.

Para moldear una mente recta y suprema,
enseña moral, ética, al canto del ruiseñor,
música, valores, arte al doncel y la gema,
a fin de año boga en su esquife con amor.

Y en recónditos parajes al tumbo del mar,
escucha música abstraído en el cielo azul,
con sílfide plebeya de: amar, amar y amar,
¡Oh! Vacaciones hermosas, isla del Tamul.




 ODA A UN GUERRILLERO

Se escucha en el letargo de la tarde,
una detonación, el caudillo muere,
al resplandor del bullicio, Bogotá arde,
surge el bogotazo, las feroces hienas
del estado con fusiles, masacran a raudal,
los tiranos burgueses, con esbirros,
a la patria, invaden con ímpetu brutal,
y a la nación cubren con estelas de aridez,
muertes y masacres por cien miles.
Solo gritaban: libertad, libertad…

Cuando en el patio colgaba la luna,
los chulavitas, siembran dos cruces,
que a mis viejos me están recordando,
frente a la lumbrera estaba mi cuna,
vi aún, con la ventana empañada,
pasar a mi padre a bayoneta calada,
en silencio, con dolor espiró su queja,
el viento murmuró mi pena,
y luego murió torvo en el silencio,
gritando: libertad, libertad.

Con fuego la bota policial taló mi casa,
así, en triste erial, el campo de mis viejos,
testigos: una hilera de guáimaros grises,
que cantan que ha habido mucho dolor,
y al cierzo enmudecen con sus lágrimas.
Ante mí se alzan tristes y dolientes,
los años abandonados de la negra ristra.
El corazón está dolido; duele, duele…
la tomba en vida me había matado.
Por gritar: libertad, libertad.

La luna en el cielo seguía brillando,
nubarrones negros la iban tapando.
En mí vacío espiritual, el alma inquieta,
coqueteaba con los guáimaros grises,
que tañían el dejo de una queja,
inspirados, en el demonio de la muerte.
Solo con la tempestad consciente,
lloró mi alma el recuerdo de mis viejos,
al pie, dos cruces heridas por el tiempo.
Gritando: libertad, libertad.

En el sigilo no mitigaré mí agonía,
el gatillo moveré en la oscuridad,
y caeré sin piedad a los verdugos.
Sin ser detectado por nadie,
me remontaré detrás de la luz,
habrá muertes y raptos en raudal,
beberé sangre en una copa de luz,
del beso de oligarcas enamorados,
de Ellos, los que me enseñaron a matar,
por gritar: libertad, libertad.




¿Quién soy?

Alma solitaria, moldeada en piedra,
espasmo corporal como el de la hiedra,
acaso la sombra de un alma en pena,
la melancolía del verso que enajena.

El renacer de un sueño en el olvido,
un  verso sobre el mundo perdido,
o un verso, del cielo del Olimpo,
o alguien que gira con el tiempo.

Un cuerpo en un lugar en el espacio,
anacoreta que piensa con desprecio,
pianista que siente y toca su nostalgia,
gélido mundo del silencio en la galaxia.

Quizá el llanto que tizna la mentira, 
el demonio que observa y calla su ira,
el romance ciego que anida en ti,
ráfaga sutil que por tu amor sentí.

Herida abierta de un alma abatida,
caricias fugaces que lleva tu partida,
flor con pétalos dispersos por tu seno,
aire que a mi alma, guía por el cieno.

Un herido corazón teñido de piedad,
oculto miedo en el placer de la soledad,

veneno que circula por tus venas,
pájaro en la rama inútil de tus penas,

Ira del viento que huye en tempestad,
pasión en los sentidos de la soledad,
herida abierta de un alma denigrada,
el rictus de la muerte mancillada.

Máscara de sangre de Ideas marchitas,
danza confusa del espíritu que agitas,
atardecer de un romance que ilumina,
 o el COVID-19 de la invisible espina.











CANCIONES




              
                                LA PICHETA

La picheta  es lo más rico que se ha podido inventar.
La gozan las muchachas, las viejas, las casadas,
Las viudas, divorciadas con el marido o el mozo.
Lo cierto es que es muy sabroso haciéndolas revoliar.

 Lo bailó  en el paraíso Eva con Adán,
Abraham a los cien años con Sarai y con Agar,
Jalándole a la picheta engendraron a Isaac.
Jalándole a la picheta engendraron a Isaac.

Jacob, también la bailó  con Zilpa y con Raquel,
Engendrando las doce tribus que poblaron  a Israel.
El ritmo de la picheta es pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los reyes,  pal San Pedro y  pal San Juan.
El ritmo de la picheta es pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los reyes,  pal San Pedro y  pal San Juan.

¡Upa, muévalo mamacita! Bailemos la picheta. Yhh jajaiii.

El rey David una tarde a Betsabé la pilló, desnuda y en la azotea.
No pudo aguantar las ganas y su pichetiada le dio, Urías se puso celoso Y a David le reclamó, por hacerle a la picheta a su mujer le pegó, David que estaba feliz disfrutando la picheta,
Pa quitarlo del medio a muerte lo sentenció.

El ritmo de la picheta es pa gozar en navidad,
Año nuevo y en los reyes,  pal San Pedro y  pal San Juan.
El ritmo de la picheta es pa gozar en navidad,
pal San Pedro y  pal San Juan, pal San Pedro y pal San Juan.


GIMNACIO Y COLESTEROL

Mahoma inventó el gimnasio para enseñar a la juventud a adelgazar,
Pero Buda  trajo colesterol para que volvieran a engordar,
Mahoma le reclamó y con el Corán a Buda en la barriga le dio,
en esta disputa con el  libro del Zen a Mahoma su barba  arrancó.

Entonces  Mahoma creó frutas, espinacas, brócoli y coliflor,
Para que la juventud Llevara una vida sana haciéndole al amor.
Buda creó el Combo de Comidas Rápidas y dijo: "¿Lo quieren agrandado?"
todos dijeron: "¡Sí!". ¡Y de nuevo empezaron a engordar! (BIS)

Y viendo Mahoma que no estaba bien, dijo: "No importa, ahí tienen yogurt dietético cero calorías y agua fresca para que todos conserven la silueta".
Pero Buda hizo el chunchullo e inauguró el 'Palacio del Colesterol con un pedazo de jeta',
 y al salir de fútbol, todos se iban en manadas a comer morcilla y chicharrón. (BIS)

Y al verlos en casa, aferrados al control remoto, comiendo picada, Mahoma dijo: "No es bueno que tengan infarto". Y entonces creó el cateterismo y la cirugía cardiovascular.
Y entonces Buda creó las EPS, las prepagadas, la Ley 100, la cuota moderadora y el Seguro Social, para que ninguno se pudiera salvar! (Bis)

                 NOMBRES DE LOS ABUELOS.

El abuelo pregunta ¿Señorita, está el doctor Ubre negra?
Y la secretaria le contesta: será el doctor Zenón Moreno.
Con estos nombres, como no confundirse:
El cura se llama Melanio,  Medásculo el monaguillo,
El alcalde se llama Casiano, Cristófana la secretaria.
Y Gorgonio bautizaron al juez y Críspula a la funcionaria,
Casículo al presidente del concejo, Casiana la oficinista.

La abuela pregunta ¿señorita está, el doctor Sipote Mondá?
Y la secretaria le contesta: será el doctor Máximo Vergara.
Con estos nombres, como no confundirse:
Forcíúnculo se llama el escribano, Anatolia el nombre de su mujer,
Mangarrio se llama el telefonista y concha su compañera,
Maclovio el cantante de la orquesta, Gregoria la guitarrista,
Pascasio el del Bajo  y Chencha la trompetista.
Ay, ay, ay Con estos nombres como no confundirse. (Bis)

  POR QUÉ TE FUISTE.

Caminando  entre rosas y lirios,
por la vereda que va al camposanto,
mi vida con otro te he visto partir.
Por qué te fuiste, infiel  mujer,
Dejándome el recuerdo de  tu amor.

A pesar del tiempo transcurrido,
tú siempre vivirás  en mí.
Te esperaré,  porqué te quiero,
Así mis labios no  vuelvan a besarte,
porque  me has  roto el corazón.

Aunque en tu  ausencia, los días se rompan,
en la distancia te seguiré esperando,
regresa, porque  la falta de tus labios
y tus besos en mi corazón son gotas de rocío,
para que mis males de amor, se vayan al olvido. bis                                               
.


          Mi Pueblo
Bajo el dosel de cedros y guadales,
un pueblo altivo nace  y se levanta,
Ancestro de paisas y Quimbayas,
tierra de hombres laboriosos y bravíos,
de novelistas y poetas, francos y prolijos.

De calles tranquilas, en el jardín del edén,
Que te hacen recordar, amores y abrazos,
en las caminatas, en el parque  del ayer.
Por tus  calles, vagó mi juventud,
en  antaño caminar, para hacerme bachiller.

Evoco los recuerdos, de la dulce colegiala,
De ojos negros y sonrisa alegre,
que en las mañanas, siempre me esperaba,
para acompañarnos al Isidro, templo del saber.

En el festival del retorno vuelvo a visitarte,
Para cabalgar por tus calles tranquilas,
Y con aguardiente de caña disfrutar de mi vejez.
Y con aguardiente de caña disfrutar de mi vejez.

       









            SOLEDAD
Mientras el mundo duerme,
Siempre estoy pensando en ti.
En mis desvelos entro al universo,
de la soledad que dejaste en  mí.

Maldita soledad que me carcome,
acompañada de recuerdos vanos.
En el tiempo en que me amaste,
Tu  amor fue un rosal de invierno,
que en mi alma floreció.

El arrayan, testigo fiel del primer beso,
Hoy yace marchito por tu traición.
Partiste como errante golondrina,
dejando en mi alma el recuerdo del ayer. Bis

Hoy volviste pidiendo perdón a tu desdicha,
No eres ni la sombra de la mujer que partiste.
Si perdiste en el juego de la  vida,
Vuelve con quien, con oro te compró.


                   











                   ILUSIÓN
Siempre habrá un mar de silencio
entre tú y yo, bogando hacia afuera,
tus versos, se rompen en mi alma,
la pálida luz  nocturnal de la luna,
son mis pesares que de amor adivina.

Tus besos que a mi corazón ilusionaron,
fueron vanas gotas calcinadas de rocío,
que enviaron mis males de amor al vacío,
hoy mi corazón inerte no cree en ti,
tu amor es una gota de hiel que me lacera. 

Si alguna vez alguien te escribe un verso,
y te hace soñar despierta, no es tu sueño,
y te hace sentir la brisa fresca, no es tu brisa,
y te hace sentir alguien que te llama, no soy yo,
tu amor fue: naufragio, gaviotas y silencio.


     













    PARAÍSO DEL AYER
En un bello paraíso del ayer,
El néctar de tus labios yo besé,
Con aquel beso el amor creció en mi alma,
Hallando la fuerza del que sabe amar.

Entonces,  mi pasión entró en tu alma,
y con fuerza hicimos el amor,
el rumor del río nos arrulló bajo la luna,
Y al amanecer iniciamos la partida.

Seguí tus huellas para acariciar tu pelo,
Horas  hermosas con tigo en mi partida,
El sueño nos cobijó bajo la aurora,
Y el amor nos embriagó a los dos.


                 LAS MIELES DE MI AMOR
La lluvia trae hoy día, lejanos recuerdos de tu olvido,
rumores de silencio que reviven los momentos,
de cuando te embriagabas con las mieles de mi amor.

Pasiones infinitas de otros tiempos, que en tus labios disfruté,
Hoy que volvemos a encontramos, en el camino de la vida,
Dime que has hecho con las mieles de mi amor.

Robando mi ilusión, partiste como errante golondrina,
Me dejaste como ave, a la que el vendaval arrasó su nido,
Y de mi te alejaste jugando con las mieles de mi amor.




Dolor por tu partida.

Déjame contarte cuanto te amo,
y de qué manera te extraño.
Y que cuente uno a uno los granos,
de arena que tengo en mi mano.

Tengo un dolor que partirá con tigo,
mañana en la mañana.
Tengo otro dolor  que quedará
solo conmigo cuando te vayas.

Fuiste mía solo en primavera,
y cuando llegó el verano.
de la playa, las olas y su canto,
partiste como errante golondrina.















                   ARTÍCULOS PUBLICADOS

A La sociedad moderna.

Ataca una vez más a la sociedad humana una pandemia. Cada vez que el hombre rompe el equilibrio justo con la naturaleza y el mundo cultural de la sociedad humana, establecida por el hombre mismo, la naturaleza pasa la cuenta.  Así sucedió, nos cuenta la biblia, cuando el Dios de los hebreos lanzó sobre Egipto una pandemia, de la cual se libraron los hebreos, pintando con sangre de cordero los dinteles de sus casas, donde el faraón Ramsés II al presenciar la muerte de su primogénito, libera al pueblo de las doce tribus.
La peste negra que se inició en  Asia en el siglo XIV y exportada a Europa, matando cerca de las dos terceras partes de la humanidad conocida. Comentada en poesías y novelas, en especial “LA PESTE”, escrita por Albert Camus, novela existencialista caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, la cual reflejan a la perfección las angustias y temores del hombre de mediados del siglo XX. Demeritado recientemente por el derechista escritor peruano Vargas Llosa, autor de Pantaleón y las visitadoras, que no es más que un relato sobre las necesidades sexuales de los caucheros, que las visitadoras complacían y que no aporta nada a la literatura, ni a la sociedad. Pasada la pandemia, Europa y Asia  se reponen y continúan su desarrollo político y económico, con el renacimiento se inicia la era industrial y el mundo gira a una sociedad de clases donde surgen los grandes monopolios creados por la antigua nobleza medieval, que someten al hombre en su mayoría a trabajar por míseros salarios, cuyo usufructo es para los dueños de los monopolios.
 En la primera y segunda década del siglo XX  y con la no intervención en la primera guerra mundial, ( que debía llamarse guerra europea, pues el único país que no era europeo y participó, fue Japón), Estados Unidos consigue un desarrollo sin precedentes con la industria del automóvil y la industria militar, que después de la recuperación de Europa presenta la depresión de los años 1929 y 1930 de la cual se recuperó nuevamente, paradójicamente  ayudado por la intervención en la segunda guerra mundial y obligado por el ataque a Pearl Harbor por la armada imperial japoneses, aunado al desgaste de la URRSS, que puso 20 millones de muertos, consigue el liderato moderno imponiendo la filosofía del pragmatismo.
Esta nueva sociedad evoluciona hacia el individualismo neoliberal desarrollado teóricamente por  Milton Friedman y acogido por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, creando un nuevo Dios, el dólar petrolero, y las inmensas catedrales multinacionales que devoran y saquean los países tercermundistas y esclavizan al trabajador.  Reduciendo a cenizas lo que tiene que ver con la parte espiritual del hombre, porque sus logros no producen dinero, es decir lo intangible, el arte; como la novela, la poesía y demás.
  Inducido el capitalismo al imperialismo crea una sociedad de consumo con impensables creaciones de explotación, lujos y el manejo de la economía global fundamentada en el oro, el petróleo y el dólar, la cual ha creado una sociedad esclavista en todos los frentes: económico, ideológicos, de sectas desconocidas como los iluminantes, sectas de banqueros, las sectas religiosa y otras tantas.
 Ahora nos invade una pandemia llamada coronavirus o COVID-19, que como la milenaria viruela, el cólera; la lepra que contagió a la madre y la hermana de Ben¬-Hur en la época romana, originada por el bacilo de Hansen y conocida desde AC, cuya vacuna asombró a los científicos del primer mundo, no por su descubrimiento, sino porque fue creada por Jacinto Convit García de nacionalidad venezolana; y la tuberculosis que aun hace estragos en las comunidades más olvidadas por Dios, los países y las organizaciones internacionales; para las cuales existen tratamientos farmacológicos y vacunas.
Ahora en el año de los gemelos 2020, aparece la pandemia del COVID-19 que necesariamente inducirá a un nuevo orden mundial.



SI  VOLVIERA A NACER

 Desde mi encierro en mi edad senil, por la ventana desde un cuarto lleno de luz y de esperanza veo pasar el silencio fantasmal a que nos obliga la nueva peste del COVID-19. Calles silenciosas y despobladas reclaman la paz que el hombre le ha quitado al mundo con sus siniestras invenciones de lujos, vanidad y muerte. Ni siquiera en estos días de reflexión, con la muerte a la espalda los líderes mundiales han hecho una pausa para reflexionar sobre  el arte de la parca, la guerra.  Vemos los juguetes del imperio, flamantes navegando por mar, aire y tierra hacia la Venezuela del inmortal Bolívar.
He tenido tiempo también de reflexionar sobre mi existencia, haciendo memoria de mi paso por este hogar que el natural Dios del universo me prodigó, para que viviera ese instante de luz llamado vida, que transita entre dos eternidades de sombra.
Si volviera a nacer, pisaría la escarcha matinal del césped donde pase mi niñez, me entraría en la neblina que el campo cubre y  humedece el cuerpo tiritante de frío. Acompañaría a mi padre al encierro,  para escucha el brama de los semovientes que desfilan al ordeño. Entraría de nuevo a la despensa y me saciaría de los manjares, hasta quedar henchido de la bucólica de Teócrito. 
Recorrería los campos con las juntas de bueyes que el destino me condujo a la nueva finca, en compañía de los míos. Entraría a estudiar a la escuelita, donde la profesora Mercy, al hacer carrizo dejó ver sus piernas, produciendo, por instinto, más que por aprendizaje, mi primera erección, que condujo a decirle a mi madre que me dejara vivir en la escuelita, aduciendo que en el tránsito a la casa me dolía la cabeza, deseo concedido. Al acostarme con la profe, mi amor platónico acompañado del complejo de Electra, abrazaba su cadera tan grande como los cerros, sin saber que buscaba. En un instante me dormía, al abrir los ojos,  el sol ya entraba por la ventana.
Huiría por montes llenos de guijarros, para sentir la adrenalina al ser perseguido por la chulavita que desplazó al campesino en el gobierno laurianista, sin comprender aun el porqué del instinto asesino del hombre,  que se despierta por sectarismos, poder y dinero.
Volvería a decirle a mi santa madre que me matriculara en la escuela de varones del Líbano, para encender en mi mente la llama del saber que aún no se extingue  y repetir las pilatunas a los profesores que me castigaron con recia disciplina, utilizando incluso metodologías poco ortodoxas, como el castigo físico, para forjar un hombre de servicio a la sociedad, iniciando mi peregrinar por el arte, la ciencia y la obediencia razonada. Apacentaría mi cuerpo y mi mente por las aulas del colegio Isidro Parra, donde pase las mejores épocas de mi vida, educado por profesores ilustres dedicados a la sacra labor de enseñar valores, ciencia y disciplina; sin abandonar el deporte forjador de un cuerpo sano y gallardo, para que fuese útil a la sociedad. Me acompañaría de las lindas colegialas que fueron consuelo silenciosas en noches del parque circundante en el mayaleo, que nos permitía contar nuestras cuitas y uno que otro amorío a la distancia.
Iniciaría mi peregrinar por la docencia para aportar un grano de arena en la forja de la conciencia de la juventud que acuda, tal como lo hizo Miguel Ángel con el mármol, para esculpir la efigie de Moisés.
Volvería a recorrer el campus de La universidad del Tolima donde inicie mi educación superior, al lado de amores furtivos con mi hermosa profesora de computación, mi adorada Roció, para aprender matemáticas, física y otra gama de saberes, así: de la Grecia magna matemáticas, de: Diofanto, Euclides, Pitágoras. Del renacimiento: Leibniz, Descartes, Riemann, Gauss, Euler. Modernos: Wiles, Turing, Russell.  En Física, de: Newton,  Einstein,  Planck, Hawking. Y tantos otros que contribuyeron al desarrollo de la matemática y la física en el transcurso de la historia, trasmitidos siempre por capacitados profesores a mi memoria razonada. En la línea de las sociales, estudios comparativos entre el capitalismo y el comunismo, leyendo autores como: Marx, Engels, Tolstói, Dostoyevski, Pasternak, Chéjov, Gorki,  Malthus, Keynes, James, Friedman. Sin dejar de lado obras como “La condición humana” y “Luna de Primavera” sobre las revoluciones Chinas (giro del imperialismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo). Estudio que al graduarme, no era ya, el joven ignorante en política y de la opresión de la tirana  burguesía que nos gobierna,  sino ilustrado en el prodigio de un amplio conocimiento de la ciencia y de las sociedades de oriente y occidente.
Viajaría de nuevo a la Europa de Ofenbach, Monet,  Picasso, Víctor Hugo, Salvador Dalí, Roseau, Miguel Ángel, Giordano Bruno (mártir del credo fascista de la inquisición), Galileo y tantos genios intérpretes de la conciencia humana y del universo. Iré por Alemania, me bañaré en el rio Rhin buscando en el trino de sus aguas la música de Wagner. Viajaré a Venecia cruzando por mármoles de Italia, para escuchar músicos gondoleros  surcando las olas del Adriático y creaciones de artistas desvelados en cristales de murano, de regreso escucharé en Asís el repicar de una campana. Volveré con mi esposa a la tierra del tío Sam, el dueño del mundo, en los everglades montaré en lanchas voladoras en el crepúsculo de la tarde, cuando el sol se opone en arreboles deslumbrantes y se oculta en el ocaso, para contemplar el cocodrilo milenario. Caminaré por los parque temáticos de Orlando,  Universal Orlando y Disney's Hollywood Studios y en Miami Beach, me bañare en las aguas de múltiples colores del mar de espejo diamantino.
Amaría con pasión desbordada a las mismas mujeres que me han amado, solicitaría al todo poderoso que me diera los mismos hijos que deleitaron mi vida en su niñez, que se revelaron en la pubertad, que se educaron hasta ser profesionales, reconociendo la contribución que se aportó en su formación, que hoy son responsables con la sociedad y sus familias, recordando siempre este anciano en cuarentena, que desde una ventana mira a la esquina para ver si aparece la parca con el ángel del infierno, la hoz del COVID-19, para sentenciarme a muerte.









¿Qué es el tiempo desde mi punto de vista?

Entiéndase por universo el conjunto de: Materia, movimiento y energía, desde este punto de vista no existen espacios vacíos en el universo, donde no haya materia, habrá energía y en consecuencia movimiento. Entiéndase también por micro-universo fenómenos físicos a nivel cuántico;  medio-universo el universo físico que manejamos en el sistema solar, es decir distancias finitas manejables en el universo físico con telescopio; macro-universo, distancias que tienden al infinito, manejables en el mundo físico con teorías de la conciencia humana.
El tiempo está definido por una relación causal entre el espacio y el movimiento, resultado del movimiento de la materia o la energía  que conforma  el universo en las tres dimensiones en que se  mueven las ondas energéticas o colchones de energía (gravitación universal, ondas electromagnéticas, ondas de radiación, ondas lumínicas, ondas de radio, etc.) que permiten el desplazamiento de la materia en el espacio, a nivel cuántico o a nivel del macro-universo. Si el universo fuese estático, es decir en quietud total, no existiría el tiempo, ni el universo mismo, lo que hace que el tiempo sea inmaterial, puesto que es causalidad del movimiento de la materia.
En resumen el tiempo físico es el desplazamiento de un punto material en las dimensiones espaciales. Desde este punto de vista el tiempo puede existir en forma unidimensional, bidimensional y tridimensional. Las dos primeras son de tipo geométrico, la tercera geométrica y física. Por tal razón es falso que el tiempo sea la cuarta dimensión, puesto que el tiempo es resultado de un desplazamiento de la materia entre dos posiciones, y solo dos, en cada instante del universo, y no de una posición estática.
En el universo existen tres estados del tiempo, el tiempo en el universo cuántico o micro universo, el tiempo en el universo finito o medio universo y el tiempo en el macro-universo.
Como el universo ni ha tenido origen ni tendrá fin y está en constante movimiento el tiempo del universo es absoluto y eterno a nivel del macro universo y se rige por las leyes físicas que allí están establecidas, y que son del resorte de los astrónomos y físicos descubrir, como ejemplo el comportamiento de los agujeros negros. De igual forma, en sistemas a nivel medio y micro el tiempo se comporta de conformidad con las leyes físicas en cada universo, sin afectar el tiempo del macro-universo, por eso este es absoluto. Así: en el universo cuántico, de conformidad con las leyes de la física cuántica, donde los físicos como Steven Hawkins habla de la conformación del tiempo en este universo, en forma de gusanos cuánticos, que pueden expandirse para llevarlos al universo medio y macro para poder viajar en el tiempo, lo que es solo una teoría, sin embargo hay fenómenos del universo cuántico que se extrapolan al universo medio y macro como lo son, el eléctrico, el magnético,  el electromagnetismo, el lumínico, los rayo x, etc. En el medio-universo todo ser humano normal tiene una percepción del tiempo, en razón a que es del diario acontecer. A nivel del macro universo la ciencia con los telescopios más desarrollados, con respecto al tiempo, no han encontrado una variación diferente a la relación materia- espacio-movimiento, así la tierra gira sobre su eje veinticuatro horas en el tiempo, trecientos sesenta y cinco días un cuarto de día en su órbita solar, ambas en forma independiente sin afectar el tiempo del universo, ni el uno respecto al otro. Si se suspendiera el movimiento de rotación, la causalidad sería material y del movimiento, pero no del tiempo, puesto que el tiempo depende de la relación,  movimiento de la materia en el espacio.
El concepto de tiempo en el movimiento del universo, de las galaxias, del sistema solar, de la tierra, en una nave espacial, en un avión, en un  tren es el mismo con respecto al del universo, pero su análisis particular depende del instante en que se ejerza, así en el desplazamiento de un hombre de un vagón a otro puede medirse el tiempo, en ese sistema, independiente del tiempo del universo, pero no se afectan entre sí, actúan en forma independiente, este es uno de los fundamentos de la teoría de la relatividad.
De este análisis, puedo concluir, que siendo el  tiempo una relación materia-movimiento-espacio, los viajes en el tiempo no serán más que ciencia ficción.
Hasta aquí el tiempo físico. Ahora miremos el tiempo desde el punto de vista de la filosofía.
Sin duda alguna el análisis epistemológico de Kant creo la posibilidad a la ciencia, por lo menos de la física, de rescatar el concepto de tiempo, tal como se conocía en la época de Newton: sin embargo, todavía se trata de la reconstrucción del objeto -el tiempo- a partir de un sujeto separado –la conciencia- inerte e inmaterial, lo cual no corresponde a la verdadera naturaleza del proceso del conocimiento humano, que se da en la interacción del sujeto con el objeto y con otros sujetos, -principio de causalidad- es decir, un contexto dinámico, con cuya descripción interviene el tiempo, necesariamente.
Se debe superar la imagen estática de los mundos divorciados: por un lado la conciencia, fuera del espacio, girando en el tiempo subjetivo, sus horas, por otro, la realidad, extendida en el espacio y existiendo atemporalmente, con el único nexo, de una proyección aparente de esta última sobre la primera.
Efectivamente: cada sujeto del conocimiento es un factor activo en el mundo, en el cual su propio cuerpo es otro objeto físico, en comunicación con otros individuos con el resultado de que la conciencia, la persona específica, sin dejar de ser inminente, hace parte también de la realidad y, en esta proyección, extiende sus hilos, en forma de tiempo sobre la realidad.
También el mundo objeto es activo, pues los fenómenos no están aislados sino enlazados en la red de la causalidad. Los dos mundos: el de los sujetos activos y el de los fenómeno conexos están correlacionados en sus formas de existencia.
Pero, entonces, que es el tiempo frente a la conciencia humana, que diferencia existe entre el pasado, el presente y el futuro. Para el hombre, el tiempo es el mismo en la felicidad, como en el sufrimiento. Sino es así: ¿existen, tres formas de tiempo: el tiempo físico, el tiempo de la conciencia feliz y el tiempo de la conciencia infeliz?
Veamos: la conciencia percibe el tiempo en forma completamente distinta al espacio. Este proviene de la observación externa -el tiempo-, aquel –el espacio- de la introspección que se dibuja en la conciencia como la forma de su propio acontecer en la relación concepto-juicio-argumento, marco ineludible de nuestras percepciones, de nuestras acciones y del lenguaje.
Los contenidos de la conciencia no se limitan a existir, sino que existen en un ahora que dura, en la memoria instantánea, de mediano plazo o de largo plazo. Esto genera la corriente del tiempo que se nos presenta como un fluir del pasado hacia el futuro, que arrastra el momento presente al momento siguiente y por lo cual asociamos el tiempo con la actividad y con el cambio.
Si cada sujeto se imagina como un observador externo de la corriente de la propia conciencia, con sus contenidos considerados como objetos ideales, en el devenir del tiempo, serán sucesos que ocurren en el orden temporal de anterior o posterior. Este es el fundamento  humano para medir el tiempo y obtener el tiempo social como un parámetro de referencia para registrar los acontecimientos que ocurren atemporalmente, puesto que el ahora, interno y duradero, se substituye por un instante eterno, omnipresente y externo en el devenir de la vida de cada individuo, en esta elaboración del tiempo también queda por fuera la flecha del tiempo, inevitable en física para estudiar los fenómenos como el de la muerte, o el de mezcla del café con leche, que una vez realizada no puede deshacerse.
Esta situación dio origen a discusiones epistemológicas relativas a la necesidad de aclarar, si la flecha del tiempo era una propiedad física del universo y no del tiempo y si el flujo del tiempo psicológico, era una propiedad del tiempo pero no del universo.
Aparentemente, existe consenso en la ciencia, en que la flecha del tiempo indica la asimetría del universo omnipresente en cada instante y no indica el movimiento o flujo del tiempo psicológico.
El paradigma de la imposibilidad de disociar el tiempo del conocimiento, consiste en la fusión del espacio tiempo realizado por la teoría de la relatividad. Hechos estudiados por S. Alexander y A. N. Whitehead, autores que cuestionan la noción habitual de que una cosa está donde está y cuando se le ve y en ningún otro sitio; sino que, se encuentra en todos los otros sitios donde su presencia o ausencia afecta a otras cosas. Efectivamente el tiempo físico y el tiempo psicológico están íntimamente ligados entre sí, y socialmente, la diferencia, el primero es externo el segundo interno ambos manejados por la conciencia del sujeto.
En resumen: partiendo de los principios que la nada no crea nada y, que la materia no se destruye si no que se trasforma, el universo ni se creo, ni nadie lo creo, ni mucho menos por teorías como la de Gamow y otras que han intentado explicar que todo en el universo tiene un principio y como tal un fin. Simplemente por  la conciencia humana tener un origen al nacer, por intelectual que sea un sujeto, le queda difícil entender que existen elementos tangibles o intangible que ni tienen principio, ni fin, en la física el universo, en la matemática los conjuntos numéricos: enteros, racionales e irracionales y su súper conjunto los números reales que además del continuo, sufren de todas las leyes de las estructuras algebraicas. La primera es fáctica, la segunda óntica. 
Como puede ver quien lea este artículo, desde el punto de vista físico el concepto del tiempo es relativamente sencillo y natural. Pero apareció el hombre y todo lo complicó, me imagino que uno de los grandes  pensadores del tiempo, una noche tuvo un dolor de muela terrible y el tiempo se le dilató con el sufrimiento, un tiempo después intimó con la mujer amada y la noche se le hizo un instante y entonces creo el tiempo psicológico.  






FIN

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